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30 de noviembre de 2021

Nuevo pequeño catálogo de seres y estares.

 Yo también he conocido el desasosiego interior del exilio,
la peligrosa sensación de no estar en casa en ninguna parte,
el centro disperso, el amor dividido;
ni aquí, ni allí, el salto a través del océano,
el vaivén entre dos firmes lealtades;
americana, salvo por una diferencia: las despedidas.

De todos nuestros viajes.
May Sarton.

En los últimos años he hecho hasta cinco cambios de residencia, con sus correspondientes mudanzas. Los días previos están llenos de excitación y miedo. Es partir de cero cada vez e intentar hacer de tu última morada un hogar. Madrid me acogió los últimos once años con la dureza y el deslumbramiento al que nunca llegas a acostumbrarte. La ciudad de las oportunidades, de las estrecheces, de levantarte cada día sabiendo que si tienes que ir de A a B, más vale que busques un buen modo de invertir ese tiempo que muy pronto sientes que te ha sido robado. Quizá por eso siempre hablo de que los libros son un consuelo, porque consiguieron que no sintiera hurtada cada hora de ida y vuelta a casa.

Dicen además que los libros contienen historias y sentimientos universales, que trascienden tiempo y espacio. Quizá por eso siempre me gustaron todas las referencias de la Odisea y el regreso del héroe a Ítaca. Yo emprendí un viaje teniendo como punto de mira el regreso a mi Ítaca. Pero a veces ocurre, como tan bien contaba Kavafis en su poema: que la meta no te haga perder de vista y que no empañe nunca el camino, el viaje.

Así que lo que hoy tengo presente es ese viaje, son los once años de experiencias, de descubrimientos, de encuentros y alegrías. Si me lo hubieran contado antes de partir, lo habría firmado. No habría querido perderme ni uno solo de los minutos en los que he sido feliz en una ciudad que a veces me pareció hostil y extraña.

Hay un montón de cajas apiladas en nuestro penúltimo piso esperando a ser abiertas, vaciadas y cuyos objetos serán reubicados en nuevas habitaciones, en las que entrará una luz distinta, una luz que me devuelve a casa. 

Hay un proverbio africano que dice: para educar a un niño, hace falta una tribu entera. Yo no puedo aplicarlo a la educación  pero sí que puedo decir que para tener una buena vida, para sentirla completa hace falta una tribu, una buena. Madrid siempre tendrá nombre de mujeres. Madrid es Marisa, Cris, Mara, Mónica, Paloma, Claudia, Ana, Laura... Es M. Ángeles y su luz del sur, es Esther y su luz del norte. 

Estos días me reuní con algunas de ellas y aunque siempre habrá futuras ocasiones para vernos y promesas de reuniones online, fue imposible no empezar a sentir esa pérdida, esa especie de lucro cesante emocional. Marcharte también es eso, es lo que dejas atrás. Cuando me cuesta encontrar palabras recurro a otros. Terminado el día, cuando embalaba estos once años en cajas de cartón,  recordé el poema de Eloy Sánchez Rosillo.

Dejadme aquí

Dejadme aquí, sumido en la penumbra
de esta habitación en la que tantas horas de mi vida
      transcurrieron.
Es tarde ya. La noche se aproxima
y hoy -no sé por qué- más que otras veces necesito
quedarme solo y recordar muy lentamente
algunas cosas del pasado,
ciertas historias ya casi perdidas,
mientras el sol se aleja y la ciudad va hundiéndose
      en la sombra.

Porque es imposible no sentir esta tristeza. Y lo es más no recordar los muchos momentos de felicidad: de eventos, presentaciones, cafés y cenas compartidas, madrugadas de charlas y confidencias. De reuniones con las personas que quieres y admiras y convertir esos momentos en días luminosos, rodeados de la épica de los sentimientos a flor de piel. De eso va la vida ¿no? De rodearte de gente que está cerca en los momentos difíciles, que siempre te recibe con una sonrisa, con la que compartir risas y lágrimas cuando toca.

No sé qué vendrá a partir de ahora, pero sí sé que quiero mantener intactos estos afectos y esta comunidad. Leí hace unos días un artículo de Martín Caparrós sobre la palabra Ojalá.

(...)Ojalá es tan del sur: de esas partes donde se dice que las personas sienten más que piensan. Los ingleses y los franceses, tan aparentemente serios, no tienen una palabra equivalente. Recurren a expresiones banales: I wish, I hope, hopefully, j’espère, donde no hay un poder extraño que decide sino sujetos que pretenden. Los italianos y los portugueses, en cambio, tan agoreros como nosotros, sí dicen magari o tomara.
Y ojalá nos define pero, sobre todo, nos recuerda que no siempre fuimos lo que somos, lo que creemos que somos, eso que nos contaron. Ojalá, claro, es puro árabe: al principio fue law šá lláh, dice la Academia, que significaba “si Dios quiere”. Ojalá es pedir algo a esas fuerzas oscuras, rogar a quien se pueda. Es la idea de querer algo que quién sabe: lo contrario de creer que porque quieres algo lo vas a conseguir. Porque quieres algo puedes no conseguirlo, porque el mundo es demasiado complicado para estar seguro. Ojalá —decir ojalá— es una forma de decir la pequeñez de cada quien, la imposibilidad de controlar este caos de causas y efectos en que vivimos y sufrimos.

Y en ese estado, que explica tan bien este escritor, estoy ahora. En ese deseo incierto, en ese ruego, en esa esperanza. Ojalá lo que venga sea bueno, ojalá mantener lo conseguido y lo amado. Ojalá reencontrarme pronto con mi tribu de mujeres que siento tan cerca, admiro y quiero. Desde la distancia me sigue llegando su luz, como la de un faro, recordándome que desde esta Ítaca hay un lugar al que siempre podré volver y donde sé (eso sí es una certeza) que me acogerán con la misma calidez con la que me despidieron.



9 de octubre de 2021

Tengo un nombre - Chanel Miller

Que en los últimos doce meses haya leído: "El consentimiento", de Vanessa Springora, "Creedme", de T. Christian Miller y Ken Armstrong, "She said - La investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein e impulsó el movimiento #MeToo", de Jodi Kantor y Megan Twohey, o "Tengo un nombre" de Chanel Miller, y haya visto documentales como "Gimnasta A: El médico depredador", "La guerra contra las mujeres" o "¿Qué co#o está pasando?" podría ser definido como patrón. O uno de esos temas que me obsesionan, interesa, sobre los quiero tener información suficiente tanto para crearme una opinión como para defenderla. Porque si hay algo seguro es que al menos una vez al mes tratarás con alguien que negará la violencia de género, pondrá en duda a las víctimas de las agresiones sexuales, opinará sobre el último titular de prensa que denuncie alguna de estas situaciones con afirmaciones que solo dejarán en evidencia que hablar es gratis y que se puede decir lo que se quiera bajo el auspicio de la libertad de expresión.

No tenía previsto hacer esta entrada. Esta semana terminé Tengo un nombre, de Chanel Miller y pensé en hacer una reseña de este testimonio. Me dije que, al final, estas lecturas nos interesan siempre a las mismas personas y que ya podía ponerla por las nubes: probablemente nadie que pasara por aquí optaría por añadirla a su wishlist. Pero justo saltó la noticia de que uno de los violadores de la Manada había escrito una carta pidiendo perdón a la víctima. Es curioso que pueda pensarse que es una victoria para la víctima, a la que social e institucionalmente se encargaron de denigrar, poner en duda y juzgar. Lo cierto es que lo que espera este violador, ahora confeso, son beneficios penitenciarios.

