30 de noviembre de 2021
Nuevo pequeño catálogo de seres y estares.
9 de octubre de 2021
Tengo un nombre - Chanel Miller
Que en los últimos doce meses haya leído: "El consentimiento", de Vanessa Springora, "Creedme", de T. Christian Miller y Ken Armstrong, "She said - La investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein e impulsó el movimiento #MeToo", de Jodi Kantor y Megan Twohey, o "Tengo un nombre" de Chanel Miller, y haya visto documentales como "Gimnasta A: El médico depredador", "La guerra contra las mujeres" o "¿Qué co#o está pasando?" podría ser definido como patrón. O uno de esos temas que me obsesionan, interesa, sobre los quiero tener información suficiente tanto para crearme una opinión como para defenderla. Porque si hay algo seguro es que al menos una vez al mes tratarás con alguien que negará la violencia de género, pondrá en duda a las víctimas de las agresiones sexuales, opinará sobre el último titular de prensa que denuncie alguna de estas situaciones con afirmaciones que solo dejarán en evidencia que hablar es gratis y que se puede decir lo que se quiera bajo el auspicio de la libertad de expresión.
No tenía previsto hacer esta entrada. Esta semana terminé Tengo un nombre, de Chanel Miller y pensé en hacer una reseña de este testimonio. Me dije que, al final, estas lecturas nos interesan siempre a las mismas personas y que ya podía ponerla por las nubes: probablemente nadie que pasara por aquí optaría por añadirla a su wishlist. Pero justo saltó la noticia de que uno de los violadores de la Manada había escrito una carta pidiendo perdón a la víctima. Es curioso que pueda pensarse que es una victoria para la víctima, a la que social e institucionalmente se encargaron de denigrar, poner en duda y juzgar. Lo cierto es que lo que espera este violador, ahora confeso, son beneficios penitenciarios.
26 de septiembre de 2021
La carretera - Cormac McCarthy
Por regla general, los lectores afirmamos que los libros nos salvan, nos reconfortan, nos sanan. No es el caso de lo que he sentido leyendo La carretera de Cormac McCarthy. Pocas lecturas me han impactado y desestabilizado tanto como lo ha hecho esta, con la que su autor ganó el Premio Pulitzer en 2007.
Me acerqué a ella haciendo el camino inverso. Primero gracias a un podcast, después viendo la película que protagonizaba el siempre impecable Viggo Mortensen y, aunque acabé sacudida por ambas experiencias, quise tomar contacto con la fuente, con la novela, y así sentir más de cerca cada detalle y dejar que calara en mí.
SINOPSIS
La carretera transcurre en la inmensidad del territorio norteamericano, un paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente holocausto nuclear.
En un mundo apocalíptico donde llueve ceniza, un hombre y un chico cruzan a pie el territorio norteamericano en dirección al sur. El hambre es mucho más que una preocupación diaria: es la medida de todas las cosas, y las bandas de caníbales asolan el país convertido en un yermo donde solo la barbarie ha echado raíces. El amor de un padre por su hijo es, sin embargo, la única luz de una tierra que ha perdido a sus dioses. Quizá el fuego de la civilización no se haya apagado para siempre.
Lo que encontré fue una novela dura, una experiencia que te produce una honda desazón, un temor visceral a que ese mundo apocalíptico pueda llegar a existir en un futuro no muy lejano. Teniendo en cuenta el cambio climático y las peligrosas manos en las que estamos ¿quién nos asegura que no llegue ese día en el que todo sea destrucción y cenizas? Y si eso ocurre ¿acaso el ser humano no se convertiría en una bestia, en una animal en busca de la supervivencia?
Vi una entrevista que hicieron al autor en la que comentaba que no había pretendido escribir una novela deprimente sino poner en valor la relación, el vínculo y el amor de un padre y un hijo. Creo que la mayor parte de los lectores discrepamos. La carretera es una novela cargada de pesimismo, de escenas terribles donde se respira el miedo a lo que está por venir, a la incertidumbre. La única esperanza, el único rayo de bondad, está representado por ese niño que no ha conocido otro mundo: aquel en la que existía la naturaleza, los animales, un tiempo en el que no había que luchar cada minuto del día por conservar la vida. Dice Cormac McCarthy que si no hubiera tenido un hijo no cree que hubiera escrito esta novela.
