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21 de marzo de 2021

21 de marzo_Día Mundial de la Poesía

ALMA

Ya se nos permite usar tu nombre.
Ya sabemos que eres inefable,
anémica, muy quebradiza y sospechosa
de las misteriosas culpas de la infancia.
Sabemos que ya no se te permite vivir
ni en la música ni en los árboles al apagarse el sol.
Sabemos (más  bien nos han dicho)
que ya no estás en ningún sitio, en absoluto.
Pero, con todo, oímos tu voz cansada
en el eco, en la queja y en las cartas
que nos escribe, desde el desierto griego, Antígona.

Adam Zagajewski

EL VASO QUEBRADO

Hay veces en que el alma
se quiebra como un vaso,
y antes de que se rompa
y muera (porque las cosas mueren
también), llénalo de agua
y bebe,

quiero decir que dejes
las palabras gastadas, bien lavadas,
en el fondo quebrado
de tu alma,
y, que si pueden, canten.

Francisco Brines.

ALMA

I.
Inquilina del cuerpo
sin contrato de alquiler
II
Esencia irrenunciable    
del ser
III
Moneda de cambio

Itziar Mínguez



21 de marzo - Día Mundial de la Poesía.




20 de marzo de 2021

Hamnet - Maggie O´Farrell

Ser o no ser, de eso se trata;
si para nuestro espíritu es más noble sufrir
las pedradas y dardos de la atroz fortuna
o levantarse en armas contra un mar de aflicciones
y oponiéndose a ellas darles fin. 
Hamlet III. 1.56-60

Llego a la última página de Hamnet y cruzan por mi mente un centenar de pensamientos: mereció cada minuto, cada lágrima, ojalá no tener que despedirme ya, ojalá tener este talento, ojalá poder contar una historia con la maestría de Maggie O´Farrell, qué manera de narrar y crear imágenes, qué manera de conmover y de trasladar sentimientos, qué maravilla de edición y qué traducción tan impecable. Y más, muchos más. ¿Qué pensaría Shakespeare si levantara la cabeza? ¿Qué pensaría Agnes y sus hijas sobre esta segunda vida que les ha regalado O´Farrell?

SINOPSIS

Agnes, una muchacha peculiar que parece no rendir cuentas a nadie y que es capaz de crear misteriosos remedios con sencillas combinaciones de plantas, es la comidilla de Stratford, un pequeño pueblo de Inglaterra. Cuando conoce a un joven preceptor de latín igual de extraordinario que ella, se da cuenta enseguida de que están llamados a formar una familia. Pero su matrimonio se verá puesto a prueba, primero por sus parientes y después por una inesperada desgracia.

Partiendo de la historia familiar de Shakespeare, Maggie O’Farrell transita entre la ficción y la realidad para trazar una hipnótica recreación del suceso que inspiró una de las obras literarias más famosas de todos los tiempos. La autora, lejos de fijarse únicamente en los acontecimientos conocidos, reivindica con ternura las inolvidables figuras que habitan en los márgenes de la historia y ahonda en las pequeñas grandes cuestiones de cualquier existencia: la vida familiar, el afecto, el dolor y la pérdida. El resultado es una prodigiosa novela que ha cosechado un enorme éxito internacional y confirma a O’Farrell como una de las voces más brillantes de la literatura inglesa actual.

Hamnet está en boca de todos, está en las redes, en los periódicos, en las entrevistas a su autora y en los reconocimientos en forma de premios literarios. No necesita de este rincón para incrementar promoción, ventas o visibilidad. Tiene por fortuna toda la atención, así que no pretendo desgranarla ni repetir lo que ya se ha dicho de ella.

Quiero traerla aquí para recordar que en estos tiempos de caos, ruido e incertidumbre esta novela consiguió trasladarme a un lugar seguro, ser espectadora de una familia, un duelo, un amor en mayúsculas y transversal que lo conecta todo y a todos. Recordar que hay escritoras y traductoras que manejan como pocas su oficio, en este mundo editorial plagado de impostores. Qué maravillosa suerte que cayera en manos de Libros del Asteroide.

Hamnet es como mirar a través del ojo de una cerradura, como cuando Agnes toca a alguien en ese lugar de la mano, entre el pulgar y el índice, y lee en las profundidades de su alma. Es reconocer cada emoción, cada gesto y cada imagen a poco que el lector tenga un mínimo de empatía. 