Lo que cuenta Chanel Miller es su experiencia desde que fue violada en un campus universitario hasta que tuvo que enfrentarse a la condena de seis ridículos meses a su violador. Su caso trascendió cuando se hizo pública su Declaración de daños. Lo hizo bajo un seudónimo porque pasó mucho tiempo hasta que se atrevió a sacar a la luz su verdadera identidad. 

«Tú no me conoces, pero has estado dentro de mí, y por eso estamos aquí hoy.
(...) Le dije a la agente de la condicional que no quería que Brock se pudriera en la cárcel. No le dije que no se mereciera estar entre rejas. 
(...) También le dije a la agente de la condicional que lo que quería de verdad era que Brock entendiera lo que había hecho y admitiera el delito. Por desgracia, después de leer la declaración del acusado, siento una profunda decepción y veo que es incapaz de mostrar un arrepentimiento sincero ni de responsabilizarse de su conducta. Respeté plenamente su derecho a tener un juicio justo, pero incluso después de que doce miembros del jurado lo declararan culpable de tres delitos graves, lo único que ha admitido es que bebió alcohol. Alguien que es incapaz de aceptar su plena responsabilidad por lo que ha hecho no merece que se suavice su veredicto. Es profundamente ofensivo que pretenda enmascarar una violación amparándose en la "promiscuidad". Por definición, una violación no es la ausencia de promiscuidad, sino la ausencia de consentimiento, y me inquieta enormemente que no sea capaz de apreciar esa distinción.»

En She said, encuentro párrafos como estos:

«The Washington Post había obtenido parte de una cinta de audio del programa de cotilleos Access Hollywood en la que Trump se vanagloriaba de sus agresiones hacia las mujeres. La grabación era de 2005:

Me siento automáticamente atraído por las chicas guapas, simplemente empiezo a besarlas. Ni siquiera espero. Y cuando eres una estrella, dejan que lo hagas. Puedes hacer cualquier cosa... Agarrarlas por el coño. Puedes hacer cualquier cosa.»

Posteriormente, Trump se retractó primero, habló de bromas de vestuario y luego acusó a las mujeres que se atrevieron a corroborar sus afirmaciones, de mentir. Siempre me sorprende en estos casos la cantidad de mujeres que salen en defensa de los agresores, especialmente las que afirman que ellas no habrían consentido o que por qué esperaron "x" años para hablar. Qué atrevida es la ignorancia.

Hemos sido testigos del reciente caso del youtuber que alardeaba de mantener relaciones sexuales sin preservativo porque les aseguraba a las chicas que era estéril, afirmación que provocaba la risa de su interlocutor. También en este caso se pueden leer comentarios y opiniones sobre que él se ha disculpado sinceramente, que no existen pruebas, que aquello no era una confesión, sino una mera conversación inapropiada. Si yo fuera una de esas chicas, sabiendo cómo se pone en marcha la maquinaria difamatoria sobre las víctimas, probablemente no abriría la boca. 

Se habla mucho ahora de "la cultura de la cancelación", del castigo al que se ven sometidos abusadores y agresores, que actuaron con la mayor impunidad. Creo que el problema está en que el foco mediático cae sobre ellos, se intenta poner en valor sus aportaciones sociales, culturales, aquello en lo que han destacado y entonces se habla de censura, puritanismo, de si debemos separar autor y obra. La cuestión es que gran parte de las víctimas no cuentan su historia, no hablan de su vida antes y después de las agresiones. No pueden hacer como Chanel Miller, contar el momento exacto en el que su vida cambió y dejó de ser ella para convertirse en Emily Doe, una chica a la que un chico decidió agredir detrás de unos contenedores aún sabiendo que estaba prácticamente inconsciente y que fue socorrida por dos chicos que pasaban por allí en bicicleta a los que solo les bastó una ojeada para saber que se estaba produciendo una agresión sexual. Posteriormente la sometieron a un juicio público en las redes, dejó de trabajar y hacer planes porque el juicio la mantuvo atada a un calendario en el que no podía ejercer ningún control y que necesitó (y probablemente necesitará siempre) algún tiempo de terapia y asistencia psicológica. Detrás de cada víctima hay además una familia, gente que la quería y cuyas vidas también cambiaron.

Es terrible tener la sensación de que no importan las víctimas. Es hipócrita pensar que puedes saber que una persona agredió a otra pero que, oye, hay que separar la obra del autor. No cuando cuentas con cierta información. Porque resulta que hay hombres como Trump que creen que pueden hacer lo que quieran, contarlo e irse de rositas. Que de hecho lo hacen y pueden incluso convertirse en presidente de EEUU. O que describen una violación con la mayor frialdad y desapego, como lo hacía Neruda en Confieso que he vivido y seas recordado solo por tu obra. La mala noticia es que ya no, no puedes hacerlo y que esta generación mire para otro lado. Compré hace unos años Veinte poemas de amor y una canción desesperada, ejemplar que actualmente descansa en algún vertedero, espero que sepultado por una tonelada de escoria e inmundicia. No se trata de censura. Por mí pueden seguir imprimiendo sus libros hasta el fin de la humanidad. Lo que no quiero es tener en mi casa algo que me recuerde un pasaje como el que cierra esta entrada y que no me hace pensar en un poeta, en un Nobel de la literatura, sino en un ser miserable y ególatra. Lo único que siento es que esa mujer de la que habla nunca tuviera forma de contar su historia. Y es por eso por lo que yo sigo leyendo libros como Tengo un nombre o viendo documentales como Gimnasta A: El médico depredador. Para mí es muy fácil saber qué voces quiero oír, de qué lado quiero estar.

«Mi solitario y aislado bungalow estaba lejos de toda urbanización. Cuando yo lo alquilé traté de saber en dónde se hallaba el excusado que no se veía por ninguna parte. En efecto, quedaba muy lejos de la ducha; hacia el fondo de la casa.
Lo examiné con curiosidad. Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo.
El cubo amanecía limpio cada día sin que yo me diera cuenta de cómo desaparecía su contenido. Una mañana me había levantado más temprano que de costumbre. Me quedé asombrado mirando lo que pasaba.
Entró por el fondo de la casa, como una estatua oscura que caminara, la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán, de la raza tamil, de la casta de los parias. Iba vestida con un sari rojo y dorado, de la tela más burda. En los pies descalzos llevaba pesadas ajorcas. A cada lado de la nariz le brillaban dos puntitos rojos. Serían vidrios ordinarios, pero en ella parecían rubíes.
Se dirigió con paso solemne hacia el retrete, sin mirarme siquiera, sin darse por aludida de mi existencia, y desapareció con el sórdido receptáculo sobre la cabeza, alejándose con su paso de diosa. Era tan bella que a pesar de su humilde oficio me dejó preocupado. Como si se tratara de un animal huraño, llegado de la jungla, pertenecía a otra existencia, a un mundo separado. La llamé sin resultado.
Después alguna vez le dejé en su camino algún regalo, seda o fruta. Ella pasaba sin oír ni mirar. Aquel trayecto miserable había sido convertido por su oscura belleza en la obligatoria ceremonia de una reina indiferente.
Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.

