Una vez leí una afirmación que me parece una realidad en la que pocos parecen reparar: la responsabilidad y esfuerzo de un autor (permitidme que use el género neutro) de novela romántica -en el subgénero histórico o de suspense, por ejemplo- porque, junto al romance, debe tejerse un entramado histórico, o un thriller (y así con cada caso). Algo que se parece mucho a escribir dos géneros en uno.
Quería poner el foco, en esta ocasión, en el trabajo que hay detrás de una novela romántica histórica.
¿Alguna vez os habéis preguntado en qué consiste la labor de documentación en este tipo de novelas? ¿Por qué un autor elige una época o ubica la historia concretamente en ella?
Y ¿qué ocurre cuando, además, esas historias se salen de la típica novela de Regencia, Highlanders o época Medieval? No tengo nada en contra de esos períodos históricos, pero estaréis conmigo en que suelen ser los más recurrentes.
Y ¿qué ocurre cuando, además, esas historias se salen de la típica novela de Regencia, Highlanders o época Medieval? No tengo nada en contra de esos períodos históricos, pero estaréis conmigo en que suelen ser los más recurrentes.
Hoy os propongo viajar al Yukón (Canadá) de finales del s.XIX, a uno de los escenarios de la fiebre del oro, y a la ciudad de San Francisco de la mano de Marisa Grey.
¿Tenéis curiosidad por conocer las razones que están detrás de esta ambientación? Pues seguid leyendo, porque su autora nos cuenta los motivos y el arduo trabajo que hay detrás de la publicación de una novela romántica histórica.
¿Tenéis curiosidad por conocer las razones que están detrás de esta ambientación? Pues seguid leyendo, porque su autora nos cuenta los motivos y el arduo trabajo que hay detrás de la publicación de una novela romántica histórica.
Bajo el sol de medianoche - Marisa Grey
(1 de febrero de 2017)

Cooper y Lilianne deberán decidir en quien confiar y si están dispuestos a averiguar qué sucedió en el pasado. Pero, por encima de todo, tendrán que averiguar si están dispuestos a darse una segunda oportunidad.
Bajo el sol de medianoche no es solo una historia de amor, es también una historia de superación por parte de una mujer deseosa de ponerse a prueba y de un hombre carente de ambición en un entorno donde el oro y la codicia reinan entre las calles de una ciudad extravagante y caótica, donde unos se hacen ricos en cuestión de horas mientras otros mueren en la absoluta miseria.

Si tuviese que poner una banda sonora, sin dudarlo elegiría lo que escuché durante horas, sobre todo cada vez que tenía que poner voz a Lilianne, mi protagonista femenina. El cisne de Camille Saint-Saëns (1886) me recordaba la fragilidad y la melancolía que acompañan muchas veces a Lilianne, en sus momentos de dudas, de renuncias, de despedidas. Se compuso doce años antes, pero creo que bien podría haber sido la música de fondo de una velada de Adele Ashford, una amiga de Lilianne.

* (Pinchad en los títulos y podréis escucharlas mientras seguís leyendo)
¿Por qué elegiste el lejano territorio del Yukón para tu novela?
La fiebre del oro del Yukón en Canadá, que se dio a conocer al resto del mundo en 1897, me atrapó como lo hizo con miles de hombres y mujeres de entonces. Descubrí una aventura tan sorprendente como apasionante. El escenario del Yukón me sedujo por su tierra hostil y a la vez generosa, por su grandeza, también por sus singulares habitantes, hombres y mujeres de toda índole, marginados que huían del imparable progreso, aventureros, mineros en busca de fortuna, tramperos, analfabetos y poetas, que se enfrentaban a las mayores proezas con una temeridad y una valentía asombrosas. No pude menos que admirar su audacia; alcanzar el río Klondike representaba la última gran aventura después de la Conquista del Oeste, donde la codicia y un sorprendente código de honor iban de la mano.

Dawson City, una ciudad que apenas tenía dos años cuando se desarrolla mi historia, ya albergaba unos treinta mil habitantes; me ofrecía un marco totalmente diferente durante el cual las mujeres gozaron de una libertad insólita para la muy conversadora época Victoriana. Supe que al final acabaría encontrando los personajes que encajarían en aquella locura, tan rica en sucesos, oportunidades, perspectivas. Era como recibir un cheque en blanco.

¿Cómo hiciste para documentarte? ¿Cuáles han sido tus fuentes?
En esta historia las fortunas ya estaban establecidas, los imperios fortalecidos. Yo quería algo más inicial, el germen de una fiebre del oro, la búsqueda de la gran aventura, la recompensa del éxito o el azote del fracaso.
El segundo libro que me abrió las puertas a lo que buscaba sin saberlo fue El río de la luz, Un viaje por Alaska y Canadá de Javier Reverte, donde el autor sigue los pasos de Jack London durante su travesía hacia los campos auríferos del Klondike en el territorio del Yukon.
Por aquel entonces centraba mis pesquisas en Alaska, pero Javier Reverte me señaló el camino de la ciudad que quería en mi historia: Dawson City, con toda su singularidad.