-¿Sabes una cosa? -dice entre dientes-. Nunca me ha cabido en la cabeza que mi hermana te eligiera a ti por encima de todos. Le dije: ¿Por qué quieres casar con ese? No sirve para nada.  -Recoge el cayado y se lo planta entre las piernas-. ¿Sabes lo que me dijo ella?
El marido, tieso como un junco en estos momentos, con los brazos cruzados y los labios apretados, niega con un movimiento de cabeza.
-¿Qué dijo?
-Que de todas las personas que conocía, eras tú la que tenía más cosas escondidas dentro.
El marido lo mira como si no pudiera creer lo que oye. Su expresión es de dolor, de asombro.
-¿Eso dijo?

No dejo de acariciar las páginas de este libro, de releer escenas que aún me dejan los ojos brillantes, de absorber párrafos que leo desde la admiración más profunda, con una envidia que no voy a fingir no sentir. 

No quiero despedirme de ellos. Aún así lo hago, cuando ponga punto y final a esta entrada tomaré Hamnet y lo dejaré junto a aquellas otras novelas, que son muy pocas, de las que un día pensé: ojalá haber podido escribir yo esto, ojalá haber contado yo esta historia.

Si solo leéis un libro en 2021, que sea Hamnet

7 de marzo de 2021

Jasmina y el 8M

Empezaré confesando que yo admiraba mucho a Pérez-Reverte, al periodista más que al escritor. Mientras estaba en la universidad, leí sus crónicas y artículos, compré los libros que las recopilaban y señalé mis favoritos, esos brevísimos párrafos que contaban una historia, una vida entera.

Los años han mitigado esa admiración y ahora digamos que no siento esa necesidad de leerle, especialmente porque se ha convertido en un tipo faltón y arrogante. También sé que algo hizo click y se rompió cuando leí esta columna que publicó el 21 de agosto de 1994 titulado Jasmina y que reproduzco aquí (está extraído de su blog):

La mataron hace dos años justos. Era Sarajevo en la época dura, agosto del 92, cuando las bombas en las colas del agua y el pan, con veinte o treinta muertos diarios y centenares de heridos que se amontonaban, sin luz y sin medicamentos, en los pasillos del hospital de Kosovo. Aunque de nombre y origen musulmán, Jasmina era rubia tirando a pelirroja, y tenía pecas en la cara y en los hombros. Un día estábamos Paco Custodio y Miguel de la Fuente, cámaras de TVE, y el arriba firmante sentados contra el muro de una mezquita demolida a bombazos en la plaza Bascarsija, cuando se acercó Jasmina a pedirnos un cigarrillo. Después preguntó quién era el jefe y sugirió que echásemos un polvo.

No había entonces mucha prostitución en Sarajevo, a pesar del hambre y la miseria; la gente se buscaba la vida manteniendo bastante bien su dignidad. Había chicas que ganaban dinero ofreciéndose como intérpretes a los periodistas en el Holiday Inn, y a menudo intercambiaban con ellos algo más que palabras; pero se trataba, a fin de cuentas, de una relación laboral equitativa, poco más o menos. El caso de Jasmina no era frecuente. Y fue justo eso lo que me sorprendió. Conversamos, se comió uno de nuestros paquetes de galletas, se probó mi casco de kevlar y se guardó en el bolso -un enternecedor bolso de plástico, como el de las niñas- el segundo cigarrillo sin encenderlo, igual que había hecho con el anterior.

Entonces me contó su historia en mal italiano una historia que en aquella ciudad fantasma resultaba poco original: veintitrés años, un padre inválido y sin tabaco, la guerra, el hambre. Jasmina no era exactamente una prostituta, sino que se movía un poco de acá para allá, a pesar de los bombardeos -era una experta en intuir la llegada de los morteros serbios-, consiguiendo algo de vez en cuando. Su precio era tan relativo como todo en aquella ciudad y en aquella guerra: una lata de conservas, un paquete de cigarrillos. Nunca dinero. El dinero que Jasmina podía ganar en Sarajevo no valía para nada.

Prometí conseguirle más tabaco para su padre, y por la noche se presentó en el Holiday Inn vestida de negro para eludir a los francotiradores. Le di un paquete de raciones militares y medio cartón de cigarrillos. Por aquellos días aún había a ratos agua corriente en las habitaciones, el único lugar de Sarajevo que gozaba de ese lujo, y me pidió permiso para darse la primera ducha en más de un mes. Subió a mi habitación, se desnudó en ella y se puso bajo el chorro de agua mientras yo me quedaba apoyado en la puerta, porque era un gustazo mirarla. Tenía un cuerpo blanco y hermoso, con pecas en los hombros y la espalda, y unos pechos pesados y firmes. Nadie es de piedra ni santo varón, e ignoro lo que habría ocurrido en otras circunstancias, pero hay cosas que no se pueden hacer, lujos que uno no debe permitirse a cambio de medio cartón de cigarrillos y una ración de comida. Así que cuando salió de la ducha regresamos abajo, al bar del hotel, y nos bebimos doscientos coñacs con Miguel y Custodio a la luz de una vela mientras los serbios sacudían fuerte, afuera. Después, con su medio cartón y su ración de comida, Jasmina nos dio un beso y se largó corriendo, entre las sombras.