Me costó trabajo leer el cablegrama. El Ministerio de Relaciones Exteriores me comunicaba un nuevo nombramiento.»



26 de septiembre de 2021

La carretera - Cormac McCarthy

«Despertó por la noche y se quedó a la escucha. No conseguía recordar dónde estaba.  La idea le hizo sonreír.
¿Dónde estamos?, dijo
¿Qué pasa, papá?
Nada. Estamos a salvo. Duerme.
Todo va a ir bien, ¿verdad, papá?
Sí. Todo irá bien.
Y no nos va a pasar nada malo.
Desde luego que no.
Porque nosotros llevamos el fuego.
Así es. Porque llevamos el fuego.»

Por regla general, los lectores afirmamos que los libros nos salvan, nos reconfortan, nos sanan. No es el caso de lo que he sentido leyendo La carretera de Cormac McCarthy. Pocas lecturas me han impactado y desestabilizado tanto como lo ha hecho esta, con la que su autor ganó el Premio Pulitzer en 2007.

Me acerqué a ella haciendo el camino inverso. Primero gracias a un podcast, después viendo la película que protagonizaba el siempre impecable Viggo Mortensen y, aunque acabé sacudida por ambas experiencias, quise tomar contacto con la fuente, con la novela, y así sentir más de cerca cada detalle y dejar que calara en mí.

SINOPSIS

La carretera transcurre en la inmensidad del territorio norteamericano, un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear.

En un mundo apocalíptico donde llueve ceniza, un hombre y un chico cruzan a pie el territorio norteamericano en dirección al sur. El hambre es mucho más que una preocupación diaria: es la medida de todas las cosas, y las bandas de caníbales asolan el país convertido en un yermo donde solo la barbarie ha echado raíces. El amor de un padre por su hijo es, sin embargo, la única luz de una tierra que ha perdido a sus dioses. Quizá el fuego de la civilización no se haya apagado para siempre.

Lo que encontré fue una novela dura, una experiencia que te produce una honda desazón, un temor visceral a que ese mundo apocalíptico pueda llegar a existir en un futuro no muy lejano. Teniendo en cuenta el cambio climático y las peligrosas manos en las que estamos ¿quién nos asegura que no llegue ese día en el que todo sea destrucción y cenizas? Y si eso ocurre ¿acaso el ser humano no se convertiría en una bestia, en una animal en busca de la supervivencia?

Vi una entrevista que hicieron al autor en la que comentaba que no había pretendido escribir una novela deprimente sino poner en valor la relación, el vínculo y el amor de un padre y un hijo. Creo que la mayor parte de los lectores discrepamos. La carretera es una novela cargada de pesimismo, de escenas terribles donde se respira el miedo a lo que está por venir, a la incertidumbre. La única esperanza, el único rayo de bondad, está representado por ese niño que no ha conocido otro mundo: aquel en la que existía la naturaleza, los animales, un tiempo en el que no había que luchar cada minuto del día por conservar la vida. Dice Cormac McCarthy que si no hubiera tenido un hijo no cree que hubiera escrito esta novela. 

«Dormían acurrucados el uno contra el otro envueltos en las malolientes colchas en medio de la oscuridad y el frío. Él abrazando al chico. Tan flaco. Mi corazón, dijo. Mi corazón. Pero sabía que aun siendo un buen padre era muy posible que ella llevara razón en lo que dijo. Que el chico era lo único que había entre él y la muerte.»

Hay una escena hacia el final de la novela en la que padre e hijo llegan a una playa. Es una playa gris, sin ninguna señal de vida ni dentro del agua ni en la orilla. Leí esta parte en otra playa en la que había una arena tostada, un cielo azul, unas aguas transparentes donde se acercaban pequeños peces en cuanto sumergías los pies en la orilla. Una playa en la que a lo lejos estaba el comienzo de África y podías ver sobrevolando el mar a las gaviotas y otros pequeños pájaros marinos. Y, en ese entorno precioso, McCarthy me mostraba esa otra escena terrible de playas grises, solitarias y sin vida. ¿Cómo vas a leer La carretera, con sus imágenes poderosas y escalofriantes, con esa verdad sobre la condición humana que subyace en esa historia y no quedar sobrecogida?

Yo creo que es un libro que habría que leer al menos una vez en la vida. Volveré a ella en el futuro y es, sin ninguna duda, una de mis mejores lecturas de este año. 


The Road
The Road - Fotograma





28 de agosto de 2021

AGOSTO 2021 - II

«Está la memoria que se mueve y nos ayuda a vivir. Y hay otra, que se estanca. Muy poderosa. Y si no somos capaces de ponerla de nuevo en movimiento, nos arrastra hacia abajo.»

La enfermedad del domingo.


Escuchaba hace unos días a Inma Rabasco de living with choco decir que nuestra continua exposición a las (malas) noticias, a la explotación de ciertos temas que nos preocupan como sociedad tiene unos efectos muy directos en nosotros como individuos. Siembran el miedo, desatan las alertas y bloquean nuestra creatividad, aquello que sin estos estímulos negativos nacería de forma natural de nuestro interior. Algo de razón tiene porque salvo que carezcas de la más mínima empatía ¿cómo no te va a afectar lo que ocurre a tu alrededor? 

Sin embargo, hoy me he dicho que no iba a dejar que todo eso impidiera hacer esta última entrada de agosto. Es un tema recurrente (una obsesión) entender cómo hemos llegado hasta aquí, con el ánimo aparentemente intacto y el corazón a salvo. Y desde luego que lo externo influye pero imagino que saber desde dónde partes también ayuda.


Una vez entrevistaron a Manolo García en relación a lo que supuso la participación de El último de la fila en el concierto de Amnistía internacional celebrado en 1988. En él compartió escenario con Sting, Bruce Springsteen, Youssou N'Dour y Tracy Chapman y lo hizo frente a noventa mil personas. Contaba Manolo que cuando finalizó el concierto todos los artistas quedaron en ir a tomar algo juntos, que llegó al autobús en el que ya estaban Sting, Bruce y el resto pero que cuando quiso entrar no fue posible y acabó teniendo que volver a su hotel solo, andando porque no había ni un taxi disponible acaparados por los asistentes, cargado con su maleta y escuchando de vez en cuando a los fans que le reconocían e iban en coche gritarle desde las ventanillas que era lo más. Manolo García terminaba el relato de aquella noche, diciendo que cinco minutos antes había vivido uno de los momentos más importantes de su carrera (y de su vida) y que terminó la noche solo, sin transporte, cargando con su equipaje y que eso no dejaba de ser un buen final porque tú haces planes y la vida ya se encarga de ponerte en tu sitio.

Todos reflexionamos en algún momento con aquellos momentos estelares de nuestras vidas y la mayoría de las veces, al menos para mi generación, no hay una fotografía que inmortalice el momento. Lo que cuenta es el recuerdo, la huella que nos dejó, dónde estabas y con quién, cómo te sentiste. Y, seamos sinceros, no son tantos, y no tiene nada que ver con el relato que nos hemos inventado en Instagram.

