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23 de julio de 2019

El oficio de contar (I) - Los ojos de la guerra


Hace unas semanas terminé Los ojos de la guerra, editado por Gervasio Sánchez y Manuel Leguineche en 2001. Comprende un conjunto de crónicas realizadas por 70 corresponsales de guerra. Hay artículos sobre conflictos bélicos, homenajes a compañeros fallecidos -especialmente al cámara Miguel Gil Moreno que murió en mayo del 2000-, reflexiones sobre la profesión, sobre las razones que hacen que un reportero decida jugarse la vida para cubrir conflictos.
Miguel Gil era abogado en un bufete. Durante unas vacaciones cogió su moto y fue con ella desde Barcelona hasta Sarajevo. Quería ver lo que pasaba in situ. Quería hacerse reportero. Dejó la abogacía, aprendió el oficio y murió con 32 años en una emboscada en Sierra Leona. Todo aquel que lo conoció afirma que era de los buenos.


Empezaré diciendo que, si no fuera por ese maravilloso invento que es el préstamo interbibliotecario, esta entrada no existiría. La edición está descatalogada y las poquísimas ediciones de segunda mano en el mercado se venden a precio de oro. En estos casos las bibliotecas hacen de custodio y memoria. Vuelve a mi mente la imagen de la biblioteca de Sarajevo cuya destrucción inmortalizó Gervasio Sánchez. Todo un ejercicio de memoricidio.

Me resulta bastante difícil condensar en esta entrada lo que ha supuesto leer Los ojos de la guerra, quizá porque en este libro están presentes los mejores representantes del oficio, lo más digno de la profesión. Se hacen llamar "la tribu". Algunos son verdaderos veteranos. Han pasado 18 años desde su publicación y siguen en activo, como Gervasio y Ramón Lobo, o cambiaron de tercio como Arturo Pérez-Reverte. Y muchos otros se han ido uniendo a la lista de bajas: Ricardo Ortega, José Couso, Julio Anguita Parrado... o de secuestros. Para mí son viejos conocidos, les sigo la pista desde hace años. Recuerdo la voz de Olga Rodríguez y sus crónicas a primera hora de la mañana en Bagdad. Me preguntaba cuánto más difícil podía ser para ella hacer su trabajo por su condición de mujer y por eso acabé comprando su libro Aquí Bagdad. Crónica de una guerra. También a Mercedes Gallego, compañera de Julio Anguita Parrado, reportera empotrada con el ejército estadounidense y que publicó Más allá de la batalla: Una corresponsal de guerra en Irak. Recuerdo especialmente la emoción que me produjeron las imágenes del  asesinato de José Couso. Les admiro a ellos y a su trabajo y, dado los riesgos que asumen, me interesaba conocer su visión sobre lo que hacen. Su visión sobre la guerra.



Están emitiendo en Netflix la película documental del periodista Hernán Zin: "Morir para contar". Creo que, si os interesa el tema y no podéis acceder a Los ojos de la guerra, es la mejor oportunidad de ver lo que hacen y lo que pierden en ese camino. Emociona escuchar a Hernán o a Manu Bravo sobre lo que va muriendo en el interior de una persona cuando tu mirada, tu mente, se llena de imágenes y momentos terribles. Las reflexiones de David Beriain citando a Terencio: "soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno". Las confesiones de quienes necesitan tratamientos médicos para poder superar las vivencias.  Todos ellos también son supervivientes de guerra.