Aún nos la encontramos por la ciudad un par de veces, y siempre le dábamos cigarrillos. Y un día de esos con muchos muertos nos fuimos, como cada vez, a filmar la colecta diaria en la morgue del hospital de Kosovo, y entonces Miguel, que estaba con la cámara al hombro filmando muertos para el telediario de las tres, se vino hacia mí y dijo: echa un vistazo a ver si la conoces. Y eché un vistazo y, en efecto, la conocía. Jasmina estaba en la trasera de un Volkswagen Golf, con un vestido de domingo y su bolsito de plástico y las piernas desnudas colgando sobre el parachoques trasero, con una costra de sangre seca a un lado de la cara, mucho más pálida que bajo la ducha de mi habitación del Holiday Inn. Y tenía los ojos abiertos y ya no sonreía ni volvería a hacerlo nunca.

Miguel, creo, tiene una foto en que estamos ella y yo, y lleva puesto mi casco. Y Miguel se ofreció a regalarme esa foto, pero le dije que se la guardase, gracias, la foto de Jasmina con mi casco puesto. Y hoy he visto en la tele a un ministro español de Exteriores que se llama Javier Solana diciendo que lo de Ruanda es intolerable. Recuerdo que, cuando lo de Jasmina, también oí decir al mismo fulano que aquello era intolerable. A mí, quienes me parecen intolerables son los bocazas sonrientes que llevan tres años autojustificando su impotencia con tan escasa vergüenza. Pero a lo mejor es que yo vi ducharse a Jasmina y ellos no.

Como os decía, algo hizo click en mi cabeza tras leerlo: ¿pretendía el periodista justificar y afirmar que se comportó como un caballero dejando que una chica de moral cuestionable -aprovecha bien el primer párrafo para sembrar la duda e insinuar que no era prostituta pero y posteriormente considera equitativa y tilda de relación laboral el intercambio entre periodistas masculinos e intérpretes femeninas- se duchara sin ninguna privacidad frente a él porque la segunda opción podría haber sido que la comida y los cigarrillos los hubiera conseguido con un intercambio sexual? A mí me lo parece. Me parece que ese relato habría sido muy distinto de haberlo podido contar Jasmina.

Quizá Jasmina habría hablado de que solo contaba con su cuerpo y su inteligencia para poder sobrevivir en una guerra, que tenía que acceder a que un tipo desconocido se colara en el baño para mirar cómo se duchaba y que eso ya era una suerte, porque podría haber tenido que consentir que se la follara a cambio de una ducha, unas galletas y unos cigarrillos. Que tenía que mostrarse agradecida por poder salir indemne y sin las manos vacías de una habitación donde estaban tres extranjeros y que por eso se había despedido con un beso. No sé si Jasmina habría querido ser recordada en un artículo donde se dan detalles de su cuerpo desnudo y de cómo acabó. No sé si habría querido terminar en un artículo que finaliza como si fuera una muesca más en el cinturón de conquistas de Pérez-Reverte porque consiguió verla desnuda y ese recuerdo le resulta más agradable al escritor que conservarla en una foto vestida. Tampoco sé qué opinaría de esas supuestas relaciones en un plano de igualdad entre periodistas y las intérpretes que, al fin y al cabo, trabajaban para ellos.

Se dice que necesitamos un cambio de narrativa, una amplitud en la mirada, dejar de ser contadas con los ojos de los hombres, dejar que seamos nosotras las que podamos contarnos y hablar del mundo que nos rodea desde nuestra perspectiva que, sin ningún género de dudas, es muy distinta de la mirada masculina. Y todo eso pasa por hacer fuerte el feminismo, por seguir luchando por conseguir un lugar donde podamos narrarnos, donde dejemos de ser cosificadas y humilladas, desde el que podamos cambiar todo lo que no funciona para nosotras por el mero hecho de ser mujeres. Ni siquiera voy a enumerar todos los obstáculos y desmanes a los que nos enfrentamos cada día en el mundo. Mañana, 8M, seguiremos reivindicando la igualdad de derechos. Lo haremos por todas las Jasminas, por todas las mujeres, por todas nosotras.

La actriz Saadet Aksoy en la adaptación cinematográfica de La palabra más hermosa, M. Mazzantini.