Escribe Juan Tallón en su novela Rewind 

«Tiendo a creer que, en último término, el ser humano añora solo la belleza. Las personas a quienes quiere, los sitios en los que fue feliz, los amigos que le hicieron la vida más fácil, los objetos que lo consuelan, las redes de seguridad, la fuerza invisible de las expectativas son belleza, y su ausencia prolongada se vuelve insoportable para los sentimientos.»

Me gusta mucho esta definición de belleza que nada tiene que ver con la estética.

Termina agosto y a mí me pilla con la guardia baja y a punto de hacer la maleta para tomarnos un descanso (la fuerza invisible de las expectativas), entre las bellas páginas de En lugar seguro de Wallace Stegner (objetos que consuelan), un lugar al sur de Andalucía en el que recalar de nuevo junto a B. (las personas a quienes quieres, los sitios en los que fuiste feliz) y la certeza de que a la vuelta me reuniré con personas que me esperan (los amigos que te hicieron la vida más fácil, las redes de seguridad).

Tengo uno de esos recuerdos felices que vuelve a mí de vez en cuando. B y yo hicimos un corto viaje a Dublín y reservamos una excursión a Belfast para ver las zonas urbanas del conflicto irlandés, el museo del Titanic y la Calzada de los Gigantes. Al finalizar, la chica de la agencia que nos llevaba en el minibús nos puso una película para hacer más llevadero el viaje de vuelta. Era Tenías que ser tú (Leap Year) y se convirtió en una de nuestras películas favoritas. Si tenemos un mal día, nos la ponemos para compensarlo. Hay una escena en la que suena "Only love can break your heart" y que me traslada directa a los asientos de ese minibús -como a Amy Adams y Matthew Goode- tras haber pasado un día muy cercano a la perfección y que, como ya os imaginaréis, pone punto y final a esta entrada.







8 de agosto de 2021

AGOSTO 2021 - I

Hace algunas semanas escuchaba fascinada una pequeña columna radiofónica del periodista Enric González titulada No hay noticias. Cuenta en ella un acontecimiento insólito: 

«Cuesta imaginar, hoy, lo que ocurrió el viernes 18 de abril de 1930, a las 20:45. La BBC británica, por entonces el mayor imperio informativo del planeta, redujo su noticiario radiofónico vespertino a unas pocas palabras. Estas palabras: "Buenas noches. Hoy es Viernes Santo. No hay noticias". Y durante un cuarto de hora sonó un concierto de piano.»

Reflexionaba Enric sobre lo tranquilizador que resulta un titular así. Y claro que lo sería, ¿verdad? Un día sin catástrofes climáticas, sin desmanes políticos, sin mención a pandemias ni otras enfermedades, sin violencia ni injusticias, sin manipulaciones. Añadiría que, puestos a pedir, un día sin basura televisiva, mediática o en las redes.

Lo cierto es que creo que hoy me lo voy a permitir, aislarme de toda la fatalidad y desequilibrio reinantes. Dejaré que desde la distancia B. me cuente qué tal evoluciona todo lo que ha ido sembrando en el huerto familiar, me dejaré anestesiar por la ficción de un libro y de alguna serie. Intentaré evitar el malestar que generan las redes (y he comprobado que eso solo se consigue evitándolas el mayor tiempo posible o en su totalidad), y disfrutar del silencio exterior de los domingos. Un día sin noticias. Voy a publicar esta entrada, una de las cuatro que quisiera hacer en agosto. Voy a compartir un poema de Chantal Maillard. Voy a escuchar Oltremare de Ludovico Einaudi.




21

No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.

Matar a Platón - Chantal Maillard

1 de agosto de 2021

Maggie O´Farrell - Lugares que no aparecen en los mapas

HAMLET.- ¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de sentimiento, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad, pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí (tocándose el pecho), aquí dentro tengo lo que es más que apariencia: lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.

Hamlet, William Shakespeare

Sigo aquí, Instrucciones para una ola de calor y Tiene que ser aquí, novelas todas ellas escritas por Maggie O´Farrell, me han acompañado en las últimas semanas. En la recámara una última bala, su novela traducida pendiente: La primera mano que sostuvo la mía. La mantengo a la vista, deseando entrar en sus páginas pero temiendo la despedida. Es lo que ocurre cuando eres un poco obsesiva con lo que te hace sentir bien, lugares que no están en los mapas. Los días en los que todo se te hace un poco cuesta arriba, en los que no puedes controlar nada, en los que la realidad es abrumadora y difícil de gestionar, esos días querría poder tener la posibilidad de quedarme a vivir en una de las novelas de Maggie O´Farrell. Me permito usar la metáfora de la bala porque así es el impacto de cada lectura, un proyectil que va directo al corazón pero que también me vuela la cabeza. Siento una profunda admiración por lo que consigue transmitir, por su narrativa, por su maestría. Sé que no tiene el mismo efecto en todos los lectores pero al fin y al cabo, así es esto: simplemente un día encuentras a una escritora, lees su novela y todo encaja. Con el mismo deslumbramiento cegador y apasionado que un enamoramiento.


                                       


Querría quedarme cerca de los hermanos Michael Francis, Monica y Aoife, de sus padres Robert y Gretta, protagonistas todos de Instrucciones para una ola de calor. Querría vivir en una casa en Donegal, junto a Daniel Sullivan y Claudette Wells, ver crecer a sus hijos del mismo modo que hacen ellos, reconfortarles en los momentos difíciles. Sería estupendo poder hacer como Michael J. Fox, subir al Delorean, viajar al pasado y poder decirle a estos personajes de Tiene que ser aquí: tranquilos, no será fácil, habrá dolor y dificultades, pero llegará un día en el que todo irá mejor. 

Otras veces desearía estar en el Stratford del s.XVI, conocer a Agnes, la Anne Hathaway que fue esposa de Shakespeare creada por O´Farrell en su Hamnet. Me gustaría consolarla en ese dolor tan puro, tan desnudo y latente, tan conmovedor.

Dice un fragmento de la contracubierta de Sigo aquíDiecisiete roces con la muerte, como los llama su autora, que pudieron terminar en desastre, diecisiete momentos clave de su vida que revelan una manera de ser y estar en el mundo.
En esos relatos autobiográficos creo que podemos acercarnos y entender mejor a la persona que está detrás de cada novela, el por qué de algunos lugares comunes en toda su obra como la importancia de la familia, la complejidad de este tipo de relaciones horizontales y verticales: de hermanos, de padres e hijos, de madres, maternidades, pérdidas, distanciamientos, acercamientos, secretos, matrimonios y parejas cuyo vínculo se mantiene en un equilibrio más o menos precario. 
Estos temas menores, casi domésticos, los hilos que se entretejen entre personajes, pero también entre esos protagonistas y mis propias obsesiones, son los que hacen que mi interés y fascinación no decaigan. 

Por eso leemos, supongo, para instalarnos en la piel de otros, para sentirnos cerca, para escapar de nuestra realidad y ser espectador de la felicidad o desgracia del otro, la compasión hacia el otro. Desear quedarte a vivir dentro de esas historias, formar parte activa de esas vidas. No creo que, en el fondo, haya muchos escritores que lo consigan en mi caso. Pienso en Kent Haruf, Robert Olmstead, Douglas Kennedy, Margaret Mazzantini, Jodi Picoult, Jojo Moyes...