«Dormían acurrucados el uno contra el otro envueltos en las malolientes colchas en medio de la oscuridad y el frío. Él abrazando al chico. Tan flaco. Mi corazón, dijo. Mi corazón. Pero sabía que aun siendo un buen padre era muy posible que ella llevara razón en lo que dijo. Que el chico era lo único que había entre él y la muerte.»
Hay una escena hacia el final de la novela en la que padre e hijo llegan a una playa. Es una playa gris, sin ninguna señal de vida ni dentro del agua ni en la orilla. Leí esta parte en otra playa en la que había una arena tostada, un cielo azul, unas aguas transparentes donde se acercaban pequeños peces en cuanto sumergías los pies en la orilla. Una playa en la que a lo lejos estaba el comienzo de África y podías ver sobrevolando el mar a las gaviotas y otros pequeños pájaros marinos. Y, en ese entorno precioso, McCarthy me mostraba esa otra escena terrible de playas grises, solitarias y sin vida. ¿Cómo vas a leer La carretera, con sus imágenes poderosas y escalofriantes, con esa verdad sobre la condición humana que subyace en esa historia y no quedar sobrecogida?
Yo creo que es un libro que habría que leer al menos una vez en la vida. Volveré a ella en el futuro y es, sin ninguna duda, una de mis mejores lecturas de este año.
28 de agosto de 2021
AGOSTO 2021 - II
«Está la memoria que se mueve y nos ayuda a vivir. Y hay otra, que se estanca. Muy poderosa. Y si no somos capaces de ponerla de nuevo en movimiento, nos arrastra hacia abajo.»
La enfermedad del domingo.
Sin embargo, hoy me he dicho que no iba a dejar que todo eso impidiera hacer esta última entrada de agosto. Es un tema recurrente (una obsesión) entender cómo hemos llegado hasta aquí, con el ánimo aparentemente intacto y el corazón a salvo. Y desde luego que lo externo influye pero imagino que saber desde dónde partes también ayuda.
Una vez entrevistaron a Manolo García en relación a lo que supuso la participación de El último de la fila en el concierto de Amnistía internacional celebrado en 1988. En él compartió escenario con Sting, Bruce Springsteen, Youssou N'Dour y Tracy Chapman y lo hizo frente a noventa mil personas. Contaba Manolo que cuando finalizó el concierto todos los artistas quedaron en ir a tomar algo juntos, que llegó al autobús en el que ya estaban Sting, Bruce y el resto pero que cuando quiso entrar no fue posible y acabó teniendo que volver a su hotel solo, andando porque no había ni un taxi disponible acaparados por los asistentes, cargado con su maleta y escuchando de vez en cuando a los fans que le reconocían e iban en coche gritarle desde las ventanillas que era lo más. Manolo García terminaba el relato de aquella noche, diciendo que cinco minutos antes había vivido uno de los momentos más importantes de su carrera (y de su vida) y que terminó la noche solo, sin transporte, cargando con su equipaje y que eso no dejaba de ser un buen final porque tú haces planes y la vida ya se encarga de ponerte en tu sitio.
Todos reflexionamos en algún momento con aquellos momentos estelares de nuestras vidas y la mayoría de las veces, al menos para mi generación, no hay una fotografía que inmortalice el momento. Lo que cuenta es el recuerdo, la huella que nos dejó, dónde estabas y con quién, cómo te sentiste. Y, seamos sinceros, no son tantos, y no tiene nada que ver con el relato que nos hemos inventado en Instagram.
Escribe Juan Tallón en su novela Rewind
«Tiendo a creer que, en último término, el ser humano añora solo la belleza. Las personas a quienes quiere, los sitios en los que fue feliz, los amigos que le hicieron la vida más fácil, los objetos que lo consuelan, las redes de seguridad, la fuerza invisible de las expectativas son belleza, y su ausencia prolongada se vuelve insoportable para los sentimientos.»
