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29 de junio de 2020

Vivimos, ergo resistimos

Han pasado casi dos semanas desde mi última entrada. Ayer, mi querida accountability partner publicaba una entrada en su blog titulada In extremis (podéis leerla aquí) relatando lo que supone tener una semana llena de temas pendientes que se quedan en stand by, sin cumplir.


La leía y me sentía muy identificada porque mis últimas dos semanas se reducirían a productividad laboral. Y aparte de eso, bastante poco. Conseguí terminar Grita libertad, de John Briley. Las lecturas que tenía empezadas estaban bien, pero mi cabeza necesitaba algo de ficción, así que recurrí a este libro que es mitad guion de película, mitad relato sobre la vida del activista sudafricano Steve Biko. El resto de mi limitado tiempo de ocio lo he invertido en dejarme conquistar, de nuevo, por la maravillosa serie Downtown Abbey, en versión original. Creo que pocas series pueden aunar tan bien la estética, la fotografía, el retrato de una época, el humor y el drama. Mención aparte merece el elenco de actores y actrices.

Al menos el fin de semana he podido viajar a visitar a parte de mi familia y recordar por qué en Madrid siempre me sentiré un poco forastera. Hay cosas que una siempre sabe.

Empezaba hablando de la entrada de Una bloguera eventual porque leerla me ha hecho ponerme delante de la pantalla y ella, más que ninguna otra, sabe lo importante que es para mí (para nosotras) cumplir con este ritual de enfrentarnos a la hoja en blanco y publicar. Porque así ocurre a veces, necesitas que alguien te motive para pasar a la acción. Sin embargo, mientras la leía pensaba que no quería quedarme con su enfoque, no quería sentir que una semana sin cumplir con los objetivos era una semana perdida. Creo que ya es bastante frustrante sentir que no se llega a todo, como para dejar que la culpabilidad termine de darnos la puntilla. No hay nada de malo en permitirnos, de vez en cuando, algo de compasión.

«Nuestro destino, afirmaba Ortega y Gasset, es nunca lograr lo que nos proponemos y ser pura pretensión, pura utopía, pues  ❝partimos siempre hacia el fracaso y, antes de entrar en la pelea, llevamos ya herida la sien ❞  »
(fragmento de En la ciudad líquida, de Marta Rebón)


Pienso en que, a veces, nuestra mejor intención no cuenta, nuestros esfuerzos no tienen la recompensa merecida o, como me gusta decir en los días en los que todos los trámites y gestiones se tuercen: cada paso, una escalera. Algo de razón tiene Ortega y Gasset: antes de entrar en la pelea, llevamos ya herida la sien.

Pero no me quiero quedar con lo que no conseguimos, con lo que estropeamos, con lo que perdemos. Por eso, cuando descubrí el Kintsugi supe que era ese tipo de cosas de las que querría hablar en el blog. Fue en una serie donde escuché por primera vez el término y su sentido. Google os mostrará miles de fotos y os llevará a su significado a un golpe de clic. Yo vuelvo a recurrir a Marta Rebón y esa manera tan diestra que tiene de explicarlo en su libro:

«Existe una tradición japonesa que se remonta a finales del siglo XV, el Kintsugi, consistente en reparar las piezas de cerámica rotas mediante el encaje y la unión de sus fragmentos con barniz de oro.
Así, la cerámica recupera su forma original, si bien las cicatrices doradas y visibles transforman su esencia estética y evocan el desgaste que el tiempo obra sobre objetos e individuos, la mutabilidad de la identidad y el valor de la imperfección. El kintsugi es una metáfora valiosa para referirse a los límites de la biografía»



Quien sabe. Estas dos semanas sin escribir, sin apenas leer, en las que he sentido que se me ha escapado el tiempo y la vida, quizá también fueran importantes. Quizá por eso hoy escribo intentando unir las piezas, intentando que la ausencia pueda repararse, que apenas se note.

Decía Leonard Cohen: Hay una grieta en todo, así es como entra la luz.


