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30 de agosto de 2020

A corazón abierto - Elvira Lindo

Elvira Lindo era una autora a la que quería conocer pero nunca me decidía por cuál de sus obras empezar. Entonces me llegó la recomendación y préstamo de su último libro gracias a mi querida Marisa Sicilia. Ella y yo hemos hablado lo suficiente de nuestras familias para que captara en su entusiasta recomendación que esa historia, salvando las distancias, nos tocaba de manera especial a nosotras.

Partiendo de un episodio ocurrido en Madrid en 1939, la narradora de esta historia cuenta la apasionada y tormentosa relación de sus padres, y cómo la personalidad desmedida de él y el corazón débil de ella marcaron el pulso de la vida de toda la familia.

A corazón abierto es una novela que recorre nuestro país a lo largo de un siglo de grandes cambios y encierra un homenaje a una generación, la de quienes permanecieron en España en la inmediata posguerra, aquellos que, sin queja ni lamento, se concentraron en sobrevivir. 

Desde la mirada empática y curiosa de una gran observadora que sabe transformar en ficción cada destello de la memoria, Elvira Lindo convierte a sus padres en personajes literarios para aproximarse a ellos con libertad, lucidez y sabiduría. Como si de una composición musical se tratara, cada capítulo es una demostración de gran técnica puesta al servicio del puro placer de narrar las luces y las sombras de un pasado convertido para siempre en gran literatura.


Antes de iniciar la lectura creía que A corazón abierto era un homenaje a sus padres y, en cierto modo, puede que lo sea pero no hay nada idílico en lo que cuenta. La autora de Manolito Gafotas hace un ejercicio de memoria y de verdad desde la mirada y experiencia de la hija que reconstruye la vida de sus padres, esa vida llena de claroscuros.

Nunca pensé que encontraría entre sus páginas escenas que a mí me resultan tan tristemente familiares. Comportamientos, situaciones y sentimientos que me situaban frente a un espejo porque yo entendía muy bien lo que había detrás de las palabras de Elvira. Los rencores, las dificultades y malestares, las secuelas que los hijos acabamos acumulando a causa de nuestros padres.

«El estado de ánimo de mi casa dependía de los enfados y las reconciliaciones de mis padres. Era agotador amoldarse a ellos: tras una temporada de silencio y enfrentamientos de pronto una noche los oías charlar animadamente en el cuarto. Yo los odiaba entonces por haberme embarcado en una guerra en la que la paz se firmaba sin contar contigo. Ya casi no me acostumbraba a que estuvieran relajados y cuando les observaba momentos de complicidad me irritaba.»

Se detiene la autora en mostrarnos a ese padre que es víctima de una infancia difícil y que, en cuanto marido y padre dejaba un poco que desear. El retrato de un padre que, en ausencia de su primera esposa, envejece mientras sus hijos crecen y se adaptan a esa especie de fragilidad y bravuconería que suele acompañar a ciertos hombres en la vejez.

«Tiene una necesidad imperiosa de reconocimiento porque siente cómo su presencia se va diluyendo en el tiempo presente. Yo, que no puedo evitar reprenderle, siento pena con frecuencia de este jefe que se quedó sin subordinados, de este padre que perdió una autoridad tantos años indiscutida. Quisiera a veces levantarle el castigo y decirle, papá, durante el día de hoy puedes mandar arbitrariamente tanto como desees y nadie discutirá tus órdenes.»

«A veces, mi hermana y yo torcemos el gesto, porque se presenta a sí mismo como un padre abnegado, casado con una mujer enferma. Un tipo sufrido. Exigimos que cuente la verdad, la que nosotras presenciamos, a alguien que se ha pasado la vida rehuyéndola. Y no deja de ser estéril, y tal vez algo cruel, que queramos que se recuerde a sí mismo con crudeza cuando sabemos que ciertos recuerdos lo atormentan cuando está solo.»

