Escribía Marta Sanz un artículo en El País publicado ayer sobre sus sensaciones estos días y, leyéndola, pensaba que no podría haber descrito mejor el momento que atravesamos algunas.
«No quiero ser agorera ni esperanzadora, ni chistosa ni ceniza, ni reflexiva ni decir que también esto pasará o que no pasará nunca. Luego pienso que cada cual hace lo que puede. No sé bien qué pensar ni qué sentir ni cómo comportarme. No me siento cómoda dentro de mi cuerpo. No encuentro la postura: espero que me disculpen un desconcierto que quizá se parezca al estado de ánimo general. Mi momentánea desafinación.»
Quizá esta parálisis, esta observación, traiga consigo una mayor reflexión y toma de conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor y nos ayude a confirmar lo que ya sospechábamos de las personas que nos rodean. También me pregunto qué quedará de nosotros cuando todo esto haya pasado, qué podremos hacer para que entre todos salgamos adelante. Pepe Mújica, expresidente de Uruguay, decía el otro día que un pesimista es un optimista informado. Algo de razón tiene. Me siento pesimista porque resulta obvio cómo esta pandemia ha puesto la cartas sobre la mesa y nos ha mostrado sin paños calientes lo que ya sabíamos, la existencia de los contrarios: el individualismo, la economía, la división entre pobres y ricos, el egoísmo, la solidaridad, la naturaleza y la vida abriéndose paso cuando el ser humano deja de intervenir e interferir, el pillaje, la desigualdad, la precariedad, la crisis de valores, la humanidad reñida con la política y los intereses económicos, los discursos que empiezan con "esa gente que" dejando claro que son "los otros, no yo", el uso del lenguaje bélico para llevar un mensaje de lucha, resistencia y victoria, los gestos que nos muestran que cualquiera lleva un delator dentro...
Para los observadores, este es un momento único, irrepetible. Cómo vamos a sentirnos cómodos en nuestro cuerpo.
Hace unos días, la psicóloga y escritora María Fornet (de la que ya os he hablado y recomendado otras veces) enviaba una de sus Newsletter explicando los mecanismos de nuestra mente para poder sobrellevar todo esto:
«Dependiendo del lugar en el mundo en el que estés y en función de cuál sea la evolución del Innombrable en tu zona, te encuentras en algún punto de la tendencia de una de estas dos curvas. La primera es la de la sensibilización. Si aún sigues en esta progresión ascendente, cada vez que miras datos, escuchas las noticias o lees los periódicos te encuentras más nerviosa, más asustada, con más sensación de que desbordamiento. Pero si ya han concurrido suficientes días desde que todo esto empezó y has pasado por un período de sensibilización anterior, lo probable es que te encuentres dentro de la progresión descendente de la habituación. Eso quiere decir que ha llegado un momento en el que por más que veas las cifras de muertos subir en la tele, la de contagiados, la situación de la pandemia en otros países… sientes que ya no conectas emocionalmente con esa información como lo hacías al principio. O sigues sensibilizándote o te estás habituando. Para pasar de esta segunda curva (la habituación) a la primera, tendría que ocurrir algo con nueva intensidad o nueva frecuencia para que volviésemos a comenzar la progresión ascendente. Es decir, tendrían que ir las cosas rápidamente a peor. Bueno, todo esto no me lo he inventado yo. Forma parte de la teoría del proceso dual propuesta por Groves y Thompson.»
La razón por la que os lo traigo aquí es porque todos necesitamos una tabla de salvación estos días y mi tabla (además de lo obvio: hablar con tu entorno y asegurarte de que están bien) es leer a ciertas personas y darle a cada día que pasa un poco de sentido. No es suficiente con la ficción, salvo la televisiva, que también está resultando reconfortante en muchas ocasiones. Concentrarse estos días nos está costando a muchas. No sé si os ayudará a vosotras, ojalá.
Como este rincón es, sobre todo, un lugar para recomendar lecturas, no quiero irme sin hacer referencia a dos. Aunque he conseguido terminar alguna más, las que os muestro son las que a mí sí me han ayudado a desconectar.
Los secretos que guardamos, de Lara Prescott.
En plena guerra fría, dos secretarias reciben un encargo que cambiará sus vidas para siempre: dejar su aburrido trabajo en Washington como mecanógrafas de la CIA para ayudar a introducir de manera ilegal miles de ejemplares de la novela El doctor Zhivago en la URSS, donde la censura la considera contraria al sistema. Mientras tanto, su autor, Boris Pasternak, con el apoyo incondicional de Olga, su musa y amante, se debate en Rusia sobre la publicación internacional de un libro que podría suponer su consagración como escritor o bien una sentencia de muerte.
A partir de documentos recientemente desclasificados y de una investigación exhaustiva que la ha llevado a viajar de Estados Unidos a Rusia, Lara Prescott ha dado forma a una novela arrebatadora que combina ficción histórica, una trama de intriga política y un romance en el que las partes implicadas no temen enfrentarse al poder, incluso si eso significa poner en peligro sus vidas.
Rialto, 11. Naufragio y pecios de una librería, de Belén Rubiano
Un día de principios de otoño de 2002, la luz de una pequeña y recóndita librería de la plaza del Rialto de Sevilla se apagó, sin ruido ni apenas despedidas, definitivamente. Su fundadora había empezado a vender libros diez años antes en otras librerías, donde aprendió muchas cosas, además de su oficio.
En la sucesión de vivencias que conforman estas deliciosas memorias parciales, Rubiano comparte con los lectores la insobornable vocación que le llevó a establecerse como librera en una esquina del mapa. Y lo hace con humor y con cándida sinceridad, porque salvo la satisfacción de trabajar entre libros y lectores entendemos desde el principio que nada es como había soñado y que en el oficio no faltan tormentas, marejadas y amargas decepciones. Pero también hay, afortunadamente, momentos delirantes, impagables lecciones y grandes alegrías.
Ante todo, la valía de estas páginas, que el lector recorrerá entre la carcajada libre y la más profunda empatía, reside en la vitalidad y el personalísimo estilo con el que Rubiano nos habla de su particular devoción por los libros y de cómo uno puede llegar a arriesgar cualquier seguridad por perseguir un sueño.
Por favor, cuidaos y cuidad de los vuestros. Ahora mismo, a pesar de la economía, es lo más importante. Estar por aquí me ayuda a parar y dedicar un tiempo a "crear algo", pero también hace que me sienta más cerca de vosotras. Os envío mucho ánimo y mucha fuerza y os dejo un párrafo de Belén Rubiano como cierre.
«Se anhela lo que nunca se ha tenido y se añora lo que se tuvo y se perdió. Hay tanta suerte en todos los rincones del verbo añorar que si la juventud no está para arruinarte por pagar su uso, no sé para qué otra cosa puede valer. De verdad que no.»