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23 de febrero de 2020

Bartleby y compañía



«La gloria o el mérito de ciertos hombres consiste en escribir bien; 
el de otros consiste en no escribir.»
Jean de la Bruyère.


Bartleby, el escribiente ha sido mi pequeño gran descubrimiento de este año. Nunca despreciéis el poder de un buen podcast para acercaros a la lectura de un clásico. Hasta el momento no había leído nada de Herman Melville - #shameonme - y la historia me pareció maravillosa.


SINOPSIS
Nos cuenta la historia de un peculiar copista que trabaja en una oficina de Wall Street. Un día, de repente, deja de escribir amparándose en su famosa fórmula: «Preferiría no hacerlo». Nadie sabe de dónde viene este escribiente, prefiere no decirlo, y su futuro es incierto pues prefiere no hacer nada que altere su situación. El abogado, que es el narrador, no sabe cómo actuar ante esta rebeldía, pero al mismo tiempo se siente atraído por tan misteriosa actitud. Su compasión hacia el escribiente, un empleado que no cumple ninguna de sus órdenes, hace de este personaje un ser tan extraño como el propio Bartleby.


La de hoy es una entrada plagada de casualidades que se han ido sucediendo hasta traerme aquí. El relato de Bartleby volvía de vez en cuando a mi cabeza y, en una de mis últimas visitas a la biblioteca, encontré un pequeño ejemplar de Enrique Vila-Matas:  Bartleby y compañía. Y ahora está en forma de edición de bolsillo en mi biblioteca personal.


SINOPSIS
 Señor Rulfo, ¿por qué lleva tantos años sin escribir nada?
 Es que se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias.
Este libro habla de los que dejan de escribir (Rulfo, Rimbaud, Salinger...) e indaga en los motivos de cada uno para preferir no hacerlo. Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que, cuando se le encargaba un trabajo o se le pedía que contara algo sobre su vida, respondía siempre, indefectiblemente diciendo:
 Preferiría no hacerlo.


Creo que a todos nos gustan que nos cuenten historias, anécdotas, cosas que no sabemos. Y eso hace Vila-Matas en esta obra. Saca a la luz a muchos escritores que, o bien dejaron de escribir o, teniendo la oportunidad, nunca lo hicieron. Como el personaje de Melville, preferían no hacerlo. Las razones son a veces sensatas, a veces un poco bizarras. Rulfo, Alfau, Juan Ramón Jiménez, María Lima Mendes, Pepín Bello... ¿por qué, en algún momento de sus vidas, abandonaron el oficio de escribir?

«La excusa del tío Celerino es de las más originales que conozco de entre todas las que han creados los escritores del No para justificar su abandono de la literatura. 

— ¿Que por qué no escribo?— se le oyó decir a Juan Rulfo en Caracas, en 1974—. Pues porque se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias. Siempre andaba platicando conmigo. Pero era muy mentiroso. Todo lo que me contaba eran puras mentiras, y entonces, naturalmente, lo que escribí eran puras mentiras.»




«Me parece genial el tío Celerino que se sacó de la manga Felipe Alfau. Creo que es muy ingenioso decir que uno ha renunciado a la escritura por culpa del trastorno de haber aprendido inglés y haberse hecho sensible a complejidades en las que nunca había reparado.
(...)
— De modo que el inglés le complicó demasiado la vida...»

Menciona a Marianne Jung, autora de algunos poemas que luego Goethe recopiló, publicó -y por tanto, se atribuyó como propios- en la obra el Diván. O la historia de María de la O Lejárraga (los detalles de su vida los conocí al leer Historia de mujeres, de Rosa Montero) esposa del mediocre escritor Gregorio Martínez Sierra que alcanzó la fama por la apropiación de las obras teatrales escritas por María. Cuántas Camile Claudel habrá en el mundo de la literatura...

Entre mis pasajes favoritos está el que habla de la Biblioteca Brautigan, que admite solo manuscritos no publicados, rechazados. (Por lo que he leído, podría haber inspirado el argumento de una de las novelas de David Foenkinos)

«La Biblioteca Brautigan reúne exclusivamente manuscritos que, habiendo sido rechazados por las editoriales a las que fueron presentados, nunca llegaron a publicarse. Esta biblioteca reúne sólo libros abortados. Quienes tengan manuscritos de esta clase y quieran enviarlos a la Biblioteca del No o Biblioteca Brautigan no tienen más que remitirlos a la población de Burlington, en Vermont, Estados Unidos. Sé de buena tinta —aunque allí estén sólo interesados en almacenar mala tinta— que ningún manuscrito es rechazado; todo lo contrario, allí son cuidados y exhibidos con el mayor placer y respeto.»