14 de junio de 2020

Mi vida en la carretera - Gloria Steinem

En realidad, no sabemos qué decisiones del presente condicionarán el futuro. Pero tenemos que actuar como si todo lo que hacemos importara. Porque podría ser así. 
Como decía mi madre: «La democracia es una semilla que sólo se puede plantar allá donde estés»


Ni pena ni miedo, es la frase que el poeta Raúl Zurita hizo excavar en el desierto de Atacama, tiene 3.140 metros de longitud y solo puede verse desde el aire.
Me gusta lo que representa, eso de pensar en la posibilidad de una vida sin pena ni miedo, donde sentimientos así no gobernaran  nuestras decisiones.

He pensado en ello al terminar Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem. La editorial Alpha Decay resume bastante bien en la sinopsis lo que vamos a encontrar entre sus páginas.

«Cuando la gente me pregunta por qué aún mantengo la esperanza y mi energía después de todos estos años, siempre digo lo mismo: “porque viajo”. Emprender un camino, y con esto quiero decir que sea el camino quien te lleve a ti, ha cambiado mi forma de ser. La carretera es complicada, de la misma forma en que la vida es complicada. Nos aleja de la negación y nos conduce a la realidad, nos aparta de la teoría y nos lleva a la práctica, elimina las precauciones y te pone en marcha, te hace abandonar la estadística para entrar de lleno en las historias. En otras palabras, te saca de tu cabeza y se adentra en tu corazón.»

Gloria Steinem tuvo una infancia itinerante. Cuando era pequeña, su padre solía meter a toda la familia en el coche y conducir, cada otoño, a lo largo de Estados Unidos en busca de aventuras para ganarse la vida. Y así se plantó la semilla: Steinem se dio cuenta de que crecer no tenía por qué significar estar siempre en el mismo lugar. Así comenzó una vida dedicada al viaje, al activismo y al liderazgo, a escuchar las voces de quienes inspiran el cambio y la revolución. Mi vida en la carretera es la historia amena, conmovedora y profunda de cómo Gloria fue creciendo, y con ella también creció el movimiento revolucionario por la igualdad, desde su primera experiencia de activismo feminista en India a su trabajo como periodista en los años sesenta; del torbellino de las campañas electorales a la fundación de la revista Ms.

Con una prosa rica y reveladora, Gloria nos recuerda que, si vivimos con la mente abierta, atentos y siempre «en la carretera», podemos cambiar, aprender sobre nosotros mismos y entender a los demás.


Me ha resultado bastante enriquecedor leer esta especie de memorias-diario de momentos históricos de mano de esta activista feminista la misma semana que se archivaba el caso 8M: la investigación por un presunto delito de prevaricación al permitirse la manifestación previa a la crisis del coronavirus. La misma semana en la que un periódico sacaba en portada en grandes letras mayúsculas: "Abofeteé a J.K.Rowling y no me arrepiento", palabras del ex-marido de la famosa escritora de la saga Harry Potter. La misma semana en que dicha escritora ha sido también linchada en twitter y acusada de TERF, es decir, de transfobia. Quizá también influya que ya tenía la sangre caliente con la irrisoria condena a los miembros de la manada por su agresión en Pozoblanco, o la sentencia que nos llegó de Argentina en la que absolvían  a seis hombres acusados de violar en grupo a una menor de 16 años alegando que actuaron por "desahogo sexual".

Veréis, a mí hay veces que me dan ganas de tirar la toalla, de no mojarme, de optar por el esta guerra no es mía o el no merece la pena pringarse. Y lo digo porque a pesar de lo que haya podido parecer en el pasado, la polémica me gusta lo justo. Lo que espero conseguir cuando denuncio algo que considero injusto es hacer reflexionar, no tener que estar defendiéndome, ni sentir la condescendencia de ciertos comentarios o ver que hay quien aquí opina una cosa y luego hace otra muy diferente. No por nada sigo sin tener WhatsApp ni Twitter.  Yo creo que ambos me acortarían la vida.
Pero un día lees a Gloria Steinem e inmediatamente piensas en que hay personas como ella que están aquí para cambiar vidas, para mejorarlas o, al menos, para tomar conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor. Simplemente te das cuenta de que la inacción no es una opción.

