Todos tenemos temas que nos atraen, incluso nos obsesionan. A mí me pasa con las historias que tratan del cuerpo, de su cuidado, pero no en el sentido estético. Las vivencias, las cicatrices, los daños y la reparación de nuestros cuerpos y el vínculo emocional. El cuerpo y la mente, dos entes unidos en un único individuo. Algo de eso tienen en común películas como De óxido y hueso, La vida secreta de las palabras, El paciente inglés... y libros como Por si me oyes o Reparar a los vivos. ¿No es éste último un título precioso para contar una historia?
Una de esas escenas que tengo grabadas en la memoria es aquella en la que Hanna, protagonista de La vida secreta de las palabras, le habla a Josef sobre la intimidad entre pacientes y enfermeros o cuidadores.
Hanna empieza a preparar una palangana con agua caliente y jabón. Desviste a Josef. Le pone pomada sobre las heridas que todavía parecen recientes. Le frota suavemente con la esponja. Le coge el brazo sano, se lo sube. Le pasa la esponja. Josef se deja hacer.
HANNA
– Cuando estudiaba, en Dubrovnik, siempre temía el momento de limpiar a los enfermos.
Me hacía sentir incómoda pensar que ellos estaban incómodos. Pero me di cuenta de que a la gente le gusta estar limpia, no importa cómo lo hagas, o quién lo haga. Les gusta estar en tus manos, les gusta confiarte su cuerpo, como si no fuera con ellos, como si dijeran <<Es solo mi cuerpo, solo un cuerpo... Nunca sabrás qué pienso realmente, quién soy, solo conocerás la mancha que tengo en el muslo, la cicatriz del costado de cuando me quitaron la vesícula.>> (Fragmento del guion)
Le Havre. Simon Limbres regresa con sus amigos de una adrenalínica sesión de surf. La camioneta en la que viaja choca contra un árbol. Poco después de ser ingresado en el hospital, el joven muere, pero su corazón sigue latiendo. Thomas Remige, un especialista en trasplantes, debe convencer a unos padres en estado de shock de que ese corazón podría seguir viviendo en otro cuerpo. Y salvar, tal vez, una vida. Éste es el contundente arranque de la novela, que mantiene al lector en vilo hasta las últimas líneas.
«Conocí a un enfermero coordinador de trasplantes», declara la escritora francesa, «encargado de recoger el consentimiento de las familias, en pleno duelo. Quedé conmocionada. Hay una forma de heroísmo discreto en los donantes de órganos que me parece mucho más interesante que algunas figuras espectaculares de las que se nos habla sin cesar.»
Reparar a los vivos trata temas tan dispares como la reacción de los padres de Simon Limbres ante la inminente muerte de su hijo de diecinueve años -esas primeras horas de caos emocional ante lo inesperado e irreversible-, y el proceso médico que se inicia ante la posibilidad de donar y trasplantar sus órganos.
Conmueven las reacciones de Marianne y Sean, padres de Simon, que en pocas horas tienen que asimilar el fallecimiento de su hijo, a pesar de que su cuerpo sigue vivo. Impresiona el papel de Thomas, enfermero encargado de conseguir el consentimiento para iniciar la extracción de los órganos sanos de Simon.
(...) Pero los ojos no, los ojos no se los quitan, ¿no? Marianne ahoga un grito pegando la mano a la boca abierta. Sean se estremece, exclama a la vez, ¿cómo?, ¿los ojos?, no, eso nunca, los ojos no. Su gemido se pierde en la habitación. Thomas ha bajado los suyos, lo entiendo.
(...) Porque los ojos de Simon no eran solamente su retina nerviosa, su iris de tafetán, su pupila de un negro puro sobre el cristalino, era su mirada; su piel no era únicamente la malla hilosa de su epidermis, sus cavidades porosas, era su luz y su tacto, los hechizos vivos de su cuerpo.
–El cuerpo de su hijo será restaurado.
La autora nos pone en la piel de enfermeros, cirujanos, familiares y se centra en la donación del corazón a Claire, paciente que está en la lista de espera. Maylis de Kerangal nos convierte en testigos de los protocolos médicos, del seísmo que provoca la muerte de Simon en las vidas de los implicados a corto y a largo plazo.