Y, sin ninguna duda, Maggie O´Farrell que se merecía hoy un hueco este domingo. Por abrir una ventana al exterior y darme tanto en lo que pensar, por el aire fresco, por los latidos del corazón.


4 de julio de 2021

¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?


«¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?»
El día de verano. Mary Oliver.


Es habitual, creo, que tras vivir una situación de estrés, de tragedia o de cambio, valoremos qué conclusiones podemos sacar de la experiencia. Tomar el bloc de notas mental, dividir la página en blanco en dos: a la derecha listar lo malo, a la izquierda lo menos malo. Transcurrido el primer año de pandemia voy haciendo ese ejercicio e intento evaluar de qué manera me ha afectado. 

Pienso que me he convertido en una persona más introvertida, más cauta y reservada. Creo que me ha hecho mirar lo que me rodea y a quienes me rodean de una manera diferente. Me ha hecho más reacia a la exposición, a la discusión e incluso a la opinión (especialmente en las redes). Quizá un poco más juiciosa, menos temeraria a la hora de hablar u opinar públicamente. Lo cierto es que no sé si es algo positivo en términos generales pero es innegable que es un hecho. Busco mi zona de confort en los entornos en los que me siento segura y me alejo de esos otros en los que no me siento cómoda o me llevan a ofrecer mi peor versión. Los años y la pandemia me han alejado del camino de lo que, en mi fuero interno, no quiero ser. Basta con no tomarnos tan en serio.

En los últimos meses, sobre todo con la adaptación al teletrabajo, he tenido la posibilidad de leer y escuchar más (entrevistas, podcast, reportajes, etc...). Una sabe cuándo no tiene nada que decir, cuando es tiempo de llenarse, absorber, prestar atención, de tomar decisiones (y asumirlas) sobre lo que necesitas o no en tu día a día, sobre los espacios en los que crees que puedes aportar algo o nada en absoluto. El tiempo es nuestro recurso más valioso así que, ¿no sería mejor invertirlo en aquello que nos resulte útil y valioso para gestionar nuestra vida? En todo esto pensaba las últimas semanas. 

Hay algo benéfico y sanador en los estados de espera y vigilia en los que solo nos permitimos la osadía de ser meros espectadores, donde la inacción no produce ningún efecto más allá de los que nos transforman interiormente. Dice Maggie O´Farrell en su libro Sigo aquí que «Pululamos todos por ahí como atontados, viviendo un tiempo prestado, hurtando los días, librándonos del destino, resbalando por los resquicios sin saber cuándo va a caernos el hacha encima». 

En este tiempo prestado he leído algunas historias, quizá os hable de ellas en otra entrada. Es curioso cómo, en este mundo globalizado, me sea más cercana la compañía de los libros que la de cientos de contactos. Quizá porque a veces haya más verdad e interés en los libros que en la aparente felicidad detrás de las imágenes de la vida de otros. Pero todo eso lo explica mejor Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura:

«Descubrir los personajes de una historia se parece a conocer gente nueva, comprendiendo su carácter y sus razones. Cuanto más diferentes son esos personajes más nos amplían el horizonte y enriquecen nuestro universo. A través de los libros, anidamos en la piel de otros, acariciamos sus cuerpos y nos hundimos en su mirada. Y, en un mundo narcisista y ególatra, lo mejor que le puede pasar a uno es ser todos».

Y, mientras tanto, sigo pensando en qué respuesta dar a la pregunta del poema de Mary Oliver: ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?





24 de mayo de 2021

Wislawa Szymborska - El odio

 «A lo más que se puede aspirar en la vida es a ser poeta. 
A través de ellos hablan los dioses.»

Juan José Millás.

La poesía siempre tiene algo de atemporalidad, algunos poetas destacan por su mirada certera y porque supieron ver en la condición humana lo suficiente para saber que hay cosas que nunca cambiarán. Llevamos semanas de guerras y odios. Ya ni siquiera tengo ganas de discutir o confrontar opiniones, ni aún cuando leerlas me ponen al borde de la náusea. "No es bueno nunca hacerse de enemigos que no estén a la altura del conflicto" decía Fito Páez. Enseñanzas que traen los años, benditos sean. Así que, como la mayoría de las veces, el consuelo está en los libros y en acercarse a quienes tienen algo que decir, alejados del ruido, cerca de la verdad. El consuelo está en saber cuál quieres que sea tu lado correcto de la Historia y qué has hecho para reivindicarlo. 

Hay que leer a Wislawa Szymborska.


CIERTA GENTE

Cierta gente huyendo de otra gente.
En cierto país bajo el sol
y bajo ciertas nubes.

Dejando atrás sus todos respectivos,
campos sembrados, ciertas gallinas, perros,
espejos en los que ahora sólo el fuego se contempla.

Llevan a la espalda hatillos y cántaros
día tras día más pesados, cuanto más vacíos.

El agotamiento de alguien tiene lugar en silencio,
el arrancamiento a alguien de su pan en el tumulto
y el acunamiento del niño muerto de alguien.

Ante ellos un incesante "por aquí no",
no es ése el puente que necesitan
sobre un río extrañamente rosado.
Alrededor unos disparos, a veces más cerca, a veces más lejos,
en lo alto un avión que parece dar vueltas.

Vendría bien alguna invisibilidad,
alguna oscura pedregosidad,
y aún mejor un no-haber-sido
por un tiempo breve o incluso largo.

Algo todavía ocurrirá, pero dónde y qué.
Alguien saldrá a su encuentro, pero cuándo, quién,
desempeñando qué papel y con qué intenciones.
Si tiene elección,
quizás no quiera ser un enemigo
y los deje con cierta vida por delante.



EL ODIO

Contemplad, qué activo sigue siendo,
qué bien se conserva
en nuestro siglo el odio.
Con qué ligereza afronta grandes obstáculos.
Qué fácil para él saltar, atrapar.

No es como otros sentimientos.
Es más viejo y más joven que ellos al mismo tiempo.
Él mismo crea razones,
que lo despiertan a la vida.
Si se queda dormido, no es nunca el suyo un sueño eterno.
El insomnio no le quita fuerza, antes se la da.

Con religión o sin ella,
lo importante es arrodillarse en la salida.
Con patria o sin ella,
lo importante es lanzarse a correr.
Para empezar no está mal eso de la justicia.
Después ya corre solo.
¡Odio! ¡Odio!
Su rostro lo desfigura una mueca
de éxtasis amoroso.

¡Ay estos otros sentimientos,
enclenques e indolentes!
¿Desde cuándo la fraternidad
puede contar con las multitudes?
¿Alguna vez la compasión
ha llegado primera a la meta?
¿Cuántos admiradores arrastra tras de sí la incertidumbre?
Arrastra sólo el odio, que sabe lo suyo.

Lúcido, inteligente, muy trabajador.
¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?
Cuántas páginas de la historia ha numerado.
Cuántas alfombras de gente ha extendido
en cuántas plazas, en cuántos estadios.

No nos engañemos:
sabe crear belleza. 
Son espléndidos sus resplandores en la oscuridad de la noche.
Estupendas las humaredas de sus explosiones de destellos rosados.
Difícil negar a unas ruinas su pathos
y el vulgar humor
de unas columnas vigorosamente erectas entre ellas.