Entre todas las personas que describe Berton, mi protagonista masculino fue cobrando forma. No tenía rostro ni identidad, pero ya sabía que iba a ser un buscador de oro peculiar.

Para ello, tuve que recurrir a archivos, como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. No os imagináis la emoción que sentí al meterme -online, por supuesto- en ese templo de la sabiduría.
El diario de Léon Boillot: Aux mines d’or du Klondike, du lac Bennett à Dawson City me ayudó a entender el impacto que causaba la ciudad de Dawson en los recién llegados. Sus ilustraciones fueron muy reveladoras.


En cuanto "conocí" a Mary Hitchcock y Edith Van Burren, supe que tenían que aparecer en mi historia, de modo que gracias a estas dos ilustres viudas trotamundos, surgió mi protagonista femenina. Como el viaje de las dos viudas se inició en San Francisco, también me trazaron el periplo de mi protagonista y en qué año de la fiebre del oro debía transcurrir la trama: 1898.
Gracias a la gran repercusión que tuvo la fiebre del oro, encontré guías que se publicaron para ayudar a los hombres y mujeres que aspiraban a probar suerte y diarios de los que habían estado en el Yukon entre 1896 y 1898. No hay portadas porque son archivos microfilmados, como el Diario de Lady Flora Shaw durante su viaje al Yukon (mandada como corresponsal por el periódico The Times) que empieza:
‘I reached Klondike this morning completing the journey from London in 31 days. The time includes four days’ accidental delay on the rivers.’ Pocos sabían que el que informaba de su llegada al Klondike tras una travesía de 31 días desde Inglaterra era una mujer de armas tomar: Flora Shaw.
El viaje de Flora Shaw y de las viudas Hichtcock y Van Burren me dieron el listón para perfilar a mi protagonista: los tiempos cambiaban, las mujeres cobraban protagonismo, el movimiento sufragista daba incontables quebraderos de cabeza a los hombres, a los gobernantes a ambos lados del Atlántico.
Las primeras juezas, médicos, abogadas, fotógrafas, periodistas empezaban a alzar el vuelo, rompían el "inmovilismo" al que habían sido sometidas las mujeres. Quería una protagonista a la altura de estas féminas, con sus dudas, con las ataduras que conllevaba ser mujer. Era todo un reto ya que aspiraba a crear una mujer con sus limitaciones, pero con grandes aspiraciones sin que ella lo supiera.
La medicina tiene un gran peso en Bajo el sol de medianoche. También fue un reto buscar información de cómo se trataban las enfermedades, sobre todo las endémicas del Yukón, que para mi sorpresa fueron muchas y tan sorprendentes como la malaria. Estaba convencida que solo se daba en países tropicales, pero en el Yukón el invierno es un infierno que alcanza los 40º bajo cero, en verano es un horno que roza los 30º en un ambiente húmedo rodeado de ciénagas donde los mosquitos campaban a sus anchas. La guía que más me ayudó fue la que se repartió a los que iniciaban el viaje, escrita por Dr. G.O. Guy, un médico de Seattle, que venía acompañada con las medicinas recomendadas por las autoridades para hacer frente a los percances, desde una gripe, un lumbago o un corazón cansado y así convertirse en tu propio médico, que no abundaban.
La documentación fue un viaje en sí, no solo a través de los libros que he ido leyendo para entender los hechos y los sucesos, las fotografías de entonces fueron fundamentales para retratar la disparatada fiebre del oro en Dawson, en los arroyos del río Klondike, también para entender San Francisco, sus avenidas, sus comercios, el barrio chino. Necesitaba visualizar lo que escribía, ya fuera una calle de San Francisco o un campamento minero. Hasta la fauna y la flora del Yukon eran fundamentales.
¿Hasta qué punto la época ha condicionado el comportamiento de tus protagonistas?
A finales del siglo XIX las mujeres emergían de una etapa muy conservadora y alzaban el vuelo. La época en la que transcurre la historia fue fundamental para la liberación de la mujer. Se atrevían a aspirar a algo más que el matrimonio y la maternidad. Eran todavía muy pocas y se enfrentaron a incontables obstáculos, pero demostraron ser capaces de luchar por sus sueños. Me sorprendió descubrir las primeras mujeres jueces, abogados, médicos, las primeras universidades para mujeres, el hospital de Elizabeth Blackwell dirigido por mujeres y cuyos médicos eran mujeres, pero también a las valientes cocineras, lavanderas, modistas, madres que dejaban en sus hogares a sus hijos para viajar al Yukón haciendo frente a las durísimas condiciones del entorno. Emprendieron nuevos negocios, compraron sus derechos de concesiones y cavaron la tierra con el mismo ahínco que los hombres. Mi protagonista es una de ellas, audaz y decidida a afrontar las dificultades a pesar de las dudas y del miedo a lo desconocido. Sin embargo, la historia también refleja sus limitaciones como mujer, porque todas las batallas no estaban ganadas y la ley no las consideraba personas autónomas. Era una contradicción.