«Recordad: "Por un clavo se perdió una herradura, por ésta se perdió un caballo, por éste un jinete, por éste se perdió una batalla, y por ésta se perdió la guerra". Esta parábola debería servir de mantra para todos los que opinan que su voto no cuenta.»

Gloria Steinem ha dedicado toda su vida a escuchar a mujeres y a darles voz donde no la tenían. A dar charlas y recaudar fondos para causas particulares o para candidat@s políticas. En su libro, Steinem habla sobre temas muy diversos: desde el sexto sentido que los taxistas tienen con la política y el voto de los ciudadanos, la lucha de las azafatas de vuelo por mejorar su estatus personal y laboral, la situación de las mujeres en los campus universitarios, la importancia de militar políticamente y la de poner en valor a las diferentes comunidades nativas. No negaré que me he perdido en ciertos momentos, quizá por la diversidad de temas que es capaz de abarcar en tan pocas páginas.

«Me he dado cuenta de que el conflicto estimula a los grandes líderes políticos. A mí, en cambio, me estimula escuchar historias ajenas y tratar de dar con soluciones que satisfagan a todos. Ésta es la labor de una activista.»

Menciona también la polémica que se generó entre ella y Betty Friedan, la autora de La mística de la feminidad. Buscando información sobre ello me encuentro con que HBO emite una serie llamada Mrs. America donde se pone de relieve el enfrentamiento que ambas mantuvieron, a pesar de dirigir sus esfuerzos hacia un mismo objetivo: la aprobación de la Enmienda de Igualdad de Derechos.

Quienes opinan que el feminismo es una moda, deberían leer a Gloria Steinem. No importa el tiempo que pase, los mismos problemas a los que se enfrentaba ella y sus contemporáneas, las mismas tristes anécdotas que hablan de discursos políticos que intentan mantener el control sobre el cuerpo de la mujer y de las manifestaciones en contra del movimiento feminista, siguen en nuestros días. Las mismas muestras machistas en los medios de comunicación en forma de titulares que buscan el descrédito de ciertas figuras feministas, las mismas fricciones que dividen al movimiento, la misma falta de justicia, la misma injusticia racial...

«En las elecciones presidenciales de 2008, el presentador derechista Rush Limbaugh se opone a la candidatura demócrata de Hillary Clinton acusándola de llevar trajes con pantalón para ocultar unas piernas "feas", mientras que aplaude a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia de los republicanos por llevar faldas que lucen sus "buenas" piernas.»


«El nombre del órgano vaticano que investiga a las monjas es la Congregación para la Doctrina de la Fe, el mismo que encabezó la Inquisición, conocida como el Holocausto femenino porque nada menos que ocho millones de mujeres curanderas y lideresas de la Europa precristiana fueron asesinadas mediante torturas y quemadas en la hoguera a lo largo de más de cinco siglos. Su principal pecado fue el de transmitir los conocimientos de hierbas abortivas que permitían a las mujeres decidir si querían parir, y en qué momento.»


Citaba al principio la frase de Raúl Zurita porque estoy segura de que la vida de Gloria Steinem no habrá sido un camino de rosas. Ella misma menciona las veces que tuvo que enfrentarse a grupos antiabortistas que la llamaron asesina y a medios de comunicación que obviaban su discurso para poner en valor su físico. Sin embargo, ahí está todo un legado para las nuevas generaciones. Y a mí me ha recordado que hay causas e ideas que merecen ser defendidas y que necesitan de todos los medios disponibles para darles voz o para ser denunciadas. Y deberíamos hacerlo sin pena, ni miedo.




