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31 de diciembre de 2020

Los restos del naufragio - Adiós, 2020.

Cerrar el año como quien llega a la meta de una maratón: exhausta pero feliz de hacerlo. Me siento a hacer balance frente a la hoja en blanco y pienso que ha sido terrible y al instante me digo que aún así queda mucho por salvar de este naufragio. Y, sin embargo, esta entrada pretende ser un ritual, el trozo de papel lleno de todo lo malo que se prende con la intención de que arda y desaparezca.

De todas las frases hechas que se han dicho y oído este año me quedo con que toda esta experiencia nos ha cambiado. En mi caso, siento que lo ha hecho. Ha habido que tomar decisiones difíciles, adaptarnos, agarrar tablas de salvación, tragar saliva y liberarnos de ciertos lastres. He mirado a mi alrededor y he visto a personas a las que quiero viviendo situaciones difíciles, algunas muy alejadas de la pandemia. Cómo no reflexionar o aprender de todo ello. Cómo no salvar a nuestras personas, nuestras lecturas y ficciones de este naufragio.

La poeta Wislawa Szymborska dijo en su discurso de recepción del Premio Nobel: 

«Hay, ha habido y seguirá habiendo un cierto grupo de personas a las que toca la inspiración. Son todos aquellos que conscientemente eligen su trabajo y lo realizan con amor e imaginación. Se encuentra médicos así, y pedagogos, y jardineros, y otros en cien profesiones más. Su trabajo puede ser una aventura sin fin siempre y cuando sean capaces de percibir nuevos desafíos. A pesar de dificultades y fracasos su curiosidad no se enfría. De cada duda resuelta sale volando un enjambre de nuevas preguntas. La inspiración, sea lo que sea, nace de un constante “no sé”.

Personas como ésas no hay muchas. La mayoría de los habitantes de esta tierra trabaja para ganarse la vida, trabaja porque tiene que trabajar. No son ellos mismos quienes con pasión eligen su trabajo, son las circunstancias de la vida las que eligen por ellos. El trabajo que no gusta, el que aburre, valorado sólo porque, incluso siendo desagradable y aburrido, no es accesible para todos, es uno de los peores infortunios humanos. Y no parece que los siglos que vienen vayan a traer algún cambio feliz. Así pues me permito decir que, si bien les quito a los poetas el monopolio de la inspiración, los incluyo, de todos modos, en el pequeño grupo de los favorecidos por el destino.»

La inspiración, las personas que eligen su trabajo -y, añado, la forma en la que han decidido vivir- y lo hacen con amor e imaginación serán siempre pilares en los tiempos difíciles. Tengo la suerte de conocer a mujeres así. Tengo la suerte de leer a autor@s así, que tras el shock inicial me ayudaron a crear una burbuja, un lugar para el consuelo.

No le pido mucho a 2021. Lo miro con la misma expectación con la que este chico de la fotografía (Christmas toys, 1910) mira algo que desea del escaparate.  Decía la escritora y periodista Leila Guerriero (en relación a la polémica del representante de Louise Glück y la editorial Pre-textos): «el único momento en el que puede permitirse la candidez de tener héroes es la infancia.»



Estoy de acuerdo con Leila. Hace mucho que desapareció la candidez de la infancia. Aún así, miro con cierta ilusión hacia el nuevo año, con energía suficiente para afrontar lo que venga. Con la esperanza de que sigamos teniendo alternativas, como las que la poeta Itziar Mínguez recoge en su poema. Con la canción Happy, de Bukahara, y esos mayores que bailan ajenos a todo. Creo que es una buena manera de despedir 2020. 

ALTERNATIVAS

A veces
lo único que puede hacerse
es tomar conciencia
y respirar

otras
cerrar los ojos
y esperar que pase

algunas 
encomendarse a un dios de guardia
y rezar

en ocasiones
cruzarse de brazos
o cruzar los dedos

en eso consiste
básicamente
la vida.