Mi madre y yo hablamos algunas veces del pasado y es curioso como hay muchos acontecimientos felices que ocurrieron pero yo no recuerdo: celebraciones de cumpleaños, anécdotas y estancias en el pueblo con mis abuelos... Mis recuerdos de infancia y adolescencia tienen más que ver con un padre autoritario, con la tensión en ciertas reuniones familiares por la inminencia de comentarios fuera de tono y de lugar que nos incomodaban a todos, el recordatorio de que cada cosa que había en casa era gracias a las espaldas de mi padre. Un padre ausente al que todos en casa, incluida mi madre, teníamos que rendir cuentas. Por eso, quizá, admire a Elvira Lindo y su A corazón abierto. Porque hay una realidad ahí que yo conozco, que no me resulta ajena y ella la ha contado. Hay un dolor, un reconocimiento, una lista de agravios que ciertos hijos hemos ido acumulando hacia nuestros padres y que, para nuestra desgracia, pesan más que los momentos felices. Rencores que no ayudan a construir una relación del todo saludable porque ahí están siempre los resortes de la venganza saltando a la menor oportunidad, para dejar claro que hace tiempo que la autoridad paterna dejó de tener influencia en nuestras decisiones. Esa bola interior que nace y crece y que, a la más mínima señal de consejo o interferencia, amenaza con estallar diciendo: es mi vida y ahora soy yo quién decide cómo vivirla, soy yo la única persona a la que tengo que rendir cuentas, no necesito tu beneplácito y, desde luego, ya no lucho por conseguir tu aprobación. No por nada mi padre me dice que siempre tengo la escopeta cargada.
Hay recuerdos muy vívidos sobre el alivio que supuso independizarse (eufemismo de lo que en realidad era huir) del yugo paterno o ver firmada la sentencia de divorcio.

Elvira Lindo ha escrito este libro cuando su madre y mucho después su padre, han fallecido. Con la paz que supone que tus progenitores no están aquí para ver lo que una hija ha escrito sobre ellos y, por tanto, sin posibilidad de reproches ni escenas de orgullos heridos. Yo lo hago con el convencimiento y tranquilidad de que mis padres nunca sabrán que esta reseña existe y con la certeza de que ellos, quizá también mi hermano, darían un testimonio diferente, puede que más rico, también más compasivo.

Tendría que cerrar esta entrada recomendando esta lectura. Lo hago. Pero especialmente para quienes busquen un poco de alivio y entendimiento en las relaciones paternofiliales, para quienes necesiten que alguien les recuerde que la infancia no es una película americana en la que, desde sus literas y lamparitas que proyectan dibujos infantiles sobre las paredes de la habitación, los hijos de cinco años dan un beso de buenas noches a sus padres y les dicen espontáneamente te quiero. Las familias lo son cada una a su manera, las relaciones no siempre son idílicas. Hay veces que es necesario leer otras historias que te pongan los pies en el suelo y te recuerden que, sin ser perfectas, hay sitio para aceptarlas y entenderlas. Y es curioso lo que ocurre en familias como la de Elvira o como la mía: no vengáis nadie a decirnos que todo fue malo o que no nos queremos porque ahí estáis pinchando en hueso. El amor empieza cuando puedes verbalizar los sentimientos y lo haces a corazón abierto.


19 de agosto de 2020

Hilando fragmentos

«Solo aquel que acepta el vértigo
se merece las cimas»
Benjamín Prado

Hace unos días vi una película que tenía en su entradilla un pequeño fragmento de una entrevista que le hicieron a Jacques Brel -conocido por la famosa canción Ne me quitte pas- en 1971. Decía así:

«No me gusta la gente idiota. La idiotez es simplemente pereza. La idiotez es un tío que vive y se dice, ya tengo suficiente. Es ése que no mueve el culo y por las mañanas no se dice a sí mismo que no es suficiente, que aún no sé lo suficiente, que aún no he visto lo suficiente. La idiotez es una especie de capa de grasa alrededor del corazón y del cerebro.»

Paré la película y anoté la cita porque entiendo el fondo del asunto. 