Leyéndolo recordaba el final del Bartleby de Melville:

«El rumor es éste: Bartleby había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas de Washington, del que fue bruscamente despedido por un cambio en la administración. Cuando pienso en este rumor, apenas puedo expresar la emoción que me embargó. ¡Cartas muertas!, ¿no se parece a hombres muertos? Concebid un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza. ¿Qué ejercicio puede aumentar esa desesperanza como el de manejar continuamente esas cartas muertas y clasificarlas para las llamas? Pues a carretadas las queman todos los años. 
A veces, del papel doblado, el pálido empleado saca un anillo  —el dedo al que estaba destinado quizá se está convirtiendo en polvo en la tumba; un billete enviado con la caridad más diligente —al que podría aliviar, ni come ni siente hambre ya; perdón para quienes murieron desesperando; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.
¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!»

Bibliotecas que guardan manuscritos rechazados y oficinas de correos que almacenan y destruyen las cartas que no consiguen llegar a sus destinatarios... Lo primero real, lo segundo inventado, pero fascinante para mí en ambos casos.
Así es un poco la  literatura.

Hay una afirmación genial, al final de uno de los apuntes (mi favorito) de Vila-Matas en relación a Primo Levi, con el que quería cerrar esta entrada junto a un bello párrafo de Bartleby, el escribiente.

Dice Vila-Matas:

«La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia.»


Y a eso solo se puede responder con una buena muestra:

« Tan cierto es y tan terrible, que hasta cierto punto, el ver o el pensar en la miseria despierta nuestros mejores sentimientos, pero, en ciertos casos especiales, más allá de ese punto ya no lo hace. Se confunden los que afirman que esto se debe al egoísmo inherente del corazón humano. Proviene más bien de una cierta desesperanza de remediar un daño orgánico excesivo. Para un ser sensible, la piedad es a menudo dolor. Y cuando se da uno cuenta al fin que tal piedad no puede conducir a un auxilio efectivo, el sentido común ordena al alma que se deshaga de ella. (...) Podía darle limosna para su cuerpo, pero el cuerpo no le dolía; era su alma la que sufría y yo no podía alcanzarla.»



20 de febrero de 2020

Testamento de juventud, de Vera Brittain

Denunciaba estos días (especialmente en Instagram, con pantallazos bastante gráficos sobre lo que una editorial pretende vender como un buen trabajo de traducción y corrección, cuando en realidad ese trabajo no existe), lo cansada que estoy de encontrar obras mal editadas y de que nos mientan sobre las razones por las que eso ocurre. 
Siempre me he negado a hacer reseñas negativas, por eso no perderé el tiempo en traerlo aquí y darle más publicidad a quienes no cuidan lo que hacen. Para contrarrestar eso, hoy os traigo un ejemplo de edición impecable.

Testamento de juventud, de Vera Brittain, una coedición de Periférica & Errata naturae con la magnífica traducción de Regina López Muñoz. Si veis el nombre de Regina en cualquier libro, os garantizo que la traducción será perfecta. Es su sello.
Si pasáis por una librería y lo veis, hojeadlo, abridlo, oledlo. Es un libro que permanecerá intacto durante años en vuestras estanterías.

Pero no todo es el continente. Testamento de juventud no estaría aquí si no fuera por su contenido. Su SINOPSIS recoge perfectamente lo que encontraréis en estas memorias de la inglesa Vera Brittain.


