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7 de marzo de 2021

Jasmina y el 8M

Empezaré confesando que yo admiraba mucho a Pérez-Reverte, al periodista más que al escritor. Mientras estaba en la universidad, leí sus crónicas y artículos, compré los libros que las recopilaban y señalé mis favoritos, esos brevísimos párrafos que contaban una historia, una vida entera.

Los años han mitigado esa admiración y ahora digamos que no siento esa necesidad de leerle, especialmente porque se ha convertido en un tipo faltón y arrogante. También sé que algo hizo click y se rompió cuando leí esta columna que publicó el 21 de agosto de 1994 titulado Jasmina y que reproduzco aquí (está extraído de su blog):

La mataron hace dos años justos. Era Sarajevo en la época dura, agosto del 92, cuando las bombas en las colas del agua y el pan, con veinte o treinta muertos diarios y centenares de heridos que se amontonaban, sin luz y sin medicamentos, en los pasillos del hospital de Kosovo. Aunque de nombre y origen musulmán, Jasmina era rubia tirando a pelirroja, y tenía pecas en la cara y en los hombros. Un día estábamos Paco Custodio y Miguel de la Fuente, cámaras de TVE, y el arriba firmante sentados contra el muro de una mezquita demolida a bombazos en la plaza Bascarsija, cuando se acercó Jasmina a pedirnos un cigarrillo. Después preguntó quién era el jefe y sugirió que echásemos un polvo.

No había entonces mucha prostitución en Sarajevo, a pesar del hambre y la miseria; la gente se buscaba la vida manteniendo bastante bien su dignidad. Había chicas que ganaban dinero ofreciéndose como intérpretes a los periodistas en el Holiday Inn, y a menudo intercambiaban con ellos algo más que palabras; pero se trataba, a fin de cuentas, de una relación laboral equitativa, poco más o menos. El caso de Jasmina no era frecuente. Y fue justo eso lo que me sorprendió. Conversamos, se comió uno de nuestros paquetes de galletas, se probó mi casco de kevlar y se guardó en el bolso -un enternecedor bolso de plástico, como el de las niñas- el segundo cigarrillo sin encenderlo, igual que había hecho con el anterior.

Entonces me contó su historia en mal italiano una historia que en aquella ciudad fantasma resultaba poco original: veintitrés años, un padre inválido y sin tabaco, la guerra, el hambre. Jasmina no era exactamente una prostituta, sino que se movía un poco de acá para allá, a pesar de los bombardeos -era una experta en intuir la llegada de los morteros serbios-, consiguiendo algo de vez en cuando. Su precio era tan relativo como todo en aquella ciudad y en aquella guerra: una lata de conservas, un paquete de cigarrillos. Nunca dinero. El dinero que Jasmina podía ganar en Sarajevo no valía para nada.

Prometí conseguirle más tabaco para su padre, y por la noche se presentó en el Holiday Inn vestida de negro para eludir a los francotiradores. Le di un paquete de raciones militares y medio cartón de cigarrillos. Por aquellos días aún había a ratos agua corriente en las habitaciones, el único lugar de Sarajevo que gozaba de ese lujo, y me pidió permiso para darse la primera ducha en más de un mes. Subió a mi habitación, se desnudó en ella y se puso bajo el chorro de agua mientras yo me quedaba apoyado en la puerta, porque era un gustazo mirarla. Tenía un cuerpo blanco y hermoso, con pecas en los hombros y la espalda, y unos pechos pesados y firmes. Nadie es de piedra ni santo varón, e ignoro lo que habría ocurrido en otras circunstancias, pero hay cosas que no se pueden hacer, lujos que uno no debe permitirse a cambio de medio cartón de cigarrillos y una ración de comida. Así que cuando salió de la ducha regresamos abajo, al bar del hotel, y nos bebimos doscientos coñacs con Miguel y Custodio a la luz de una vela mientras los serbios sacudían fuerte, afuera. Después, con su medio cartón y su ración de comida, Jasmina nos dio un beso y se largó corriendo, entre las sombras.

Aún nos la encontramos por la ciudad un par de veces, y siempre le dábamos cigarrillos. Y un día de esos con muchos muertos nos fuimos, como cada vez, a filmar la colecta diaria en la morgue del hospital de Kosovo, y entonces Miguel, que estaba con la cámara al hombro filmando muertos para el telediario de las tres, se vino hacia mí y dijo: echa un vistazo a ver si la conoces. Y eché un vistazo y, en efecto, la conocía. Jasmina estaba en la trasera de un Volkswagen Golf, con un vestido de domingo y su bolsito de plástico y las piernas desnudas colgando sobre el parachoques trasero, con una costra de sangre seca a un lado de la cara, mucho más pálida que bajo la ducha de mi habitación del Holiday Inn. Y tenía los ojos abiertos y ya no sonreía ni volvería a hacerlo nunca.

Miguel, creo, tiene una foto en que estamos ella y yo, y lleva puesto mi casco. Y Miguel se ofreció a regalarme esa foto, pero le dije que se la guardase, gracias, la foto de Jasmina con mi casco puesto. Y hoy he visto en la tele a un ministro español de Exteriores que se llama Javier Solana diciendo que lo de Ruanda es intolerable. Recuerdo que, cuando lo de Jasmina, también oí decir al mismo fulano que aquello era intolerable. A mí, quienes me parecen intolerables son los bocazas sonrientes que llevan tres años autojustificando su impotencia con tan escasa vergüenza. Pero a lo mejor es que yo vi ducharse a Jasmina y ellos no.