Es maestro del contraste
entre el estrépito y el silencio,
entre la roja sangre y la blanca nieve.
Y ante todo, jamás le aburre
el tema de un torturador impecable
sobre su víctima mancillada.

Listo en todo momento para nuevos quehaceres.
Si tiene que esperar, espera.
Dicen que es ciego. ¿Ciego?
Tiene el ojo certero del francotirador
y él, sólo él, mira al futuro
confiado.


 (Traducción de David Carrión Sánchez)
El gran número Fin y principio y otros poemas.


One day in Marsala - Vicenzo Utro


29 de abril de 2021

Apuntes para un naufragio - Davide Enia

 En Lampedusa, un pescador, me dijo:
-¿Sabes qué pez ha vuelto? La lubina.
Luego encendió un cigarrillo y lo apuró en silencio.
-¿Y sabes por qué está de vuelta? ¿Sabes de qué se alimentan? Pues eso.
Apagó el cigarrillo y se fue.




Así empieza Apuntes para un naufragio. Lo terminé en mitad de la vergonzosa campaña electoral madrileña y volví a pensar en la importancia de conocer la historia completa. Esta semana rescataban en la costa canaria otra embarcación con tres supervivientes, en el mismo cayuco en el que todavía estaban  24 cadáveres, 24  historias, 24 vidas. Canarias, Cádiz, Lampedusa, Moria...

En los telediarios las mismas imágenes: hombres, mujeres y niños envueltos en mantas térmicas, las mismas noticias sobre tensiones entre la población residente y los recién llegados. Instituciones y políticos tomando decisiones sobre la crisis migratoria. En la calle, ciudadanos que hablan de mujeres irresponsables que emprenden el viaje embarazadas o con niños pequeños, que asocian delincuencia, falta de trabajo y ayudas masivas a los que llegan desde África. Lo hacen sin despeinarse, amparados en afirmaciones que previamente han hecho algunos políticos y sin ningún interés por saber cuánto de verdad o mentira hay en ellas.


Apuntes para un naufragio no pretende ser un ensayo periodístico sobre Lampedusa y la llegada continua de migrantes en busca de una oportunidad. Lo que más me ha gustado de esta especie de crónica que hace Davide Enia es que hay un acercamiento más humano hacia lo que ocurre. Algunos testimonios de migrantes recién llegados, salvados, que traen como equipaje un buen puñado de vivencias trágicas y traumáticas. La esperanza de que lo han conseguido, sin saber que aún no se han acercado ni un poco a lo que están buscando. Intercalados, algunos otros testimonios de los residentes, de quienes prestan ayuda de emergencia cuando pisan la isla o de los buzos que se juegan su propia vida mientras intentan salvar la ajena, y que cuando vienen mal dadas tienen que elegir a quién socorrer primero. Los que deciden detrás de la mesa de sus despachos no se van cada noche a la cama con las imágenes de la vida y la muerte en su memoria, no creo que ninguno se haya enfrentado al estrés postraumático.

    - El  niño es un bebé, la madre muy joven. Están allí, a cinco metros de mí. Y, justo aquí delante, tres personas se están ahogando. ¿A quién salvar, pues, si todos se están hundiendo en el mismo momento? ¿Hacia quién dirigirse? ¿Qué hacer? Calcular. Es todo lo que puede hacerse en determinadas situaciones. Las matemáticas. Tres es más que dos. Tres vidas son una vida más que dos.
        Y no dijo más.
    Fuera el cielo estaba nublado, soplaba viento del sureste, el mar andaba revuelto. Pensaba: todas las veces, cada una de ellas, tengo la sensación nítida de hallarme ante seres humanos que llevan dentro un camposanto entero.


Me gusta encontrarme con lecturas en las que el autor usa un hilo conductor para entrelazar con él su propia historia. Davide Enia habla de la relación con su padre y su tío, pequeñas pinceladas personales que también hablan de pequeñas heridas.

Yo misma lo hago. Tengo la maleta a medio hacer a la espera de poder huir mañana de este Madrid intoxicado por los políticos en campaña, harta de escuchar sandeces, una supuesta forma de vivir a la madrileña que no tiene absolutamente nada que ver con el día a día. Frivolidades que solo pueden decirse desde el privilegio, cuando no tienes que preocuparte de pagar las facturas. Discursos de odio que revuelven el estómago sobre menores extranjeros no acompañados. Lástima que la lectura no cure el fascismo. Apuntes para un naufragio sería un buen regalo para enviar por correo a algunos políticos y a quienes les apoyan.





Cuenta la canción de Ayub Ogada que se acerca la lluvia. Yo pienso que ojalá caiga un aguacero y se lleve el odio, el miedo y la miseria, los intereses políticos, los discursos racistas y a los que los pronuncian.



17 de abril de 2021

El hombre de hojalata - Sarah Winman

«El primer amor tiene algo especial, ¿no crees?, me dijo.
Es intocable para quienes no formaron parte de él. 
Pero es la medida con la que se comparan todos los que vienen después, me dijo.»


Pienso en las palabras con las que quiero comenzar esta entrada. Le doy vueltas a lo que deseo contar, a la pequeña introducción que suele acompañar a cada recomendación. Quiero destacar lo que la hace especial y para eso primero debería de ir al principio, al momento de la elección. Los lectores elegimos nuestras lecturas buscando información, entretenimiento, conocimiento, misterio. Si yo tuviera que contestar al por qué diría que las elijo esperando que se despliegue ante mí un mapa de sentimientos, afectos y emociones, que traten lo universal: el amor, el duelo, la compasión, el odio, la rabia, la humanidad, la calidez. No siempre ocurre, pero cuando pasa puede compararse a muy pocas cosas. Mi querida Miss Brandon me puso tras la pista de esta lectura (lo que empieza a ser una tradición) y ahí estaban el amor, la calidez, la rabia, el duelo... En apenas doscientas páginas El hombre de hojalata de Sarah Winman removió el suelo bajo mis pies.


SINOPSIS

Esta es casi una historia de amor. Ellis y Michael tienen doce años cuando se convierten en amigos inseparables, y durante mucho tiempo lo hacen todo juntos, como pasear en bici por las calles de Oxford, aprender a nadar, descubrir la poesía y hasta esquivar los puños de un padre autoritario. De repente, esta profunda amistad pasa a ser algo más. Una década más tarde, Ellis está casado con una mujer, Annie, y Michael ha desaparecido de sus vidas. ¿Qué ha ocurrido en todos esos años? Esta es casi una historia de amor. Pero las cosas no son así de simples.


No quiero caer en aquello de etiquetar la novela, no creo que encasillarla como lectura LGTBI o compararla con Llámame por tu nombre sea real, suficiente o justo. El hombre de hojalata es la historia de dos jóvenes, de una separación, de vidas y sueños truncados. Es, ante todo un amor o, siendo justos, dos. No hay final feliz y, sin embargo, la autora es capaz de transmitir que lo importante es que ocurrió. Hubo un momento en el que Ellis, Michael y Annie fueron reales y fue una suerte para ellos encontrarse. 