Me gusta mucho esta definición de belleza que nada tiene que ver con la estética.
Termina agosto y a mí me pilla con la guardia baja y a punto de hacer la maleta para tomarnos un descanso (la fuerza invisible de las expectativas), entre las bellas páginas de En lugar seguro de Wallace Stegner (objetos que consuelan), un lugar al sur de Andalucía en el que recalar de nuevo junto a B. (las personas a quienes quieres, los sitios en los que fuiste feliz) y la certeza de que a la vuelta me reuniré con personas que me esperan (los amigos que te hicieron la vida más fácil, las redes de seguridad).
Tengo uno de esos recuerdos felices que vuelve a mí de vez en cuando. B y yo hicimos un corto viaje a Dublín y reservamos una excursión a Belfast para ver las zonas urbanas del conflicto irlandés, el museo del Titanic y la Calzada de los Gigantes. Al finalizar, la chica de la agencia que nos llevaba en el minibús nos puso una película para hacer más llevadero el viaje de vuelta. Era Tenías que ser tú (Leap Year) y se convirtió en una de nuestras películas favoritas. Si tenemos un mal día, nos la ponemos para compensarlo. Hay una escena en la que suena "Only love can break your heart" y que me traslada directa a los asientos de ese minibús -como a Amy Adams y Matthew Goode- tras haber pasado un día muy cercano a la perfección y que, como ya os imaginaréis, pone punto y final a esta entrada.
8 de agosto de 2021
AGOSTO 2021 - I
Hace algunas semanas escuchaba fascinada una pequeña columna radiofónica del periodista Enric González titulada No hay noticias. Cuenta en ella un acontecimiento insólito:
«Cuesta imaginar, hoy, lo que ocurrió el viernes 18 de abril de 1930, a las 20:45. La BBC británica, por entonces el mayor imperio informativo del planeta, redujo su noticiario radiofónico vespertino a unas pocas palabras. Estas palabras: "Buenas noches. Hoy es Viernes Santo. No hay noticias". Y durante un cuarto de hora sonó un concierto de piano.»
Reflexionaba Enric sobre lo tranquilizador que resulta un titular así. Y claro que lo sería, ¿verdad? Un día sin catástrofes climáticas, sin desmanes políticos, sin mención a pandemias ni otras enfermedades, sin violencia ni injusticias, sin manipulaciones. Añadiría que, puestos a pedir, un día sin basura televisiva, mediática o en las redes.
Matar a Platón - Chantal Maillard
1 de agosto de 2021
Maggie O´Farrell - Lugares que no aparecen en los mapas
HAMLET.- ¿Aparentar? No, señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de sentimiento, bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad, pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí (tocándose el pecho), aquí dentro tengo lo que es más que apariencia: lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.
Hamlet, William Shakespeare
Sigo aquí, Instrucciones para una ola de calor y Tiene que ser aquí, novelas todas ellas escritas por Maggie O´Farrell, me han acompañado en las últimas semanas. En la recámara una última bala, su novela traducida pendiente: La primera mano que sostuvo la mía. La mantengo a la vista, deseando entrar en sus páginas pero temiendo la despedida. Es lo que ocurre cuando eres un poco obsesiva con lo que te hace sentir bien, lugares que no están en los mapas. Los días en los que todo se te hace un poco cuesta arriba, en los que no puedes controlar nada, en los que la realidad es abrumadora y difícil de gestionar, esos días querría poder tener la posibilidad de quedarme a vivir en una de las novelas de Maggie O´Farrell. Me permito usar la metáfora de la bala porque así es el impacto de cada lectura, un proyectil que va directo al corazón pero que también me vuela la cabeza. Siento una profunda admiración por lo que consigue transmitir, por su narrativa, por su maestría. Sé que no tiene el mismo efecto en todos los lectores pero al fin y al cabo, así es esto: simplemente un día encuentras a una escritora, lees su novela y todo encaja. Con el mismo deslumbramiento cegador y apasionado que un enamoramiento.