Vera Brittain dedicó casi veinte años a escribir esta obra portentosa, en la que debía haber espacio «para los seres queridos y también para aquellos a quienes no conoceremos nunca, pero que, no cabe duda, son nuestros iguales». Pocas veces se ha contado la vida de aquella juventud, la que sufrió la Primera Guerra Mundial y la posguerra, con tanta profundidad, elegancia y exactitud. Se combinan aquí las peripecias (siempre verdaderas) de la hija del propietario de una fábrica de papel de provincias que luchaba por emanciparse con las de la joven estudiante de Oxford y con el sufrimiento que esa misma joven, convertida en enfermera, encuentra en el frente durante la guerra; su pasión por el estudio y la literatura con el afecto por muchos de los que la rodearon desde adolescente… Todos sus amigos lucharán en las trincheras, y todos sus amigos vivirán el fin de una época mejor en la que todo parecía más puro e ingenuo.
«Si la guerra me perdona la vida», escribió Brittain a su hermano, «mi único objetivo será inmortalizar en un libro nuestra historia, la de nuestros amigos». Aquel deseo, casi una promesa, se convirtió en uno de los libros de memorias más famosos y conmovedores del siglo XX. A pesar de su interés por ajustarse al marco histórico de lo sucedido y a los datos reales, Vera Brittain, cuando escribe, siempre lo hace en los alrededores de la poesía y de los sentimientos, respaldados por una inteligencia viva y sus fervientes creencias pacifistas y feministas.
Cuando finalmente se publicó, en 1933, Testamento de juventud fue un éxito instantáneo. La primera edición se agotó en pocas semanas; Virginia Woolf anotó en su diario que se sentía impelida a quedarse despierta toda la noche para terminar de leerlo; y cuando apareció su edición americana, The New York Times escribió con entusiasmo que aquella historia autobiográfica era «honesta, reveladora… y desgarradoramente hermosa».

La obra está precedida por las etiquetas: feminista y pacifista. Reconozco que, cuando lo vi me eché a temblar. En torno al feminismo se están enlazando obras, actos y símbolos que nada tienen que ver con el movimiento. Es como cuando dicen que la actuación de Shakira y Jennifer López en un descanso de la Super Bowl es un símbolo, un mensaje al mundo del empoderamiento femenino. Ojos en blanco. Ante afirmaciones así me siento de otro planeta. Llamadme rara



Todos mis temores se disiparon cuando empecé a leer a Vera. Testamento de juventud sorprende por la lucidez en cada afirmación que hace su protagonista, por lo innovador y maduro de su discurso. Me atrevería a decir que escritoras como Virginia Woolf alcanzaron la fama, y personas como Vera Brittain cardaron la lana. El hecho de que su obra no se haya traducido en nuestro país hasta ahora, me parece un claro ejemplo.
Lo mejor, creo, es citarla:

«Yo había resuelto que, casada o no, me mantendría solita, a poder ser mediante la escritura, y que jamás sería una carga económica para mi esposo. Ya entonces juzgaba incompatibles la libertad personal y la dignidad en el matrimonio con la dependencia económica; »

«Pueden atribuirse pocos méritos a la guerra, pero uno de ellos fue poner fin a aquella triste tradición según la cual las enfermedades venéreas o la brutalidad sexual en un marido quedaban sobradamente compensadas por un saldo bancario envidiable.»

«En tiempos de guerra, lo que agota a las mujeres no son las extenuantes tareas desconocidas que les tocan en suerte, ni el miedo constante a la muerte de maridos, enamorados, hermanos o hijos; es el conflicto incesante entre las exigencias personales y las nacionales lo que absorbe toda nuestra energía y quebranta el espíritu.»

«¿Podía transformarme en joven esposa y madre, yo la veterana de guerra, concediendo así de nuevo al destino el poder de hacerme daño, de destruir mi vitalidad y mi capacidad creativa como las había destruido en los años posteriores a 1914?»


Lo mismo ocurre con su mirada pacifista:

«"Es imposible", concluía, "hallar satisfacción alguna en los veinticinco mil alemanes asesinados, mutilados y abandonados a la descomposición; la destrucción del hombre como si fuera una bestia, ya sea éste inglés, francés, alemán o de cualquier otro país, supone un atentado contra el progreso de la civilización."»

«Ojalá todas esas personas que escriben sin pensar sobre "una guerra santa" y esos oradores que no se cansan de repetir que tenemos que seguir adelante sin importar cuánto dure la guerra y lo que ello suponga, pudieran ver al menos a un soldado -por no hablar de diez- víctima del gas mostaza; ojalá pudieran ver a estos pobres hombres achicharrados y plagados de ampollas enormes y supurantes de color mostaza, y ciegos - a veces con carácter temporal, otras veces, permanente-, con los párpados pegajosos y pegados, y dejándose la piel por respirar, con la voz reducida a un murmullo, diciendo que se les cierra la garganta y que saben que van a asfixiarse.»