¿Qué será del amor de Juliette cuando el corazón de Simon comience a latir en un cuerpo desconocido, qué será de cuanto colmaba ese corazón, de sus afectos lentamente depositados en estratos desde el primer día o inoculados aquí y allá en un arrebato de entusiasmo o en un acceso de ira, de sus amistades y sus aversiones, de sus rencores, su vehemencia, sus inclinaciones graves y tiernas? ¿Qué será de las salvas eléctricas que contraían tan fuertemente ese corazón desbordante, lleno, demasiado lleno, ese corazón full?
Si bien es cierto que la última parte es rigurosa y descriptiva en exceso -al menos en mi opinión, ya que presenciamos la intervención quirúrgica como si participáramos de ella- la novela tiene una narrativa rica, cuidada y ese sello inconfundible de ciertas autoras francesas. Las imágenes y escenas que nos llegan a través de las palabras, los sentimientos, la empatía y la belleza que están presentes en sus páginas hacen de esta obra una lectura que se siente y te toca. Después de leerla, necesitaba darle un lugar en este diario de lecturas.
Al quedarse solo, Thomas se desploma en la silla, hunde los dedos en su pelo, en su cabeza, y exhala un largo resoplido. Seguro que se dice que aquello es duro, y quizá que también a él le gustaría hablar, soltar puñetazos en las paredes, patear las basuras, estrellar vasos.
Tal vez sea un sí, más probablemente un no, porque suele pasar – una tercera parte de las entrevistas concluían con una negativa–, pero para Thomas Rémige una negativa límpida era preferible a un consentimiento arrancado en medio de la confusión, obtenido con fórceps, y deplorado a los quince días por personas atormentadas por el arrepentimiento, que perdían el sueño y se hundían en el dolor, hay que pensar en los vivos dice a veces, masticando la punta de una cerilla, hay que pensar en los que se quedan –detrás de la puerta de su despacho, ha prendido la fotocopia de una página de Platónov, obra que nunca ha visto, pero ese fragmento de diálogo entre Voinitzev y Triletzki, que leyó en una revista que corría por la lavandería, le hizo estremecerse como se estremece el chiquillo al descubrir la fortuna, un Dracaufeu en un juego de cartas Pokémon, un ticket de oro en una tableta de chocolate. ¿Qué hacer, Nikolái? Enterrar a los muertos y reparar a los vivos.
Si tenéis curiosidad, en 2017 se estrenó la película basada en la novela. Réparer les vivants. Os dejo el trailer.
Un tema duro, una lectura valiente y una reseña que solo con los pequeños fragmentos ya muestra la brillantez de la autora. Me la guardo para cuando necesite recordar que lo que cuenta es reparar las heridas, que la vida siempre es la prioridad. Preciosa reseña, Lidia.
ResponderEliminarLa novela te estará esperando para cuando te encuentres con fuerzas, porque sí, es una de esas historias donde todas nuestras pequeñas miserias quedan reducidas a la nada ante el dolor de los demás y la reparación de sus vidas.
EliminarNo es que sea una reseña bonita, es que cuando hay autoras que se expresan de la manera en que lo hace Maylis y tienen esa capacidad de conmover con un solo párrafo, todo resulta más fácil.
Un beso.
Lo vi cuando Raquel lo puso en GR y me gustó el título, pero no le presté más atención. Después de leerte creo que es una lectura interesante, pero también creo que hay que cogerla en el momento adecuado, tiene pinta de ser durísima. No sé si algún día tendré tripas para ponerme con ella, pero me la apunto, porque los fragmentos que has puesto me parecen una pasada, qué manera de transmitir tiene la autora. La película sí me gustaría verla, el trailer tiene muy buena pinta.
ResponderEliminar¡Mua!
Hola, Mónica
EliminarSin ninguna duda, hay que cogerla en el momento adecuado, pero esa parte íntima se complementa con el resto de situaciones, de secundarios y el tema quirúrgico, así que se hace más llevadera de lo que parece.
Pero tú lo has dicho ¿cómo después de leer esos fragmentos no intuyes que detrás hay una escritora a la que descubrir?
Un beso.