Querría quedarme cerca de los hermanos Michael Francis, Monica y Aoife, de sus padres Robert y Gretta, protagonistas todos de Instrucciones para una ola de calor. Querría vivir en una casa en Donegal, junto a Daniel Sullivan y Claudette Wells, ver crecer a sus hijos del mismo modo que hacen ellos, reconfortarles en los momentos difíciles. Sería estupendo poder hacer como Michael J. Fox, subir al Delorean, viajar al pasado y poder decirle a estos personajes de Tiene que ser aquí: tranquilos, no será fácil, habrá dolor y dificultades, pero llegará un día en el que todo irá mejor.
4 de julio de 2021
¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?
24 de mayo de 2021
Wislawa Szymborska - El odio
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One day in Marsala - Vicenzo Utro |
29 de abril de 2021
Apuntes para un naufragio - Davide Enia
17 de abril de 2021
El hombre de hojalata - Sarah Winman
Pienso en las palabras con las que quiero comenzar esta entrada. Le doy vueltas a lo que deseo contar, a la pequeña introducción que suele acompañar a cada recomendación. Quiero destacar lo que la hace especial y para eso primero debería de ir al principio, al momento de la elección. Los lectores elegimos nuestras lecturas buscando información, entretenimiento, conocimiento, misterio. Si yo tuviera que contestar al por qué diría que las elijo esperando que se despliegue ante mí un mapa de sentimientos, afectos y emociones, que traten lo universal: el amor, el duelo, la compasión, el odio, la rabia, la humanidad, la calidez. No siempre ocurre, pero cuando pasa puede compararse a muy pocas cosas. Mi querida Miss Brandon me puso tras la pista de esta lectura (lo que empieza a ser una tradición) y ahí estaban el amor, la calidez, la rabia, el duelo... En apenas doscientas páginas El hombre de hojalata de Sarah Winman removió el suelo bajo mis pies.
Esta es casi una historia de amor. Ellis y Michael tienen doce años cuando se convierten en amigos inseparables, y durante mucho tiempo lo hacen todo juntos, como pasear en bici por las calles de Oxford, aprender a nadar, descubrir la poesía y hasta esquivar los puños de un padre autoritario. De repente, esta profunda amistad pasa a ser algo más. Una década más tarde, Ellis está casado con una mujer, Annie, y Michael ha desaparecido de sus vidas. ¿Qué ha ocurrido en todos esos años? Esta es casi una historia de amor. Pero las cosas no son así de simples.
No quiero caer en aquello de etiquetar la novela, no creo que encasillarla como lectura LGTBI o compararla con Llámame por tu nombre sea real, suficiente o justo. El hombre de hojalata es la historia de dos jóvenes, de una separación, de vidas y sueños truncados. Es, ante todo un amor o, siendo justos, dos. No hay final feliz y, sin embargo, la autora es capaz de transmitir que lo importante es que ocurrió. Hubo un momento en el que Ellis, Michael y Annie fueron reales y fue una suerte para ellos encontrarse.
«Descanso hasta que consigo tranquilizarme y respirar con normalidad. Me impulso para salir del agua y me siento en el bordillo con una toalla alrededor de los hombros. Me pregunto cuál será el sonido que emite un corazón al romperse. Pienso que quizás sea silencioso, imperceptible y nada dramático. Como el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»
«(...) Suelta la lámina de madera y se acerca hacia mi despacio. Llegamos el uno al otro en un punto intermedio. Te he echado de menos, dice. Noto en el pecho el sonido de una golondrina exhausta que cae suavemente contra el suelo.»
Y aún queda espacio para el arte, la música y para la poesía. Vincent van Gogh y sus girasoles, Sinatra y Fly Me to the Moon, Walt Whitman y su ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!.
Hay una manera de narrar desde lo sencillo, desde la verdad, sin artificios, que es capaz de traspasar las páginas de una novela y conseguir aquello que buscamos. Nos atrapa y despliega ese mapa del que os hablaba al principio. Qué difícil conseguirlo con tan poco y qué maravilla cuando ocurre.