Reflejó también la situación en la que quedaron aquellos hombres que no fueron a las trincheras, pero que trabajaron para seguir sosteniendo el país:

«El nefasto entendimiento psicológico de las altas esferas obligaba a unas personas que se mataban a trabajar sacando adelante dos y hasta tres empleos a jornada completa a llevar prendas que según la opinión popular los tildaban de "gandules", a la vez que miembros de guarniciones muy ligeras y perfectamente seguras eran elevados a la categoría de héroes. A mi tío, la guerra le costó la vida casi como si hubiera estado en las trincheras; sin embargo, lejos de saborear la "gloria" del sacrificio, ni siquiera se le permitió prescindir de un atavío que lo condenaba a la humillación.»


Testamento de juventud no solo plasma los pensamientos y reflexiones de Vera. El texto incluye fragmentos de cartas (emociona leer las palabras de su hermano y las de su prometido, durante el tiempo que estuvieron en el frente), poemas, referencias literarias, su trabajo de enfermera, la ingenuidad inicial ante el conflicto y la emoción ante las sucesivas pérdidas de amigos y familiares. 

Más de ochocientas páginas llenas de sentido común, sentimiento y rebeldía. Yo creo que, si una persona lee solo este libro, podría dar el año lector por bien empleado.


Quizá algún día brille otra vez el sol,
y yo vea que el cielo todavía es azul,
y vuelva a sentir que no vivo en vano;
aunque viva despojada de ti.

Quizá, a mis pies, las praderas doradas
alegren las horas soleadas de la primavera
y saboree la dulzura de las flores de mayo;
aunque te hayas marchado.

Quizá los bosques resplandezcan en verano,
y recuperan su belleza las rosas rojas,
y las cosechas su abundancia otoñal;
aunque no estés aquí.

Pero aunque el Tiempo generoso renueve la alegría,
hay una, la mayor, que yo no conoceré
porque al perderte mi corazón
hace tiempo que se rompió.

V. B. «QUIZÁ...», PARA R.A.L., 1916
De Versos de una enfermera voluntaria.




12 de febrero de 2020

Los lectores que compraban libros y otras criaturas mitológicas

Desde hace unos días me ronda en la cabeza la pregunta ¿hasta cuándo autor@s y editoriales apelarán a nuestra paciencia? Me refiero a la paciencia de los lectores. En concreto: a los lectores que compramos libros.

Desde luego hubo un antes y un después tras Amazon y también tras el uso y abuso de las redes sociales como plataforma de lanzamiento y spam. Los lectores que compramos libros nos hemos encontrado con:

- Colaboraciones editoriales (y de autores) con influencers, blogs, instagramers, y sorteadores de libros en sus espacios. Nos hemos acostumbrado a ver cómo parte de nuestro pago por un libro va directo a sufragar el envío gratuito a gente que, en algunos casos, no sabe ni escribir ni expresarse con naturalidad (o sin ella), pero que han creado en torno a sus cuentas una acumulación alta de seguidores. Hace unos días saltó la noticia de que iba a empezar a ser obligatorio informar de que tal o cual recomendación de un producto era en realidad publicidad. Creo que tampoco es tan difícil darse cuenta de quienes están leyendo por gusto y quienes por intereses comerciales, solo hay que mirar hacia sus fotografiadas estanterías. Para rizar el rizo, muchos de ellos acaban publicando sus propias obras, codeándose con aquellas personas a las que hace nada reseñaban o publicitaban. ¿Quién dijo que Amazon era todo ventajas o que existía un filtro editorial?

- Libros que se publican sin una corrección exhaustiva o una mala traducción y libros por encima de los 15€ con problemas de maquetación y edición (márgenes inexistentes, tamaño de letra inapropiada, grosor de las páginas no mucho mayor que el del papel de fumar...), ausencia de corrección de estilo y/o ortotipográfica. Incluso con todo eso a la vez. Ocurre en las editoriales (especialmente los sellos que copan la mayor parte del mercado) y en la autopublicación y parece que, como es un mal endémico, tenemos que acostumbrarnos y aceptarlo. No, es inaceptable y nos sentimos indefensos y despreciados ante tales despropósitos. Así que, cuando nos encontramos con una edición perfecta -creo que puedo reducirlo al 10% de mis lecturas, normalmente sellos independientes- alabamos a la editorial o escritor@ en cuestión, por aquello de ser la excepción a esta regla. Así está el nivel. Para que os hagáis una idea, dejo aquí enlazada la completa entrada de Escaparate Literario y el respeto al lector, con sendos y vergonzosos ejemplos.

