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22 de mayo de 2022

Elegir los cimientos


«La vida es un sueño diminuto, un espejismo de luz en una eternidad de oscuridades. Y eso es nada, y es todo.»

Rosa Montero 
El peligro de estar cuerda.


Hago un breve repaso a las últimas lecturas: La bajamar, de Aroa Moreno; El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero; la recopilación de entrevistas de Anatxu Zabalbeascoa en Gente que cuenta; dos poemarios: uno de Francisca Aguirre y otro de Mary Oliver; Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur; Cinco inviernos de Olga Merino; Conversaciones con la escritura, de Ursula K. Leguin.

Puede no parecerlo, pero hay una pauta. Son lecturas cortas, la mayoría fuera de la ficción, reflexiones de otras mujeres a las que te une eso: ser mujer y compartir muchos de los intereses, preocupaciones, debates. Son lecturas con las que puedes mantener una conversación íntima. Puede que, a base de manosearlas políticamente, ciertas palabras pierdan el significado pero comentaba el otro día con una amiga la importancia de la perspectiva de género, del beneficio de la narrativa femenina entendida como esos temas que necesitamos tratar nosotras, las mujeres, darle un contenido que parta de nuestro sentir y nuestra voz porque ya hemos tenido suficiente de que "los grandes temas" solo nos hayan llegado desde la mirada masculina.  Cine, series y libros con una única voz que teníamos que dar por universal pero que no nos incluye, que no cuenta con nuestra opinión, con nuestra existencia. Y, sin embargo, qué suerte vivir en esta época en la que poco a poco las mujeres pueden contarnos lo mismo pero con otra perspectiva y, no solo eso, también tratar lo que no se ha contado y que necesita ser narrado.

Me pregunto: ¿qué hacemos con nuestras obsesiones cuando pensamos que solo nos preocupan a nosotras? Quiero decir, ¿cómo vamos a sentirnos reconfortadas si no es sabiendo que ahí fuera hay otras mujeres a las que ya obsesionaron las mismas cosas y aún continúa haciéndolo?

Las reflexiones, las preguntas, las dudas que nos surgen hoy no pueden ser las mismas que las que teníamos a los veinte años. A los veinte no te planteas (al menos yo) la complejidad de las relaciones entre madres e hijas, la enfermedad, la gestión de la muerte, la salud mental, que a lo mejor no es verdad eso de que te van a ningunear en un trabajo por ser mujer, que a lo mejor no es verdad eso de que hay un mantra social que te enseña que hay que competir con otras mujeres, estar en frente en lugar de estar al lado, que a lo mejor sí que se pueden conciliar vida laboral y familiar. Entonces llegas a las cuarenta y te encuentras con una realidad distinta. Por fortuna, has leído a Montero, a Didion, a Merino, a O´Farrell, a Mazzantini, a De Vigan y Atwood, a Vallejo, a Szymborska y Maillard, a Ngozi Adichie, a Steinem, Nemirovsky, Winkler y Desbordes, Duras y Springora... Todas tienen algo que mostrar y que no te han enseñado otros escritores, no con su mirada.

En los últimos tiempos hay dos temas que me obsesionan especialmente: la enfermedad y la muerte. A veces pienso que necesito entender los mecanismos que son necesarios para afrontar ambas, algo así como hacerme mi propio manual de gestión del dolor. Propio y ajeno.

Hay una exposición en el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, en Córdoba, que llaman Futuros abundantes. Una de las salas presenta una pared llena de cintas colgadas, en cada una un deseo. Cientos de deseos al alcance de la mano del espectador. La autora es Rivane Neuenschwander y la obra: Deseo tu deseo. La idea es tomar los deseos de un número de personas, exponerlos y dejar que cada uno elija el que quiera, con el que mejor se identifique. Coges la cinta y puedes anotar en una hoja de papel un nuevo deseo y dejarlo en el hueco que ha dejado el que has elegido. Puede que, en el futuro, forme parte de esa misma exposición en cualquier otra parte del mundo. Os aseguro que hay deseos de lo  más variado y utópico: deseo que se acabe el patriarcado, deseo ser una persona no binaria, deseo tener trabajo, deseo quererme más, deseo un mundo sin guerras, deseo el final del cambio climático... 

Cuando llegó mi momento, el de escoger una cinta y un deseo elegí este: deseo una muerte fácil.
Ahí están mis obsesiones: la enfermedad y la muerte.

No tengo solución para ellas pero sí que me reconforta cuando encuentro a una autora que pone palabras a lo que yo no sé contar. Por eso, y por muchas razones más, leemos. Y también por eso, creo, es tan importante elegir los cimientos.


«Envejecer es aprender a perder.

Asumir, todas o casi todas las semanas, un nuevo déficit, una nueva degradación, un nuevo deterioro. Así es como yo lo veo.
Y ya no hay nada en la columna de las ganancias.
Un día ya no puedes correr, ni caminar, ni inclinarte, ni agacharte, ni levantarte, ni estirarte, ni encorvarte, ni darte la vuelta de un lado, ni del otro, ni hacia delante, ni hacia atrás, ni por la mañana, ni por la noche, ni nada de nada. Solo puedes conformarte, una y otra vez.
Perder la memoria, perder los referentes, perder las palabras. Perder el equilibrio, la vista, la noción del tiempo, perder el sueño, perder el oído, perder la chaveta.
Perder lo que te han dado, lo que te has ganado, lo que te merecías, aquello por lo que luchaste, lo que pensabas que nunca perderías.
Readaptarse.
Reorganizarse.
Apañárselas.
No darle importancia. 
No tener ya nada que perder.

Al principio son nimiedades. Luego la cosa se acelera.
Pues una vez que empiezan, pierden sin remisión. A carretadas.
Pierden todo lo que puede perderse.
Y saben que, a pesar del esfuerzo -del combate diario que empieza cada vez de cero-, a pesar de la buena voluntad, no pierden nada por esperar.»

Las gratitudes
Delphine de Vigan.

PROPIETARIOS


Porque no poseemos nada,
ni siquiera la vaga sombra de futuro
que a nuestra infancia responsable pervertía.

Porque no somos dueños de nada,
ni aun del propio dolor
que con asombro hemos mirado tantas veces.

Porque, sin duda, tener no es lo nuestro,
y sí soñar desesperadamente
que todo lo tenemos al borde de la mano,
de esta tozuda mano que nos nombra
con más rigor que un apellido.

Dueños de desearlo todo: qué tristeza.

Dueños del miedo, el polvo, el humo, el viento.

Francisca Aguirre
Ítaca





Deseo tu deseo. Rivane Neuenschwander 

3 comentarios:

  1. woow sin palabras. Totalmente cierto necesitamos más mujeres que nos den voz
    un beso

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  2. voy a pasarle tu artículo a una amiga que, el otro día, predicaba que las mujeres estamos "pasándonos" con nuestra " ansia" de protagonismo. Refuté esa tontería del mejor modo que supe, pero creo que tus palabras, como siempre tan sabias, se lo harán comprender mejor. Gracias por compartir tus reflexiones.

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  3. No me sorprende que tengamos las mismas citadas anotadas de los libros en que coincidimos. Hablábamos de esto el otro día, de la necesidad de lecturas cortas, de leer principalmente a mujeres, de que el prisma no es el mismo, ni la empatía, ni el englobe, ni el círculo. SO-RO-RI-DAD.

    Tremendas tus reflexiones, amiga.
    Besazo.

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