Antes de devolver el ejemplar del libro dejé anotados algunos fragmentos:

<<A lo largo del año pasado me he preguntado mucho por qué continúo trabajando como lo hago (...)
Me pregunto si soy adicta al peligro, si necesito sentir miedo para sentirme real. Estas interrogantes se han hecho más acuciantes desde que fui madre (...)
La respuesta es muy vieja. La respuesta es que cuando la gente buena no hace nada, los malos triunfan. La respuesta es que si no vamos a lugares terribles, a zonas en guerra para descubrir la brutalidad, la violación de derechos humanos, la limpieza étnica, los asesinatos en masa... si no vamos allí, los malos ganarán>>
CHRISTIANE AMANPOUR (corresponsal CNN)

<<Al final de su libro The view from the ground (El paisaje desde el suelo) Matha Gellhorm escribe: "En toda mi vida como informadora he lanzado pequeños guijarros a un estanque y no hay modo de saber si alguno de ellos provocó la más ligera onda. No necesito preocuparme de eso. Mi responsabilidad era hacer el esfuerzo. Pertenezco a un grupo global de hombres y mujeres que están preocupados por las guerras en el planeta y por sus habitantes más desprotegidos. Planeo pasar los años que me quedan aplaudiendo a esos compañeros, animándoles desde las gradas, gritando: Muy bien, vamos, eso es, nunca abandones>>
MAGGIE O´KANE (corresponsal de The Guardian)
Martha Gellhorn es una de las más destacadas periodistas de guerra del s.XX, pero se la sigue conociendo como la tercera esposa de Hemingway.

<<Una de las cosas que más temprano se capta e interioriza en esta profesión es que los hombres somos exactamente iguales. Entre el pálido científico alemán y un oscuro aborigen ruandés no hay diferencias sustanciales. Para constatarlo basta escarbar en las hemerotecas, echar mano de la historia reciente y repasar cómo procedieron germanos y hutus -en 1939 y 1994 respectivamente- contra quienes consideraban sus enemigos más odiados: judíos y tutsis.
Los seres humanos somos análogos, aunque nuestras circunstancias varían enormemente. Dicho esto, solo resta proclamar a voces que los conflictos sangrientos no son consecuencia de los genes, las diferencias de RH, la historia o la semántica. Las guerras, los atentados, el dolor, la tortura y el sufrimiento son el amargo fruto de la ambición, la estupidez, la locura y la dureza de corazón.>>
ALFONSO ROJO (Crónica "Ser reportero es siempre mejor que trabajar").


Miguel Gil fue galardonado con uno de los premios más prestigiosos, el Rory Peck. Al final del acto de entrega dijo:


<<Me siento como un paparazzi. Así es como me siento. Veo que estoy satisfaciendo una necesidad del mundo occidental. Este mundo necesita a lady Diana tres o cuatro veces por semana y necesita un poco de bang-bang cada una o dos semanas. Igual que necesita niños famélicos de África. Y paga por ello. No entiendo por qué, pero paga. No trato de comprenderlo, no soy un psiquiatra. Pero sé que nosotros somos una pieza de ese engranaje y que estamos sirviendo un producto.
Lo único malo de lo que hacemos es que todos tenemos gente que sufre por nosotros en casa, en Europa: novias, esposas, madres, hermanos, lo que sea. No sé qué decirles. Es todo lo que se me ocurre. Somos demasiado egoístas, llámalo como quieras. Hacemos lo que tenemos que hacer.>>


Quiero pensar que esta entrada es porque lo que ocurre en el mundo me importa y, sin embargo, en el fondo me digo a mí misma: ¿cuánto te importa? ¿qué haces para cambiar lo que pasa? Y la respuesta es nada.
Ellos se juegan la vida para mostrar el sufrimiento de otros y nosotros cambiamos de canal si las imágenes se nos atragantan.

Sin embargo, leo las últimas palabras que Miguel Gil dejó en su diario, el 23 de mayo de 2000, el día antes de morir, y pienso en ese dolor singular y único del que habla.

<<A veces las historias de la gente no me importan una mierda. Como el que ve un documental después de comer. Y una vocecita le dice "esto te debería de impresionar".
Cada dolor es singular  y único. Por las más sobrenaturales razones.>>





1 comentario:

  1. Genial entrada, aunque durilla, creo que aunque lo intente de veras me es imposible imaginarme lo que muchas veces esconden esas fotos o esas noticias
    Un besote

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