Pienso mucho estos días en cómo hemos cambiado mientras nos adaptamos a convivir con la pandemia. No hablo de cambio como sociedad, más bien de manera individual. 

Sigo.

Entre los fragmentos que guardé de No entres dócilmente en esa noche quieta de Ricardo Menéndez Salmón se encuentra el siguiente:

«¿Era justo? ¿Razonable? La vida no es justa ni razonable. La vida es lo que sucede, todo en uno, uno en todo, aquí y allí, entonces y ahora, desde el inicio y a cada instante. La vida es un atropello, un anacoluto. La vida es invisibilidad y veneno. Una formidable extensión de tedio y sobresalto que se enciende con estrépito y se apaga como un fósforo.»

Lo que quiero decir, llegados a este punto, es que hay un termino medio, creo, entre lo que dice Brel y Menéndez Salmón.

Tiene que existir, al menos es lo que deseo, una parte de gente que entiende que la vida no es justa ni razonable y que, a pesar de ello, hace todo lo que está en su mano para que no crezca nunca una capa de grasa en su corazón y en su cerebro. Una masa silenciosa que continua luchando por tener una vida fértil, capaz de ofrecer algo valioso  y hacerlo sin ruido. No hablo de mansedumbre. Hablo de eliminar todo lo innecesario, abandonar los altavoces que no dicen nada salvo llevar al enfrentamiento y al desánimo. Hablo de apreciar lo suficiente un paseo por la noche bajo una luna inmensa o la imagen de candidez de unos vencejos que se paran a descansar en un tendedero: ser conscientes de cada pequeño instante que salva un mal día (y en estas palabras va un guiño a una amiga).

Publicaba Laura Ferrero un post en Instragram en el que hacía una lista de cosas a las que sobreviviremos. Y sobreviviremos a esta pandemia, eso es una certeza. Pero cuando lo hagamos ¿qué quedará de nosotros como sociedad y como individuos? Cuando todo pase, cuando en nuestro carnet de vida añadamos la palabra superviviente... ¿Habremos hecho algo para enriquecernos y enriquecer al resto? ¿Nos habremos preguntado en el proceso si sabemos lo suficiente, si hemos visto, sentido, experimentado, lo suficiente? Como dice Benjamín Prado ¿habremos aceptado el vértigo y merecido las cimas?

Yo sigo en proceso de aprendizaje. Observando, en silencio. Lo único que me permito son estos momentos y las charlas con la gente que quiero. Y leer, como antídoto de todo.


TENSA EL ARCO

La poesía:
una ballesta.
Y en el punto de mira, 
un corazón.

Roger Wolfe



8 de agosto de 2020

Los naufragios del corazón - Benoîte Groult


Tengo el ejemplar de Los naufragios de corazón encima de la mesa, a mi izquierda, mientras intento ordenar en una lista mental lo que quiero y no quiero contar de él. Empezaré diciendo que creo que es uno de esos libros que gustan mucho o no gustan nada a los lectores en virtud de los prejuicios, fantasmas y educación que cada uno tiene. Lo que nadie puede negar sin faltar a la verdad es que su autora, Benoîte Groult, domina el oficio de escribir.

La joven George siempre ha veraneado en el pueblo de la costa bretona donde vive Gauvain. Ambos se conocen desde que eran niños. Con el tiempo, él se ha convertido en un tosco marinero que, en teoría, no debería interesar lo más mínimo a alguien como ella, parisina, universitaria y de buena familia. Sin embargo, una noche, los dos se dejarán llevar por una atracción tan poderosa que ignorará cualquier convención social y que, inevitablemente, los unirá en secreto para toda la vida.


El párrafo anterior es parte de la sinopsis, así que las premisas están claras: ésta es la historia de la atracción de un hombre y una mujer que no tienen nada en común y que mantendrán un relación durante toda su vida. De verdad, no penséis que os acabo de estropear alguna sorpresa, porque hay que entrar en sus páginas para entender todo lo que la autora desea contarnos, una historia que no tiene nada de convencional.