7 de junio de 2020

La belleza de la luz regala el día - Marcos Ordóñez (Una cierta edad)



Sabiduría de Leonard Cohen: 
«Nunca hay que lamentarse. 
Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, 
que sea en los confines estrictos de la dignidad y la belleza 
(Discurso de la recepción del Premio Príncipe de Asturias).»



No debe ser casualidad que mis últimas elecciones lectoras sean ensayos o textos autobiográficos. En concreto estoy enredada en tres lecturas muy diferentes de las que voy extrayendo reflexiones, citas y pensamientos. Son El infinito en un junco, de Irene Vallejo; Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem y Una cierta edad de Marcos Ordóñez. 

Creo que cada una de estas lecturas merece su propio espacio en el blog, así que me centraré en Una cierta edad. Marcos Ordóñez me deslumbró con su novela Detrás del hielo, así que cuando vi que había publicado un libro a modo de dietario/diario, con anotaciones y reflexiones que abarcan desde 2011 a 2016, no me lo pensé.

Ordóñez nació en 1957, tiene la edad de mi madre, y hay momentos en los que soy muy consciente de la diferencia generacional. En sus textos hay referencias literarias y cinematográficas que yo nunca tuve ni tendré. Pero lo curioso es que el libro está salpicado de temas universales y ahí sí que se produce la conexión. 

«Necesitamos la precisión del arte, un arte que fije y nos fije; necesitamos ese punto y aparte que, colocado en el lugar correcto, como pedía Isaak Bábel, nos desgarre el corazón con la fuerza de unas tenazas.»

Una cierta edad habla de cine, de literatura y del oficio de escribir, de la crítica y los críticos, de la sabiduría de la calle y la de las grandes sentencias de ciertos personajes famosos y admirados. Hay un poquito de mirada social y de mirada íntima. Hay anécdotas, un poco de ironía y algunos recuerdos pasados por el tamiz de la felicidad, fugaces y únicos. 

«Toda vida es una sucesión de vidas breves, como bien contó Onetti: por eso nos cuesta siempre reconocernos en las viejas fotos. El problema con las vidas breves es que cuando te parece que ya comprendes el libro de instrucciones de una, llega la siguiente y te pilla siempre sin manual. O al revés: que cuando crees haber aprendido el funcionamiento de la máquina, un tropiezo de raíces muy lejanas te hace ver que no has cambiado tanto como creías. La vida te pone siempre en su sitio: el de un aprendiz. Ahí está la gracia, aunque a veces maldita la gracia que tiene.»

Me reconforta leer los pensamientos de Marcos Ordóñez en estos tiempos convulsos porque ya sabéis que tengo tendencia al pesimismo y lo que ocurre en nuestro mundo no invita al optimismo; a pesar de todo, soy consciente de estar siendo testigo del cambio: una pandemia global, la crisis climática y la migratoria, la lucha feminista y el movimiento contra el racismo... No son meros eslóganes. Espero que en el futuro, los pequeños hitos, queden reflejados en los manuales de Historia. 

«La historia es conocida. Nietzsche en Turín. Una oscura y borrascosa tarde de invierno rompe a llorar y se abraza a un viejo caballo azotado sin piedad por el cochero. Quizás los hombres se dividan entre quienes consideran ese acto como el comienzo de la locura del filósofo y quienes perciban la grandeza de su alma, y lloren también, un poco, y vean en los ojos del viejo caballo a todos los inocentes bajo la fusta de los bárbaros.»

Quizá si un día hiciera como Marcos Ordóñez y decidiera tomar notas sobre lo que ocurre y sobre lo que me importa, todos estos temas llenarían páginas y páginas. ¿No lo es ya acaso, aunque sea un poco, este blog? Pero seguro que también los lugares seguros y comunes que toca el autor y que ya he mencionado. 

Dice Ordóñez«Hablando puedes decir incontables memeces; escribiendo tienes la oportunidad (y diría que la obligación) de repensarlo.»

Puede que suene a obviedad, pero a mí me parece una de esas conclusiones a las que uno llega cuando ha traspasado una cierta edad.