Itziar Mínguez Arnaiz
Que viene el lobo

7 de diciembre de 2020

Lecturas para cerrar 2020

Antes de empezar a escribir he buscado y leído mi entrada sobre los que eran mis propósitos lectores 2020. Las cifras son claras: 5 libros leídos de 16 previstos. Cri-cri.  Luego vino la pandemia y aquí sigue, desestabilizando cada vida. Al menos, creo, cumpliré con las 50 lecturas que fijaba como reto lector al principio del año.

No sé si tendré tiempo o ganas (especialmente con el estrés laboral que se avecina) de hacer un recuento de las mejores lecturas, pero creo que es fácil adivinar que todas las entradas hasta aquí deberían de contar como tales. Así que voy a mencionar algunas de las que me han acompañado estas últimas semanas y que se fueron quedando en el tintero.

El otro día vi esta foto y pensé que bien podría ser una metáfora de algunas vidas, de las nuestras, últimamente. Sé que hay gente que a los que hablamos de lo importantes que son los libros para nosotros -de ese super poder que ejercen para sacarnos de nuestra rutina o nuestros problemas y llevarnos a otro lugar, o de ese otro super poder sanador- nos toman por locos. Lo cierto es que este año, más que ningún otro, los he necesitado y me han mantenido un poco más a flote. También he echado mano de cine y series; la cuestión es que podía irme a dormir sin haber encendido la televisión en todo el día, pero no sin haber abierto las páginas de un libro. Cuando el agua nos ha llegado al cuello, siempre me han quedado los libros. Y buena compañía para hablar de ellos.



Empezaré por No digas nada, de Patrick Radden Keefe. 


En casa nos hemos empapado de todo el cine relacionado con el conflicto armado irlandés: Michael Collins, En el nombre del padre, En el nombre del hijo, The boxer,  Bloody Sunday, El viento que agitaba la cebada, Hunger, ´71, El viaje, Omagh... En 2012 viajamos a Dublín e invertimos un día en Belfast para visitar los barrios más implicados en el conflicto. Allí aún se palpaba la tensión entre católicos y protestantes. Ahora, después de leer No digas nada he entendido mucho mejor lo que había detrás de cada mural, de cada bandera, de cada valla.

Patrick Radden parte del hallazgo de los restos de una mujer, treinta años después de su secuestro a manos del IRA, y realiza una brillante investigación y desarrollo del conflicto irlandés. 

Es una obra imprescindible para acercarse al pasado y el presente en Irlanda del Norte. En definitiva, me ha fascinado.


El consentimiento, de Vanessa Springora.

Sinopsis: Con trece años, Vanessa Springora conoce a Gabriel Matzneff, un apasionado escritor treinta y seis años mayor que ella, tras cuyo prestigio y carisma se esconde un depredador. Después de un meticuloso cortejo, la adolescente se entrega a él en cuerpo y alma, cegada por el amor e ignorante de que sus relaciones con menores llevan años nutriendo su producción literaria. Más de treinta años después de los hechos, Springora narra de forma lúcida y fulgurante esta historia de amor y perversión, y la ambigüedad de su propio consentimiento.

Admiro lo que ha hecho Springora: contar lo que vivió, hacerlo de manera precisa y con la frialdad necesaria para que no sea tachada ni de oportunista ni de vengativa (aunque probablemente lo han hecho y lo seguirán haciendo). Vivimos rodeados de negacionistas

Poner sobre la mesa cómo le ocurrió y cómo un entorno familiar y social fue capaz de permitir (y seguir haciéndolo) algo así en nombre de "la libertad y el amor" son razones suficientes para leerlo.

«La carencia, la carencia de amor como una sed que se lo bebe todo, una sed yonqui que no mira la calidad del producto que le suministran y se inyecta su dosis letal con la certeza de estar haciéndolo bien. Con alivio, gratitud y felicidad.»


La hora violeta, de Sergio del Molino.

Dice la sinopsis: Este libro narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte. 