21 de marzo de 2021
21 de marzo_Día Mundial de la Poesía
ALMA
Ya sabemos que eres inefable,
anémica, muy quebradiza y sospechosa
de las misteriosas culpas de la infancia.
Sabemos que ya no se te permite vivir
ni en la música ni en los árboles al apagarse el sol.
Sabemos (más bien nos han dicho)
que ya no estás en ningún sitio, en absoluto.
Pero, con todo, oímos tu voz cansada
en el eco, en la queja y en las cartas
que nos escribe, desde el desierto griego, Antígona.
20 de marzo de 2021
Hamnet - Maggie O´Farrell
Llego a la última página de Hamnet y cruzan por mi mente un centenar de pensamientos: mereció cada minuto, cada lágrima, ojalá no tener que despedirme ya, ojalá tener este talento, ojalá poder contar una historia con la maestría de Maggie O´Farrell, qué manera de narrar y crear imágenes, qué manera de conmover y de trasladar sentimientos, qué maravilla de edición y qué traducción tan impecable. Y más, muchos más. ¿Qué pensaría Shakespeare si levantara la cabeza? ¿Qué pensaría Agnes y sus hijas sobre esta segunda vida que les ha regalado O´Farrell?
SINOPSIS
Agnes, una muchacha peculiar que parece no rendir cuentas a nadie y que es capaz de crear misteriosos remedios con sencillas combinaciones de plantas, es la comidilla de Stratford, un pequeño pueblo de Inglaterra. Cuando conoce a un joven preceptor de latín igual de extraordinario que ella, se da cuenta enseguida de que están llamados a formar una familia. Pero su matrimonio se verá puesto a prueba, primero por sus parientes y después por una inesperada desgracia.
Partiendo de la historia familiar de Shakespeare, Maggie O’Farrell transita entre la ficción y la realidad para trazar una hipnótica recreación del suceso que inspiró una de las obras literarias más famosas de todos los tiempos. La autora, lejos de fijarse únicamente en los acontecimientos conocidos, reivindica con ternura las inolvidables figuras que habitan en los márgenes de la historia y ahonda en las pequeñas grandes cuestiones de cualquier existencia: la vida familiar, el afecto, el dolor y la pérdida. El resultado es una prodigiosa novela que ha cosechado un enorme éxito internacional y confirma a O’Farrell como una de las voces más brillantes de la literatura inglesa actual.
Hamnet está en boca de todos, está en las redes, en los periódicos, en las entrevistas a su autora y en los reconocimientos en forma de premios literarios. No necesita de este rincón para incrementar promoción, ventas o visibilidad. Tiene por fortuna toda la atención, así que no pretendo desgranarla ni repetir lo que ya se ha dicho de ella.
Quiero traerla aquí para recordar que en estos tiempos de caos, ruido e incertidumbre esta novela consiguió trasladarme a un lugar seguro, ser espectadora de una familia, un duelo, un amor en mayúsculas y transversal que lo conecta todo y a todos. Recordar que hay escritoras y traductoras que manejan como pocas su oficio, en este mundo editorial plagado de impostores. Qué maravillosa suerte que cayera en manos de Libros del Asteroide.
Hamnet es como mirar a través del ojo de una cerradura, como cuando Agnes toca a alguien en ese lugar de la mano, entre el pulgar y el índice, y lee en las profundidades de su alma. Es reconocer cada emoción, cada gesto y cada imagen a poco que el lector tenga un mínimo de empatía.
No dejo de acariciar las páginas de este libro, de releer escenas que aún me dejan los ojos brillantes, de absorber párrafos que leo desde la admiración más profunda, con una envidia que no voy a fingir no sentir.
No quiero despedirme de ellos. Aún así lo hago, cuando ponga punto y final a esta entrada tomaré Hamnet y lo dejaré junto a aquellas otras novelas, que son muy pocas, de las que un día pensé: ojalá haber podido escribir yo esto, ojalá haber contado yo esta historia.
Si solo leéis un libro en 2021, que sea Hamnet.