«Descanso hasta que consigo tranquilizarme y respirar con normalidad. Me impulso para salir del agua y me siento en el bordillo con una toalla alrededor de los hombros. Me pregunto cuál será el sonido que emite un corazón al romperse. Pienso que quizás sea silencioso, imperceptible y nada dramático. Como el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»


«(...) Suelta la lámina de madera y se acerca hacia mi despacio. Llegamos el uno al otro en un punto intermedio. Te he echado de menos, dice. Noto en el pecho el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»


Y aún queda espacio para el arte, la música y para la poesía. Vincent van Gogh y sus girasoles, Sinatra y Fly Me to the Moon, Walt Whitman y su ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!.

Hay una manera de narrar desde lo sencillo, desde la verdad, sin artificios, que es capaz de traspasar las páginas de una novela y conseguir aquello que buscamos. Nos atrapa y despliega ese mapa del que os hablaba al principio. Qué difícil conseguirlo con tan poco y qué maravilla cuando ocurre.



21 de marzo de 2021

21 de marzo_Día Mundial de la Poesía

ALMA

Ya se nos permite usar tu nombre.
Ya sabemos que eres inefable,
anémica, muy quebradiza y sospechosa
de las misteriosas culpas de la infancia.
Sabemos que ya no se te permite vivir
ni en la música ni en los árboles al apagarse el sol.
Sabemos (más  bien nos han dicho)
que ya no estás en ningún sitio, en absoluto.
Pero, con todo, oímos tu voz cansada
en el eco, en la queja y en las cartas
que nos escribe, desde el desierto griego, Antígona.

Adam Zagajewski

EL VASO QUEBRADO

Hay veces en que el alma
se quiebra como un vaso,
y antes de que se rompa
y muera (porque las cosas mueren
también), llénalo de agua
y bebe,

quiero decir que dejes
las palabras gastadas, bien lavadas,
en el fondo quebrado
de tu alma,
y, que si pueden, canten.

Francisco Brines.

ALMA

I.
Inquilina del cuerpo
sin contrato de alquiler
II
Esencia irrenunciable    
del ser
III
Moneda de cambio

Itziar Mínguez



21 de marzo - Día Mundial de la Poesía.




20 de marzo de 2021

Hamnet - Maggie O´Farrell

Ser o no ser, de eso se trata;
si para nuestro espíritu es más noble sufrir
las pedradas y dardos de la atroz fortuna
o levantarse en armas contra un mar de aflicciones
y oponiéndose a ellas darles fin. 
Hamlet III. 1.56-60

Llego a la última página de Hamnet y cruzan por mi mente un centenar de pensamientos: mereció cada minuto, cada lágrima, ojalá no tener que despedirme ya, ojalá tener este talento, ojalá poder contar una historia con la maestría de Maggie O´Farrell, qué manera de narrar y crear imágenes, qué manera de conmover y de trasladar sentimientos, qué maravilla de edición y qué traducción tan impecable. Y más, muchos más. ¿Qué pensaría Shakespeare si levantara la cabeza? ¿Qué pensaría Agnes y sus hijas sobre esta segunda vida que les ha regalado O´Farrell?

SINOPSIS

Agnes, una muchacha peculiar que parece no rendir cuentas a nadie y que es capaz de crear misteriosos remedios con sencillas combinaciones de plantas, es la comidilla de Stratford, un pequeño pueblo de Inglaterra. Cuando conoce a un joven preceptor de latín igual de extraordinario que ella, se da cuenta enseguida de que están llamados a formar una familia. Pero su matrimonio se verá puesto a prueba, primero por sus parientes y después por una inesperada desgracia.

Partiendo de la historia familiar de Shakespeare, Maggie O’Farrell transita entre la ficción y la realidad para trazar una hipnótica recreación del suceso que inspiró una de las obras literarias más famosas de todos los tiempos. La autora, lejos de fijarse únicamente en los acontecimientos conocidos, reivindica con ternura las inolvidables figuras que habitan en los márgenes de la historia y ahonda en las pequeñas grandes cuestiones de cualquier existencia: la vida familiar, el afecto, el dolor y la pérdida. El resultado es una prodigiosa novela que ha cosechado un enorme éxito internacional y confirma a O’Farrell como una de las voces más brillantes de la literatura inglesa actual.

Hamnet está en boca de todos, está en las redes, en los periódicos, en las entrevistas a su autora y en los reconocimientos en forma de premios literarios. No necesita de este rincón para incrementar promoción, ventas o visibilidad. Tiene por fortuna toda la atención, así que no pretendo desgranarla ni repetir lo que ya se ha dicho de ella.

Quiero traerla aquí para recordar que en estos tiempos de caos, ruido e incertidumbre esta novela consiguió trasladarme a un lugar seguro, ser espectadora de una familia, un duelo, un amor en mayúsculas y transversal que lo conecta todo y a todos. Recordar que hay escritoras y traductoras que manejan como pocas su oficio, en este mundo editorial plagado de impostores. Qué maravillosa suerte que cayera en manos de Libros del Asteroide.

Hamnet es como mirar a través del ojo de una cerradura, como cuando Agnes toca a alguien en ese lugar de la mano, entre el pulgar y el índice, y lee en las profundidades de su alma. Es reconocer cada emoción, cada gesto y cada imagen a poco que el lector tenga un mínimo de empatía. 

-¿Sabes una cosa? -dice entre dientes-. Nunca me ha cabido en la cabeza que mi hermana te eligiera a ti por encima de todos. Le dije: ¿Por qué quieres casar con ese? No sirve para nada.  -Recoge el cayado y se lo planta entre las piernas-. ¿Sabes lo que me dijo ella?
El marido, tieso como un junco en estos momentos, con los brazos cruzados y los labios apretados, niega con un movimiento de cabeza.
-¿Qué dijo?
-Que de todas las personas que conocía, eras tú la que tenía más cosas escondidas dentro.
El marido lo mira como si no pudiera creer lo que oye. Su expresión es de dolor, de asombro.
-¿Eso dijo?

No dejo de acariciar las páginas de este libro, de releer escenas que aún me dejan los ojos brillantes, de absorber párrafos que leo desde la admiración más profunda, con una envidia que no voy a fingir no sentir. 

No quiero despedirme de ellos. Aún así lo hago, cuando ponga punto y final a esta entrada tomaré Hamnet y lo dejaré junto a aquellas otras novelas, que son muy pocas, de las que un día pensé: ojalá haber podido escribir yo esto, ojalá haber contado yo esta historia.

Si solo leéis un libro en 2021, que sea Hamnet

7 de marzo de 2021

Jasmina y el 8M

Empezaré confesando que yo admiraba mucho a Pérez-Reverte, al periodista más que al escritor. Mientras estaba en la universidad, leí sus crónicas y artículos, compré los libros que las recopilaban y señalé mis favoritos, esos brevísimos párrafos que contaban una historia, una vida entera.

Los años han mitigado esa admiración y ahora digamos que no siento esa necesidad de leerle, especialmente porque se ha convertido en un tipo faltón y arrogante. También sé que algo hizo click y se rompió cuando leí esta columna que publicó el 21 de agosto de 1994 titulado Jasmina y que reproduzco aquí (está extraído de su blog):

La mataron hace dos años justos. Era Sarajevo en la época dura, agosto del 92, cuando las bombas en las colas del agua y el pan, con veinte o treinta muertos diarios y centenares de heridos que se amontonaban, sin luz y sin medicamentos, en los pasillos del hospital de Kosovo. Aunque de nombre y origen musulmán, Jasmina era rubia tirando a pelirroja, y tenía pecas en la cara y en los hombros. Un día estábamos Paco Custodio y Miguel de la Fuente, cámaras de TVE, y el arriba firmante sentados contra el muro de una mezquita demolida a bombazos en la plaza Bascarsija, cuando se acercó Jasmina a pedirnos un cigarrillo. Después preguntó quién era el jefe y sugirió que echásemos un polvo.

