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25 de octubre de 2020

La literatura como puente entre los pueblos - Amos Oz

«Con solo un hombre decir "no quiero", tembló Roma.»

Espartaco.


Los esperábamos, los vientos de la crisis, de la intolerancia, de la vergüenza. Los discursos del odio y la estupidez, con el altavoz político y ciudadano. Los esperábamos porque nunca fueron nuevos, siempre han existido, no cabe exterminio posible. 

Y, sin embargo, es fácil estar al otro lado. No diré que la lectura cura del fanatismo porque sería un error. Nunca nada es blanco o negro y no existe un pensamiento único. Pero puede que sí encontremos alivio en ciertos discursos y en muchos libros. Esos que te salvan, que te interpelan desde sus páginas: mira, aquí, todavía, hay lugar aún para la esperanza. 

Elegid bien la compañía en los tiempos difíciles. Elegid bien con qué alimentáis el alma. Elegid bien las causas por las que merece la pena batirse el cobre.

Los mensajes más extraordinarios, más emotivos y duraderos, los que más he aplicado en la vida los encontré entre las páginas de los libros. A veces quieres decir algo y no encuentras las palabras precisas porque éstas ya han sido pronunciadas por otros. Por eso hoy dejo el inicio del discurso de Amos Oz, el que pronunció al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007.


«Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.

Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo. La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas.

Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás tu camino.

Pero como lector no sólo observas a la mujer que mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza.

Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.

Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana.»

Decía Publio Terencio Africano: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto». «Hombre soy, nada humano me es ajeno» 

Y, sin embargo, impera esa sensación de que una se siente más segura en los libros, que fuera de ellos.




12 de octubre de 2020

Las personas son respetables. Las opiniones, no.


«
Un buen sitio desde el que construir es desde donde todo está perdido.
Otro buen sitio desde el que construir es cuando sabes lo que no quieres.»

María Fornet.



Los domingos o los días como hoy, festivos, me gusta sentarme frente al ordenador con un café recién hecho, la luz entrando por la ventana, el sonido de fondo de alguna canción que me inspire. 

Quisiera hablaros de mis últimas lecturas, de Sostiene Pereira de Tabucci o de Los fuegos de otoño de Némirovsky, pero me cuesta centrarme en eso con todo lo que nos rodea últimamente.


Me acompaña la sensación de perder la fe, de estar atrapada en una sociedad que cada vez tiene menos que aportar, con su fingida felicidad y esa insoportable necesidad de opinar de todo y todos sin filtros.


¿Sabéis esos tutoriales que de vez en cuando aparecen en las redes donde una chica pasa veinte minutos explicándote, a ti mujer, todos los trucos para que, usando un sinfín de potingues, acabes teniendo la cara de otra? Otra mucho más exitosa, más bella, menos tú.
Las redes, la sociedad, cada vez se parece más a eso. Un lugar donde el mensaje está más dirigido a encajar, a triunfar, a mostrarte con suficiente maquillaje, sin rendir cuentas de ello. Una aceptable tiranía. De verdad os digo que si ese es el camino del éxito, no estoy dispuesta a recorrerlo.

¿Recordáis esa icónica escena de Origen, de Christopher Nolan? Aquella en la que Di Caprio dice:

«-¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Una bacteria? ¿Un virus? ¿Una lombriz intestinal?
- Lo que el Sr. Cobb intenta decir...
-Una idea. Resistente, muy contagiosa. Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro es casi imposible erradicarla.»

Estamos rodeados de personas con ideas, personas más que dispuestas a defenderlas, a darlas por válidas y a seguirlas a ciegas. Ideas que no podría compartir ni en un millón de años. Por eso, quizá, resulte un auténtico consuelo escuchar a Adela Cortina, filosofa y catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, en su charla "Una lección de ética frente a la intolerancia", cuando dice:


«(...) Hay que distinguir dos cosas muy claramente. A las personas, a las personas hay que respetarlas siempre. A las personas. Otra cosa son sus opiniones. No todas las opiniones son respetables, ni muchísimo menos. Y recuerdo que, después de la época de Franco, que estábamos todos muy modosos, la gente decía cualquier tontería y se decía: “Esa es una opinión y, por lo tanto, muy respetable”. Pues no.

Hay opiniones que son nada respetables. Las personas son respetables, las opiniones, no. Las opiniones se tienen que ganar el respeto. Y lo que no se pueden tolerar son las opiniones que no son respetables. Entonces, hay que ser tolerante con las personas que son intolerantes, pero no con sus opiniones, no con sus puntos de vista. (...)

(...) Pero por eso tenemos que hacer la tarea ética y tenemos que hablar mucho en las sociedades de esto en voz alta y argumentar y desvelar juntos qué es lo que nos parece que, efectivamente, sí es respetable y qué no lo es ya. Porque, si no, al final cada quien dice lo que se le ocurre y parece que es todo igualmente valioso. Pues mire, no. Hay cosas que no son admisibles, que no son presentables y que no son respetables, y otras que sí y que hay que abundar mucho en ello.»

Empezaba esta entrada con las palabras de María Fornet: un buen sitio desde el que construir es desde donde todo está perdido.

En eso estamos. Construyendo desde donde todo está perdido. Resistiendo. Porque, en palabras del profesor de filosofía Josep María Esquirol«El resistente se resiste al dominio y a la victoria del egoísmo, a la indiferencia, al imperio de la actualidad y a la ceguera del destino, a la retórica sin palabra, al absurdo, al mal y a la injusticia.»

Voy a cerrar esta entrada con un poema de Enrique Gracia Trinidad, recogido en 11-M. Poemas contra el olvido.

Toda una declaración de intenciones, una revolución.


«No»


No hay bandera que valga un sólo muerto.

No hay fe que se sujete con el crimen.

No hay dios que se merezca un sacrificio.

No hay patria que se gane con mentiras.

No hay futuro que viva sobre el miedo.

No hay tradición que ampare la ignominia.

No hay honor que se lave con la sangre.

No hay razón que requiera la miseria.

No hay paz que se alimente de venganza.

No hay progreso que exija la injusticia.

No hay voz que justifique una mordaza.

No hay justicia que llegue de una herida.

No hay libertad que nazca en la vergüenza.




«La vida en común depende del comer juntos, y de ahí que todas las imágenes de aislamiento -que no de soledad- tengan algo perturbador. El pan, la sal, la fiesta, el duelo y la paz: de todo esto que se comparte depende la siempre difícil y precaria comunidad del nosotros.»
(Josep María Esquirol. La resistencia íntima)