Sí y no. Es eso y mucho más. Es dolor, es sanación y amor. Y hay admiración ante párrafos así:


«En el poema de Eliot, la hora violeta es esa zona de la tarde en que los oficinistas están a punto de abandonar corriendo sus escritorios rumbo a la promesa de un beso, de un baile, de una cena, de una noche en que sus deseos se frustrarán de nuevo. Es ese temblor previo a la estampida, el instante en que nos quitamos la máscara con que nos presentamos ante el orden burgués y asumimos la máscara de carnaval, la que mejor nos sienta, la que merece la pena. La hora violeta es una taxi que espera en marcha en la parada, con el motor encendido. La hora violeta, en realidad, no existe más que como lugar de paso, como transición molesta y necesaria. Nadie vive en la hora violeta: la gente huye de ella hacia la vida real, hacia la vida normal. Yo tengo que aprender a escapar, pero no he encontrado la manera.»


Noches sin dormir: Último invierno en Nueva York, de Elvira Lindo.

Hubo muchas partes de este diario que me interesaron menos, pero incluso cuando no lo parece, Elvira Lindo siempre tiene algo que decir, algunos pensamientos que me guardo en mi cuaderno de notas, porque solo ella sabe contarlos con las palabras precisas. Ni una más, ni una menos.

«Qué difícil es ser buena amiga, pero cuánto más difícil es ser buena adversaria, no denigrar jamás al otro por mucho que te sientas ofendida. Tras una ofensa, cómo reparas una amistad. Qué difícil es encontrar personas que muestren con sosiego su profundo desacuerdo. Quiere una rodearse de buenos amigos pero, sobre todo, de buenos adversarios.»


Tierra salvaje, de Robert Olmstead

Sinopsis: 

Tierra salvaje reconstruye la época de las grandes matanzas que diezmaron al Bisonte americano y narra, con una prosa de gran potencia y lirismo, la epopeya de las caravanas en la segunda mitad del siglo XIX, dentro de una historia personal de amor, lucha y sacrificio.

Tierra salvaje ha sido mi última lectura y aún me duran los efectos. Es tan difícil encontrar un libro situado en esta época, en la que no se huela el tufillo del western con héroes a lo Clint Eastwood y saloons atestados de prostitutas, que ha sido un placer leerlo de principio a fin. Y no es que no haya escenas crudas, que las hay. Lo que ocurre es que este relato está lleno de verdad, matices y silencios. Una protagonista femenina fuerte y determinada, un protagonista masculino arrollador, y una cantidad de imágenes que siguen en mi cabeza y que no voy a olvidar. 

La edición de Hermida Editores es, además, una maravilla.


«Esa noche Michael pensó que la guerra de los americanos no había sido el fin de algo, sino el comienzo de aprender a matar más fácilmente, de aprender que, por muy destructivos que pudieran ser, eran capaces de serlo aún más. El mundo sería un lugar en guerra. Las naciones se formarían y se llevarían cuanto pudieran. El nuevo mundo sería el viejo mundo, solo que peor. Los dueños de la riqueza, los bebedores de sangre, los hombres que se complacen en su vergüenza..., ésos determinarían quién tenía derecho a vivir libre. Si las personas no eran útiles serían asesinadas.»

Y si solo tuviera que dar una razón para leerlo sería por lo valioso del brevísimo ensayo final del autor. 

«En palabras de la Declaración de Sentimientos redactada en 1848 en la Convención de Derechos de la Mujer de Seneca Falls, Nueva York, estaba "civilmente muerta". No tenía derechos de propiedad, ni siquiera respecto al salario que ganaba. Estaba obligada a la obediencia. La teología, las leyes, la educación, la política, todo eso estaba cerrado para ella.
Pensad en esto: como las mujeres no poseían nada, sus vestidos no necesitaban bolsillos. Y una vez que hayáis pensado en ello, volved a pensarlo una vez más.»


Iniciamos la cuenta atrás para decir adiós a este 2020 que más que darnos, nos ha quitado tanto. Incluida la fe, esa que afirmaba que saldríamos mejores.

Cuidaos mucho. Leed siempre.