La novela forma parte de la colección que B de Books presenta para San Valentín. Después de lo que nos has contado, a mí me cuesta vincular la portada con la época que vamos a encontrar o sus personajes. ¿Qué puedes decirnos sobre eso?

La portada no es lo que imaginaba y fue una decepción encontrarme con una imagen que no refleja nada de la época, de la fiebre del oro, de los protagonistas o de la aventura que viven.
Desde luego es atemporal y difícil de encasillar en un género. Solo espero que los lectores vean más allá de la cubierta.
Si tuviera que elegir una imagen sería ésta.
Finales de febrero de 1898,
territorio del Yukón, Canadá
Aun así prefería la quietud a los días ventosos, entonces las corrientes se colaban por cualquier rendija y la sensación de frío se hacía insoportable. Sentía el viento del Norte como una respiración agónica de un ser omnipresente, que amenazaba con clavar sus garras en los habitantes de esa tierra en cualquier momento.
En unas semanas empezaría el deshielo; lo anhelaba y a la vez lo temía. Cuando los bloques de nieve se desprendían de las montañas, en un estruendoso chasquido semejante a un trueno, arrasaban con cuanto se cruzaba por su paso. La corriente de los riachuelos, dormida durante el largo invierno, se rebelaba de tanta quietud y se transformaba en una trampa para todo aquel que pretendiera cruzarla. Los ríos Yukón y Klondike se resquebrajaban como si disparasen una salva de cañonazos a una lámina de cristal. La naturaleza salía de su apatía invernal como un gigante iracundo tras un largo sueño.
El deshielo traería temperaturas más cálidas, pero también nuevos peligros como los osos hambrientos que saldrían poco a poco de sus cuevas tras meses de hibernación, más peligrosos que todas las trampas del invierno, y los lobos famélicos se acercarían a los campamentos en busca de restos de alimentos. Pese a todo, había encontrado un lugar donde era quien quería ser, donde nadie ni nada le marcaba ninguna pauta, ninguna limitación, excepto la naturaleza.
La recompensa surgía semanas después: el paisaje se convertía en un majestuoso tapiz salpicado por el azul de los lupinos, el morado de las adelfillas, los rosas y amarillos de las gaillardías y el blanco de los arbustos del té del labrador. El cielo abandonaba el gris plomizo del invierno y se tornaba de un celeste intenso salpicado de nubes níveas.
Pero aún faltaban semanas de monótona luz fantasmal, que apenas duraba unas pocas horas, y noches eternas en soledad con la única compañía de sus pensamientos.
Cooper oteó el paisaje tan fascinante como traicionero bañado en una luz mortecina. A lo lejos apenas se distinguía el horizonte; cielo y tierra se confundían, las líneas se difuminaban, desaparecían, jugaban con el observador hasta que nada tenía principio ni fin.
Un viento gélido lo envolvió en un abrazo feroz; enseguida sintió su despiadado mordisco en el rostro. Se arrebujó en la manta con la que se había abrigado y sacó el machete de su funda para partir una de las estalactitas que se había formado en el alero de la cabaña. Volvió al interior, a la semipenumbra solo rota por el halo de luz dorada de los dos farolillos colgados de una viga. Para protegerse del frío mantenía cerrado los postigos de madera de los dos ventanucos de la cabaña. Metió el trozo de hielo en una olla sobre la estufa encendida, que avivó con un leño, después hizo lo mismo con la chimenea. Al cabo de unos segundos el calor le desentumeció los dedos. Se sentó en el suelo sobre una gruesa piel de oso junto a sus perros, Linux y Brutus, a la espera de que se derritiera el hielo.
Linux ladeó la cabeza. Segundos después Cooper percibió lo que el perro había oído antes que él: unas pisadas se acercaban trabajosamente. La nieve crujía bajo las raquetas y de vez en cuando alguien soltaba una maldición. No necesitó mirar por el ventanuco para saber que era Paddy quien se acercaba. Palmeó el cabezón de Linux y se puso en pie para abrir.
Por mi parte, solo me queda agradecer a Marisa Grey que haya querido dedicar su tiempo a preparar esta entrada y contarnos cómo ha sido su labor de documentación. Y, si después de todo esto no os han dado ganas de conocer la historia que hay detrás de Bajo el sol de medianoche, no sé qué podría hacerlo.
Os adelanto que, la semana que viene, viajamos a la Viena de los años veinte y al Berlín de los treinta de la mano de Marisa Sicilia y prometo que será igual de fascinante.