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21 de febrero de 2021

Tierra de mujeres - María Sánchez

Ha sido tan fácil abandonarse a los relatos de María Sánchez y su Tierra de mujeres. Hay veces que es necesario que te recuerden que tu situación de urbanita es casi un espejismo, que tienes que mirar atrás y recordar tus orígenes, prestar atención, rebuscar en la memoria.

María Sánchez, nacida en Córdoba, es veterinaria de campo y ha publicado un poemario llamado Cuaderno de campo y el breve ensayo Tierra de mujeres. Reflexiona en él sobre la situación del mundo rural y sobre el papel silencioso e invisible de las mujeres. No pienso que haya un discurso innovador en él, pero eso quizá sea porque trata de situaciones que no me son ajenas. No es que compartamos un pasado común, nada más lejos, pero sí conozco ese entorno rural del que habla, ese lenguaje que se está perdiendo, el papel de las mujeres de mi familia en un entorno rural.


Mi pueblo se sitúa en la campiña cordobesa y gran parte de su población vive del olivo. Mis abuelos siempre trabajaron en el campo. Leer Tierra de mujeres me ha hecho recordar los días de mi infancia en los que mi abuelo materno volvía de sus olivos en una motocicleta de la que colgaban unas alforjas, se sentaba en un escalón del corral, se quitaba las botas y los calcetines gordos y mi abuela dejaba lo que estuviera haciendo para atenderle. Recuerdo el patio con su pozo, una zahúrda que era más despensa que cochiquera, el limonero con la mitad del tronco pintado de blanco y las macetas con helechos bordeándolo. La cocina junto a la pila con jabón casero, los lebrillos de barro y cinc donde nos bañábamos siendo críos. La mesa camilla con sus enaguas para mantener el calor del brasero de picón, con la espumadera al lado  para atizar las brasas y que tenía bajo el cristal facturas, estampitas, fotografías en blanco y negro, calendarios, notas con teléfonos, décimos de lotería y un sinfín de documentos que a mí me fascinaban.

Mientras la economía familiar dependía del jornal de mi abuelo, mi abuela criaba a sus hijos, mantenía la casa impoluta, encalaba fachadas y patios, aliñaba aceitunas (partías, rayás, de piedra...) en enormes garrafas, enseñaba a bordar a varias niñas del pueblo en torno al patio interior: era una comunidad donde se bordaba, se educaba, se hacían recados, pero sobre todo era una fuente de ingresos alternativa. A mi cabeza han vuelto los días de verano que terminaban en la calle al calor de la charla entre vecinos que salían al fresco de la noche con sus butacas y sillas de enea, y que saludaban a los viandantes con un «vaya usted con Dios». En mi pueblo se estila poco el tuteo, mi abuela siempre me pregunta «¿y ustedes, como estáis?», aunque en realidad se dice ¿ostés, cómostáis?

Recuerdo a mi abuela paterna trajinando en la cocina, con su bata y su mandil, siempre feliz de vernos y malcriarnos, interesándose por mis estudios y aconsejándome en los últimos años que fuera independiente, que intentara no depender nunca de un hombre. La echo terriblemente de menos, más de un tiempo a esta parte. Las navidades, la vida, nunca fue igual desde que ya no está. 

Leer Tierra de mujeres me ha hecho recordar de dónde vengo, no es que lo haya olvidado, es que hace demasiado tiempo que vivo lejos de mis raíces y de mi acento, el que voy perdiendo a base de castellanizarlo para evitar el prejuicio activo, el que vincula lo andaluz con lo paleto y la juerga. Como María Sánchez, soy nieta de esas mujeres que trabajaron muy duro, que han mantenido las tradiciones y las palabras, que hacen comunidad, que ya sabían lo que era la sororidad antes de que nadie inventara la palabra. Quizá por eso leer a María ha sido un placer y un bálsamo.

«Nuestro medio rural necesita otras manos que lo escriban, unas que no pretendan rescatarlo ni ubicarlo. Unas que sepan de la solana y de la umbría, de la luz y la sombra. De lo que se escucha y lo que se intuye. De lo que tiembla y de lo que no se nombra.
Una narrativa que descanse en las huellas. En las huellas de todas esas que se rompieron las alpargatas pisando y trabajando, a la sombra, sin hacer ruido, y que siguen solas, esperando que alguien las reconozca y comiencen a nombrarlas para existir.»

5 comentarios:

  1. Qué bonito Lidia, qué bonito. Y cuánto me ha gustado conocer parte de tu infancia, parte de esos recuerdos maravillosos. Qué afortunadas somos de tenerlos, qué bien por parte de María Sánchez por transmitirlos y dejarlos escritos en papel.

    Beso grande.

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    1. Hola, M. Ángeles.
      Yo creo que tú mejor que nadie entiendes todo lo que hay detrás del libro (porque tú misma me hablaste de él) y de esas infancias en pueblos, del papel de nuestras abuelas, tías, madres... y, desde luego, de los cabeza de familia.
      Qué bien que te haya gustado, qué bien tenerte por aquí y qué ganas de volver a hacerlo en tu rinconcito.
      Un beso enorme y muy feliz semana, amiga.

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  2. Qué suerte haberlas conocido, que nos hayan dado tanto: cariño, aprendizaje, ejemplo, memoria, vida... Qué suerte leerte, Lidia. Estoy contigo y con María Sánchez, no podemos permitirnos olvidar. No se lo merecen.

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    1. Pensaba en lo fácil que me ha resultado hablar de ellas, hurgar en la memoria, recordar detalles, recrear escenas. Y también en lo injusto que sigue siendo que no se cuente su historia, que haya tan poca literatura dedicada a poner en valor lo mucho que nos han dado, incluyendo el esfuerzo para que nosotras hoy tengamos muchas de las cosas que tenemos. Y no es restar nuestros méritos, que de eso también hay, pero sí ser consciente de que sus renuncias también nos han llevado aquí. Creo que mi abuela María estaría orgullosa de su nieta independiente.
      Gracias por todo ese cariño que encierran tus palabras.

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  3. excelente lectura, nos hace recordar nuestros orígenes y como la capacidad de un apersona puede llevarte a donde desees

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