Continúa: La escritora Benoîte Groult, famosa entre otras cosas por su reivindicación de los derechos de la mujer, quiso en esta novela dar voz a un personaje femenino profundamente libre y, a través de él, recrear el lenguaje de la pasión y la sexualidad femenina. Al tener como protagonista a una mujer emancipada que narra su deseo y sus experiencias con toda claridad, un terreno tradicionalmente reservado a la visión masculina, la obra se convirtió en un escándalo cuando se publicó en los años ochenta. Sin embargo, hoy en día está considerada una de las grandes historias de amor de la narrativa francesa contemporánea.

Aquí está el quid de la cuestión. Veréis, Groult nació en 1920 y esta novela se publicó en 1988, así que imagino el escándalo porque la protagonista -George- es una mujer que sabe muy bien lo que quiere y lo que no, lo que está dispuesta a aceptar en su vida, sus intereses intelectuales, laborales y sexuales. He dudado en la elección de la última palabra, ¿quiero decir sexuales o quiero decir amorosos? Hay una línea muy fina a lo largo de la novela sobre esta cuestión. Y aquí es donde intervienen los prejuicios del lector, al menos los míos: ¿estamos preparados para aceptar a un personaje femenino que toma las riendas de su vida y de sus deseos desechando las consecuencias que producirán sus actos?

«Escogí darle unas razones menos buenas pero que le parecían más aceptables (más mezquinas también), lo que le proporcionaría más seguridad. Pero el que habla el lenguaje de la razón es el que menos ama, Gauvain ya sabía eso por entonces.»

¿Estamos listos para que una mujer hable sin tapujos sobre su satisfacción sexual? ¿Y qué opinión nos merece el adulterio? ¿Hay razones suficientes para justificarlo o aceptarlo sin que juzguemos a los implicados? ¿Y qué pasa cuando ese personaje femenino manifiesta pensamientos en los que se siente en superioridad intelectual y cultural respecto a su amante?

«—¿Y qué? ¿Te molesta que estén contentos? Tú decides que la gente es estúpida en cuanto se interesa por cosas que a ti no te interesan —subraya Gauvain como si por fin descubriera el abismo que los separa—.»

«A los veinte años, lo queremos todo y podemos esperarlo todo, razonablemente. A los treinta aún creemos que lo conseguiremos. A los cuarenta es demasiado tarde. No somos nosotros los que hemos envejecido, es la esperanza.»

Lo cierto es que yo, a George, la entiendo y no me siento capaz de juzgarla y declararla culpable de actuar y elegir la vida que quiere y mucho menos de expresarlo con palabras. No la culparé de no esconder su deseo y experimentarlo desde su libertad individual. En el fondo ¿lo que sienten George y Gauvain es muy diferente a lo que sentirían los protagonistas de una gran historia de amor cuyas decisiones sean más convencionales o políticamente correctas?

«Iba a decir algo pero no encontraba las palabras cuando sentí la mano de Gauvain en el muslo. Noté cómo le temblaba.
—Sí— murmuré.
Y había muchas cosas en ese sí: sí, te sigo queriendo, pero también sí, es demasiado tarde y no vamos a seguir jugando a esto toda nuestra vida, sería ridículo, ¿no?»

Terminé el libro con algunas dudas despejadas pero pocas certezas, porque las relaciones no siempre son blancas o negras, hay toda una paleta de color en medio.
Certeza podría ser afirmar que es una lectura provocadora, estimulante y que no deja indiferente. Y que hay párrafos e instantes deliciosos. Lo suficiente para que se mantenga largo tiempo en nuestros pensamientos.

Mención aparte merece la edición y traducción de Libros del Asteroide. Es imposible no reconocer el trabajo bien hecho y esa siempre será una buena razón para recomendar un libro.





«Por primera vez desde que se apareció ante mí con el torso desnudo encima de una carreta, entre las espigas maduras, y acabó con mis sistemas (porque una emoción que dura veinte años equivale a un destrozo), ya no era un centauro triunfante, insensible al sufrimiento y al tiempo.»