—Por primera vez en mi vida, sabía lo que era la certeza. Podemos pasarnos la vida entera buscando a la persona para la que estamos predestinados. La mayor parte del tiempo aceptamos soluciones a medias, algunas aceptables, otras catastróficas y otras condenadas a naufragar en la callada desesperación y la tristeza de unos horizontes limitados. Pero cuando nos encontramos cara a cara con la persona que nos ofrece la posibilidad de trascender (si es que la encontramos), entonces tenemos que cambiarlo todo, si es necesario, para que todo salga bien. Porque ése es nuestro instante, nuestra hora, y es posible que esa hora sólo nos llegue una o dos veces durante ese lapso de tiempo al que llamamos nuestra vida.
—Nosotros, como las ciudades, podemos cambiar todo lo exterior. Pero lo que no podemos hacer jamás es cambiar la historia que nos ha hecho ser lo que somos, una historia totalmente dictada por la acumulación de las múltiples complejidades de la vida, su capacidad para el asombro y el horror, para el optimismo y la desesperanza, para la luz resplandeciente y la más profunda oscuridad. Somos lo que nos ha pasado. Y llevamos a todas partes lo que nos ha hecho: todo lo que no tuvimos, todo lo que siempre quisimos pero nunca conseguimos, todo lo que conseguimos pero nunca deseamos, todo lo que encontramos y después perdimos...
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