7 de marzo de 2021
Jasmina y el 8M
Empezaré confesando que yo admiraba mucho a Pérez-Reverte, al periodista más que al escritor. Mientras estaba en la universidad, leí sus crónicas y artículos, compré los libros que las recopilaban y señalé mis favoritos, esos brevísimos párrafos que contaban una historia, una vida entera.
Los años han mitigado esa admiración y ahora digamos que no siento esa necesidad de leerle, especialmente porque se ha convertido en un tipo faltón y arrogante. También sé que algo hizo click y se rompió cuando leí esta columna que publicó el 21 de agosto de 1994 titulado Jasmina y que reproduzco aquí (está extraído de su blog):
La mataron hace dos años justos. Era Sarajevo en la época dura, agosto del 92, cuando las bombas en las colas del agua y el pan, con veinte o treinta muertos diarios y centenares de heridos que se amontonaban, sin luz y sin medicamentos, en los pasillos del hospital de Kosovo. Aunque de nombre y origen musulmán, Jasmina era rubia tirando a pelirroja, y tenía pecas en la cara y en los hombros. Un día estábamos Paco Custodio y Miguel de la Fuente, cámaras de TVE, y el arriba firmante sentados contra el muro de una mezquita demolida a bombazos en la plaza Bascarsija, cuando se acercó Jasmina a pedirnos un cigarrillo. Después preguntó quién era el jefe y sugirió que echásemos un polvo.
No había entonces mucha prostitución en Sarajevo, a pesar del hambre y la miseria; la gente se buscaba la vida manteniendo bastante bien su dignidad. Había chicas que ganaban dinero ofreciéndose como intérpretes a los periodistas en el Holiday Inn, y a menudo intercambiaban con ellos algo más que palabras; pero se trataba, a fin de cuentas, de una relación laboral equitativa, poco más o menos. El caso de Jasmina no era frecuente. Y fue justo eso lo que me sorprendió. Conversamos, se comió uno de nuestros paquetes de galletas, se probó mi casco de kevlar y se guardó en el bolso -un enternecedor bolso de plástico, como el de las niñas- el segundo cigarrillo sin encenderlo, igual que había hecho con el anterior.
Entonces me contó su historia en mal italiano una historia que en aquella ciudad fantasma resultaba poco original: veintitrés años, un padre inválido y sin tabaco, la guerra, el hambre. Jasmina no era exactamente una prostituta, sino que se movía un poco de acá para allá, a pesar de los bombardeos -era una experta en intuir la llegada de los morteros serbios-, consiguiendo algo de vez en cuando. Su precio era tan relativo como todo en aquella ciudad y en aquella guerra: una lata de conservas, un paquete de cigarrillos. Nunca dinero. El dinero que Jasmina podía ganar en Sarajevo no valía para nada.
Prometí conseguirle más tabaco para su padre, y por la noche se presentó en el Holiday Inn vestida de negro para eludir a los francotiradores. Le di un paquete de raciones militares y medio cartón de cigarrillos. Por aquellos días aún había a ratos agua corriente en las habitaciones, el único lugar de Sarajevo que gozaba de ese lujo, y me pidió permiso para darse la primera ducha en más de un mes. Subió a mi habitación, se desnudó en ella y se puso bajo el chorro de agua mientras yo me quedaba apoyado en la puerta, porque era un gustazo mirarla. Tenía un cuerpo blanco y hermoso, con pecas en los hombros y la espalda, y unos pechos pesados y firmes. Nadie es de piedra ni santo varón, e ignoro lo que habría ocurrido en otras circunstancias, pero hay cosas que no se pueden hacer, lujos que uno no debe permitirse a cambio de medio cartón de cigarrillos y una ración de comida. Así que cuando salió de la ducha regresamos abajo, al bar del hotel, y nos bebimos doscientos coñacs con Miguel y Custodio a la luz de una vela mientras los serbios sacudían fuerte, afuera. Después, con su medio cartón y su ración de comida, Jasmina nos dio un beso y se largó corriendo, entre las sombras.