- Campañas de marketing y spam por parte de los autor@s y seguidores/amistades tan infladas y superficiales que, cuando nos enfrentamos a la lectura del libro nos llevamos una soberana decepción. De verdad, creo que hay bastante gente que debería revisar lo que afirma y sentencia en las redes sobre sus propios libros o los libros de sus colegas. Entiendo que para cada uno, su obra sea lo mejor que ha escrito pero, al afirmarlo (y posteriormente leer sus novelas y decepcionarme) siempre pienso en cuáles han sido sus lecturas de cabecera, en dónde quedó la objetividad y la autocrítica. Aunque alguien vendrá y me dirá: será que no era una lectura para ti. Muy bien, no eres tú, soy yo. Simplemente dejaré de compartir su "criterio" en cuanto a gustos literarios y, por extensión, comprar sus libros o los que recomiende.
Lo de denunciar públicamente los comentarios negativos y el posterior linchamiento de sus contactos al incauto lector (o malintencionado, que de todo hay en la viña del Señor), lo dejamos para otro día.

- Autor@s que apelan al clásico "quien no llora, no mama". Imagino que ocurre en todos los géneros pero, por proximidad, yo conozco especialmente el género romántico. Hace unas semanas se reabría (porque es un debate que nunca muere) la polémica del por qué el género romántico era un género denostado, a raíz de varios artículos sobre el cuadragésimo aniversario del sello Harlequín y los estereotipos y clichés que en ellos se vertían. A mí se me ocurren un millón de razones, pero no las voy a decir porque no-sirve-para-nada. Mucha indignación y muy poca autocrítica, eso es lo que vi. Muchos golpes de pecho pero muy poca reflexión sobre lo que cada cual está aportando al género. Parece que hay mucha obra maestra por ahí que los lectores no hemos descubierto o valorado como tal. En mi opinión, -como ex-lectora del género y de autoras españolas (han quedado reducidas a dos o tres escritoras a las que recomiendo con entusiasmo porque sus novelas se definen y defienden solas)- la pregunta que deberían hacerse es: ¿qué es lo que estoy yo aportando al género? ¿qué es lo que da valor, lo que hace que mi novela esté a la altura de cualquier otro? ¿qué hay de innovador, extraordinario o destacable en mi obra para pensar que merece un lugar especial en el magazine cultural de un periódico?
Creedme, para mí no hay nada peor que ser testigo de la autocomplacencia y de la búsqueda continua de la aprobación que cualquier autor@ hace mediante sus perfiles sociales. En realidad, sí lo hay: leer su novela y confirmar lo que ya sospechabas, que no era lo que te habían vendido. No me imagino a Nora Roberts o a Almudena Grandes haciéndolo, más bien me las imagino currando de lo lindo para intentar ser mejores.
Ayer, Víctor del Árbol escribía un artículo y decía: "Un escritor debería poder abordar sin miedo cualquier tema, a condición de enfrentarse a la autocensura, al narciso que exige su tributo en forma de reconocimiento y aplausos, y aceptar sin caer en la banalidad el rol que su poder sobre la palabra le confiere." Nada más que añadir.

- Premios y galardones literarios que esconden detrás encargos editoriales. Tal cual. Y si no, buscad las bases de alguno de ellos, a ver si lo encontráis o aparecen por generación espontánea.


Vuelvo a mi pregunta de inicio: ¿hasta cuándo editoriales y autor@s apelarán a nuestra paciencia? Porque después de todo lo que he dicho, las editoriales y l@s autor@s se quejan de la falta de ventas, de la piratería y de cómo las plataformas se están comiendo los escasos réditos que dejan las ventas, pero nadie parece hacer autocrítica ni tomar medidas. No hay rectificaciones, reediciones revisadas ni disculpas cuando publican obras mediocres o sin filtro de corrección. No hay pudor en repartir libros de cortesía para que sean otros quienes realicen las labores de marketing. No hay reparos morales a la hora de incluir en el catálogo al famosill@ de turno.

Nuestra paciencia y nuestro bolsillo tiene un límite. Y nuestra memoria. Los lectores que invertimos en libros, que los compramos, empezamos a tener una lista demasiado larga de agravios. Es una pena que, cuando vayamos a la librería o al catálogo de Amazon/Storytel/Nubico, tengamos que sacar esa lista y tachar editoriales y autor@s por las razones equivocadas

O quizá llegue el día en que los lectores que compraban libros estén en el mismo imaginario que los unicornios.