No había entonces mucha prostitución en Sarajevo, a pesar del hambre y la miseria; la gente se buscaba la vida manteniendo bastante bien su dignidad. Había chicas que ganaban dinero ofreciéndose como intérpretes a los periodistas en el Holiday Inn, y a menudo intercambiaban con ellos algo más que palabras; pero se trataba, a fin de cuentas, de una relación laboral equitativa, poco más o menos. El caso de Jasmina no era frecuente. Y fue justo eso lo que me sorprendió. Conversamos, se comió uno de nuestros paquetes de galletas, se probó mi casco de kevlar y se guardó en el bolso -un enternecedor bolso de plástico, como el de las niñas- el segundo cigarrillo sin encenderlo, igual que había hecho con el anterior.

Entonces me contó su historia en mal italiano una historia que en aquella ciudad fantasma resultaba poco original: veintitrés años, un padre inválido y sin tabaco, la guerra, el hambre. Jasmina no era exactamente una prostituta, sino que se movía un poco de acá para allá, a pesar de los bombardeos -era una experta en intuir la llegada de los morteros serbios-, consiguiendo algo de vez en cuando. Su precio era tan relativo como todo en aquella ciudad y en aquella guerra: una lata de conservas, un paquete de cigarrillos. Nunca dinero. El dinero que Jasmina podía ganar en Sarajevo no valía para nada.

Prometí conseguirle más tabaco para su padre, y por la noche se presentó en el Holiday Inn vestida de negro para eludir a los francotiradores. Le di un paquete de raciones militares y medio cartón de cigarrillos. Por aquellos días aún había a ratos agua corriente en las habitaciones, el único lugar de Sarajevo que gozaba de ese lujo, y me pidió permiso para darse la primera ducha en más de un mes. Subió a mi habitación, se desnudó en ella y se puso bajo el chorro de agua mientras yo me quedaba apoyado en la puerta, porque era un gustazo mirarla. Tenía un cuerpo blanco y hermoso, con pecas en los hombros y la espalda, y unos pechos pesados y firmes. Nadie es de piedra ni santo varón, e ignoro lo que habría ocurrido en otras circunstancias, pero hay cosas que no se pueden hacer, lujos que uno no debe permitirse a cambio de medio cartón de cigarrillos y una ración de comida. Así que cuando salió de la ducha regresamos abajo, al bar del hotel, y nos bebimos doscientos coñacs con Miguel y Custodio a la luz de una vela mientras los serbios sacudían fuerte, afuera. Después, con su medio cartón y su ración de comida, Jasmina nos dio un beso y se largó corriendo, entre las sombras.

Aún nos la encontramos por la ciudad un par de veces, y siempre le dábamos cigarrillos. Y un día de esos con muchos muertos nos fuimos, como cada vez, a filmar la colecta diaria en la morgue del hospital de Kosovo, y entonces Miguel, que estaba con la cámara al hombro filmando muertos para el telediario de las tres, se vino hacia mí y dijo: echa un vistazo a ver si la conoces. Y eché un vistazo y, en efecto, la conocía. Jasmina estaba en la trasera de un Volkswagen Golf, con un vestido de domingo y su bolsito de plástico y las piernas desnudas colgando sobre el parachoques trasero, con una costra de sangre seca a un lado de la cara, mucho más pálida que bajo la ducha de mi habitación del Holiday Inn. Y tenía los ojos abiertos y ya no sonreía ni volvería a hacerlo nunca.

Miguel, creo, tiene una foto en que estamos ella y yo, y lleva puesto mi casco. Y Miguel se ofreció a regalarme esa foto, pero le dije que se la guardase, gracias, la foto de Jasmina con mi casco puesto. Y hoy he visto en la tele a un ministro español de Exteriores que se llama Javier Solana diciendo que lo de Ruanda es intolerable. Recuerdo que, cuando lo de Jasmina, también oí decir al mismo fulano que aquello era intolerable. A mí, quienes me parecen intolerables son los bocazas sonrientes que llevan tres años autojustificando su impotencia con tan escasa vergüenza. Pero a lo mejor es que yo vi ducharse a Jasmina y ellos no.

Como os decía, algo hizo click en mi cabeza tras leerlo: ¿pretendía el periodista justificar y afirmar que se comportó como un caballero dejando que una chica de moral cuestionable -aprovecha bien el primer párrafo para sembrar la duda e insinuar que no era prostituta pero y posteriormente considera equitativa y tilda de relación laboral el intercambio entre periodistas masculinos e intérpretes femeninas- se duchara sin ninguna privacidad frente a él porque la segunda opción podría haber sido que la comida y los cigarrillos los hubiera conseguido con un intercambio sexual? A mí me lo parece. Me parece que ese relato habría sido muy distinto de haberlo podido contar Jasmina.

Quizá Jasmina habría hablado de que solo contaba con su cuerpo y su inteligencia para poder sobrevivir en una guerra, que tenía que acceder a que un tipo desconocido se colara en el baño para mirar cómo se duchaba y que eso ya era una suerte, porque podría haber tenido que consentir que se la follara a cambio de una ducha, unas galletas y unos cigarrillos. Que tenía que mostrarse agradecida por poder salir indemne y sin las manos vacías de una habitación donde estaban tres extranjeros y que por eso se había despedido con un beso. No sé si Jasmina habría querido ser recordada en un artículo donde se dan detalles de su cuerpo desnudo y de cómo acabó. No sé si habría querido terminar en un artículo que finaliza como si fuera una muesca más en el cinturón de conquistas de Pérez-Reverte porque consiguió verla desnuda y ese recuerdo le resulta más agradable al escritor que conservarla en una foto vestida. Tampoco sé qué opinaría de esas supuestas relaciones en un plano de igualdad entre periodistas y las intérpretes que, al fin y al cabo, trabajaban para ellos.

Se dice que necesitamos un cambio de narrativa, una amplitud en la mirada, dejar de ser contadas con los ojos de los hombres, dejar que seamos nosotras las que podamos contarnos y hablar del mundo que nos rodea desde nuestra perspectiva que, sin ningún género de dudas, es muy distinta de la mirada masculina. Y todo eso pasa por hacer fuerte el feminismo, por seguir luchando por conseguir un lugar donde podamos narrarnos, donde dejemos de ser cosificadas y humilladas, desde el que podamos cambiar todo lo que no funciona para nosotras por el mero hecho de ser mujeres. Ni siquiera voy a enumerar todos los obstáculos y desmanes a los que nos enfrentamos cada día en el mundo. Mañana, 8M, seguiremos reivindicando la igualdad de derechos. Lo haremos por todas las Jasminas, por todas las mujeres, por todas nosotras.

La actriz Saadet Aksoy en la adaptación cinematográfica de La palabra más hermosa, M. Mazzantini.