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17 de abril de 2021
El hombre de hojalata - Sarah Winman
Pienso en las palabras con las que quiero comenzar esta entrada. Le doy vueltas a lo que deseo contar, a la pequeña introducción que suele acompañar a cada recomendación. Quiero destacar lo que la hace especial y para eso primero debería de ir al principio, al momento de la elección. Los lectores elegimos nuestras lecturas buscando información, entretenimiento, conocimiento, misterio. Si yo tuviera que contestar al por qué diría que las elijo esperando que se despliegue ante mí un mapa de sentimientos, afectos y emociones, que traten lo universal: el amor, el duelo, la compasión, el odio, la rabia, la humanidad, la calidez. No siempre ocurre, pero cuando pasa puede compararse a muy pocas cosas. Mi querida Miss Brandon me puso tras la pista de esta lectura (lo que empieza a ser una tradición) y ahí estaban el amor, la calidez, la rabia, el duelo... En apenas doscientas páginas El hombre de hojalata de Sarah Winman removió el suelo bajo mis pies.
Esta es casi una historia de amor. Ellis y Michael tienen doce años cuando se convierten en amigos inseparables, y durante mucho tiempo lo hacen todo juntos, como pasear en bici por las calles de Oxford, aprender a nadar, descubrir la poesía y hasta esquivar los puños de un padre autoritario. De repente, esta profunda amistad pasa a ser algo más. Una década más tarde, Ellis está casado con una mujer, Annie, y Michael ha desaparecido de sus vidas. ¿Qué ha ocurrido en todos esos años? Esta es casi una historia de amor. Pero las cosas no son así de simples.
No quiero caer en aquello de etiquetar la novela, no creo que encasillarla como lectura LGTBI o compararla con Llámame por tu nombre sea real, suficiente o justo. El hombre de hojalata es la historia de dos jóvenes, de una separación, de vidas y sueños truncados. Es, ante todo un amor o, siendo justos, dos. No hay final feliz y, sin embargo, la autora es capaz de transmitir que lo importante es que ocurrió. Hubo un momento en el que Ellis, Michael y Annie fueron reales y fue una suerte para ellos encontrarse.
«Descanso hasta que consigo tranquilizarme y respirar con normalidad. Me impulso para salir del agua y me siento en el bordillo con una toalla alrededor de los hombros. Me pregunto cuál será el sonido que emite un corazón al romperse. Pienso que quizás sea silencioso, imperceptible y nada dramático. Como el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»
«(...) Suelta la lámina de madera y se acerca hacia mi despacio. Llegamos el uno al otro en un punto intermedio. Te he echado de menos, dice. Noto en el pecho el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»
Y aún queda espacio para el arte, la música y para la poesía. Vincent van Gogh y sus girasoles, Sinatra y Fly Me to the Moon, Walt Whitman y su ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!.
Hay una manera de narrar desde lo sencillo, desde la verdad, sin artificios, que es capaz de traspasar las páginas de una novela y conseguir aquello que buscamos. Nos atrapa y despliega ese mapa del que os hablaba al principio. Qué difícil conseguirlo con tan poco y qué maravilla cuando ocurre.