Aún nos la encontramos por la ciudad un par de veces, y siempre le dábamos cigarrillos. Y un día de esos con muchos muertos nos fuimos, como cada vez, a filmar la colecta diaria en la morgue del hospital de Kosovo, y entonces Miguel, que estaba con la cámara al hombro filmando muertos para el telediario de las tres, se vino hacia mí y dijo: echa un vistazo a ver si la conoces. Y eché un vistazo y, en efecto, la conocía. Jasmina estaba en la trasera de un Volkswagen Golf, con un vestido de domingo y su bolsito de plástico y las piernas desnudas colgando sobre el parachoques trasero, con una costra de sangre seca a un lado de la cara, mucho más pálida que bajo la ducha de mi habitación del Holiday Inn. Y tenía los ojos abiertos y ya no sonreía ni volvería a hacerlo nunca.
Miguel, creo, tiene una foto en que estamos ella y yo, y lleva puesto mi casco. Y Miguel se ofreció a regalarme esa foto, pero le dije que se la guardase, gracias, la foto de Jasmina con mi casco puesto. Y hoy he visto en la tele a un ministro español de Exteriores que se llama Javier Solana diciendo que lo de Ruanda es intolerable. Recuerdo que, cuando lo de Jasmina, también oí decir al mismo fulano que aquello era intolerable. A mí, quienes me parecen intolerables son los bocazas sonrientes que llevan tres años autojustificando su impotencia con tan escasa vergüenza. Pero a lo mejor es que yo vi ducharse a Jasmina y ellos no.
Como os decía, algo hizo click en mi cabeza tras leerlo: ¿pretendía el periodista justificar y afirmar que se comportó como un caballero dejando que una chica de moral cuestionable -aprovecha bien el primer párrafo para sembrar la duda e insinuar que no era prostituta pero y posteriormente considera equitativa y tilda de relación laboral el intercambio entre periodistas masculinos e intérpretes femeninas- se duchara sin ninguna privacidad frente a él porque la segunda opción podría haber sido que la comida y los cigarrillos los hubiera conseguido con un intercambio sexual? A mí me lo parece. Me parece que ese relato habría sido muy distinto de haberlo podido contar Jasmina.
Quizá Jasmina habría hablado de que solo contaba con su cuerpo y su inteligencia para poder sobrevivir en una guerra, que tenía que acceder a que un tipo desconocido se colara en el baño para mirar cómo se duchaba y que eso ya era una suerte, porque podría haber tenido que consentir que se la follara a cambio de una ducha, unas galletas y unos cigarrillos. Que tenía que mostrarse agradecida por poder salir indemne y sin las manos vacías de una habitación donde estaban tres extranjeros y que por eso se había despedido con un beso. No sé si Jasmina habría querido ser recordada en un artículo donde se dan detalles de su cuerpo desnudo y de cómo acabó. No sé si habría querido terminar en un artículo que finaliza como si fuera una muesca más en el cinturón de conquistas de Pérez-Reverte porque consiguió verla desnuda y ese recuerdo le resulta más agradable al escritor que conservarla en una foto vestida. Tampoco sé qué opinaría de esas supuestas relaciones en un plano de igualdad entre periodistas y las intérpretes que, al fin y al cabo, trabajaban para ellos.
Se dice que necesitamos un cambio de narrativa, una amplitud en la mirada, dejar de ser contadas con los ojos de los hombres, dejar que seamos nosotras las que podamos contarnos y hablar del mundo que nos rodea desde nuestra perspectiva que, sin ningún género de dudas, es muy distinta de la mirada masculina. Y todo eso pasa por hacer fuerte el feminismo, por seguir luchando por conseguir un lugar donde podamos narrarnos, donde dejemos de ser cosificadas y humilladas, desde el que podamos cambiar todo lo que no funciona para nosotras por el mero hecho de ser mujeres. Ni siquiera voy a enumerar todos los obstáculos y desmanes a los que nos enfrentamos cada día en el mundo. Mañana, 8M, seguiremos reivindicando la igualdad de derechos. Lo haremos por todas las Jasminas, por todas las mujeres, por todas nosotras.
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La actriz Saadet Aksoy en la adaptación cinematográfica de La palabra más hermosa, M. Mazzantini. |