Como os decía, algo hizo click en mi cabeza tras leerlo: ¿pretendía el periodista justificar y afirmar que se comportó como un caballero dejando que una chica de moral cuestionable -aprovecha bien el primer párrafo para sembrar la duda e insinuar que no era prostituta pero y posteriormente considera equitativa y tilda de relación laboral el intercambio entre periodistas masculinos e intérpretes femeninas- se duchara sin ninguna privacidad frente a él porque la segunda opción podría haber sido que la comida y los cigarrillos los hubiera conseguido con un intercambio sexual? A mí me lo parece. Me parece que ese relato habría sido muy distinto de haberlo podido contar Jasmina.

Quizá Jasmina habría hablado de que solo contaba con su cuerpo y su inteligencia para poder sobrevivir en una guerra, que tenía que acceder a que un tipo desconocido se colara en el baño para mirar cómo se duchaba y que eso ya era una suerte, porque podría haber tenido que consentir que se la follara a cambio de una ducha, unas galletas y unos cigarrillos. Que tenía que mostrarse agradecida por poder salir indemne y sin las manos vacías de una habitación donde estaban tres extranjeros y que por eso se había despedido con un beso. No sé si Jasmina habría querido ser recordada en un artículo donde se dan detalles de su cuerpo desnudo y de cómo acabó. No sé si habría querido terminar en un artículo que finaliza como si fuera una muesca más en el cinturón de conquistas de Pérez-Reverte porque consiguió verla desnuda y ese recuerdo le resulta más agradable al escritor que conservarla en una foto vestida. Tampoco sé qué opinaría de esas supuestas relaciones en un plano de igualdad entre periodistas y las intérpretes que, al fin y al cabo, trabajaban para ellos.

Se dice que necesitamos un cambio de narrativa, una amplitud en la mirada, dejar de ser contadas con los ojos de los hombres, dejar que seamos nosotras las que podamos contarnos y hablar del mundo que nos rodea desde nuestra perspectiva que, sin ningún género de dudas, es muy distinta de la mirada masculina. Y todo eso pasa por hacer fuerte el feminismo, por seguir luchando por conseguir un lugar donde podamos narrarnos, donde dejemos de ser cosificadas y humilladas, desde el que podamos cambiar todo lo que no funciona para nosotras por el mero hecho de ser mujeres. Ni siquiera voy a enumerar todos los obstáculos y desmanes a los que nos enfrentamos cada día en el mundo. Mañana, 8M, seguiremos reivindicando la igualdad de derechos. Lo haremos por todas las Jasminas, por todas las mujeres, por todas nosotras.

La actriz Saadet Aksoy en la adaptación cinematográfica de La palabra más hermosa, M. Mazzantini.



6 comentarios:

  1. El gran problema es que, seguro, se cree todo un señor y caballero.
    El gran problema es que no es el único país en el que las mujeres SE PROSTITUYEN por un paquete de tabaco, o por unos tejanos o por un poco de comida.
    Ese es el gran problema, y aún hay MUCHOS, que opinan que eso es una relación CONSENTIDA E DE IGUAL A IGUAL
    ese es el gran problema
    Un beso

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    1. Difícil no indignarse, Pepa. Muy difícil.
      Un beso enorme.

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  2. Podría hablar de lo fría que me han dejado siempre los libros de Reverte, pero no sería el punto. El punto es esa diferencia en la concepción del mundo (que para algunos se diría que gira solo para ellos), el mundo también es nuestro, aunque nos pongan tantos obstáculos para ocupar nuestro espacio. Desde luego yo también me quedo con la mirada de Margaret Mazzantini <3 ¡¡Gracias siempre, Lidia!!

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    1. Esa diferencia en la concepción del mundo, que permite que un hombre hable tan abiertamente de cómo son las cosas y que además le parezca bien (como hace Pérez-Reverte), o que un Fiscal diga en el juicio contra el alcalde Ismael Álvarez: "¿Por qué usted, que ha pasado ese calvario, usted, que no es la empleada de Hipercor [a la] que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos; usted, que no es una empleada de una farmacia o de cualquier sitio, por qué no dice 'se acabó, me voy', y ahí se queda el puesto de concejal?".
      Al menos ahora, creo, muchas de nosotras estamos más dispuestas a no dejar pasar estas afirmaciones como algo anecdótico, a no justificarlo a no permitirlo. Queda mucho por hacer y afortunadamente cada vez son más las voces femeninas que como Mazzantini (y tantísimas otras autoras) están dispuestas a contar la parte invisible de la historia.
      Recuerdo muy bien la emoción que sentimos el día que hicimos huelga. Y aquí seguimos, la emoción intacta.
      Un beso enorme.

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  3. Tu reflexión me parece acertada y profunda, como todo lo que escribes. Ojala llegue a mucha gente y les abra los ojos, porque el lenguaje dice tantas cosas de modo subrepticio que, en ocasiones, nos quedamos solo con la superficie y sí, Reverte, al menos en esta ocasión, escribe de un modo torticero. Sigamos luchando por los cambios, que queda mucho por hacer.

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    1. Queda mucho, Mercedes. Gracias por estar cerquita siempre.
      Un beso enorme.

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