Nunca he sentido interés por leer a Rosa Montero. Quiero decir que, en vista de la cantidad de novelas y artículos de opinión que publica, es difícil no darse cuenta de que es una autora con cierto reconocimiento en este país. Aun así, no había leído nada ni tenía previsto hacerlo.
Menos mal que las recomendaciones, el boca-oreja, siguen funcionando así que ¡gracias, Mónica y Clara! por despertar mi curiosidad con vuestros comentarios.
Quería hablaros de dos de sus obras, que además no pueden ser más diferentes: La ridícula idea de no volver a verte y La carne.
Y, antes de entrar en materia, no puedo dejar de decir que las portadas no pueden gustarme más ni parecerme más apropiadas y que me ha costado muchísimo elegir entre todos los fragmentos que he ido señalando.
LA RIDÍCULA IDEA DE NO VOLVER A VERTE

Cuando Rosa Montero leyó el maravilloso diario que Marie Curie comenzó tras la muerte de su esposo, y que se incluye al final de este libro, sintió que la historia de esa mujer fascinante que se enfrentó a su época le llenaba la cabeza de ideas y emociones. La ridícula idea de no volver a verte nació de ese incendio de palabras, de ese vertiginoso torbellino.
Al hilo de la extraordinaria trayectoria de Curie, Rosa Montero construye una narración a medio camino entre el recuerdo personal y la memoria de todos, entre el análisis de nuestra época y la evocación íntima. Son páginas que hablan de la superación del dolor, de las relaciones entre hombres y mujeres, del esplendor del sexo, de la buena muerte y de la bella vida, de la ciencia y de la ignorancia, de la fuerza salvadora de la literatura y de la sabiduría de quienes aprenden a disfrutar de la existencia con plenitud y con ligereza.
Vivo, libérrimo y original, este libro inclasificable incluye fotos, remembranzas, amistades y anécdotas que transmiten el primitivo placer de escuchar buenas historias. Un texto auténtico, emocionante y cómplice que te atrapará desde sus primeras páginas.
Cuando leo la sinopsis pienso que es perfecta. Pero lo digo ahora, tras la lectura, porque cuando la leí previamente, no me dijo nada. No sabía lo que iba a encontrar y es todo lo que aparece en ese pequeño extracto. Y más. Porque lo que me ha convencido ha sido el estilo de Rosa Montero.
La autora hace un recorrido por la vida de Marie Curie, de manera bastante amena, resaltando su papel de científica pero también de mujer adelantada a su época. Lo hace a raíz de la lectura de un diario que contiene el dolor de Curie tras la muerte de su esposo. Y eso también le da una excusa a Rosa Montero para hablar sucintamente de su propio duelo y pérdida de su marido, para hablar de ella (sin traspasar el límite de lo egocéntrico).
<<El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la #Palabra. Es probable que reconozcas lo que te digo; quizá lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar. Estás segura de que nadie va a oírte.>>
Me ha sorprendido mucho leer cómo expresaba Marie Curie su dolor, de una manera íntima, dolorosa, desgarradora a veces, incluso poética. He disfrutado de la manera de abordar el tema, cómo esta escritora es capaz de unir reflexión, duelo, sentimiento, historia, humor y discurso feminista en una obra que no llega a las doscientas cuarenta páginas.
Me ha encantado su grupo de #hashtag: #Palabra, #Raros, #HonrarAlosPadres, #LugarDeLaMujer, etc... pero sobre todo el referente a #Coincidencias. Porque son muchas las coincidencias en todo lo que cuenta y que también aparecen en La carne. ¿No os ha pasado alguna vez que habéis hallado una señal en algo y habéis pensado que no podía ser fruto del azar? Pues ocurre muchas más veces de las que imaginamos.
Y, por si todo lo que he dicho hasta ahora no os ha convencido, os diré que el libro incluye un Apéndice con los fragmentos del Diario de Marie Curie y que, solo por leer a esa mujer brillante que se enfrentó a todos los prejuicios de una época, merece la pena leerlo.
LA CARNE

Una noche de ópera, Soledad contrata a un gigoló para que la acompañe a la función y así poder dar celos a un examante. Pero un suceso violento e imprevisto lo complica todo y marca el inicio de una relación inquietante, volcánica y tal vez peligrosa. Ella tiene sesenta años; el gigoló, treinta y dos.
Desde el humor, pero también desde la rabia y la desesperación de quien se rebela contra los estragos del tiempo, el relato de la vida de Soledad se entreteje con las historias de los escritores malditos de la exposición que está organizando para la Biblioteca Nacional.
‘La carne’ es una novela audaz y sorprendente, la más libre y personal de las que ha escrito Rosa Montero. Una intriga emocional que nos habla del paso del tiempo, del miedo a la muerte, del fracaso pero también de la esperanza, de la necesidad de amar y de la gloriosa tiranía del sexo, de la vida entendida como un lance fugaz en el que devorar o ser devorado.
Esta novela me ha mostrado otra cara de esta autora. Especialmente, a la hora de crear al personaje de Soledad y del que vamos descubriendo su vida y carácter conforme vamos avanzando en la lectura. Una protagonista obsesionada por la edad y el paso del tiempo, por su propia soledad, por su bienestar, por la belleza, por la locura... Y Adam, el escort -preciosa palabra sinónima de prostituto-, joven, necesitado, del que continuamente sospecharemos y recelaremos de sus intenciones.
Junto a esa trama principal, y teniendo como excusa la organización de una exposición de escritores malditos, Rosa irá entretejiendo información sobre las historias de esos "malditos" como las de dos escritoras homicidas (María Luisa Bombal y María Carolina Geel) o Mark Twain. Y ahí vuelve a aparecer la contadora de historias.
«Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud. Callan por miedo a la violencia del hombre; callan por costumbre de sumisión; callan porque a fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas», le hizo decir en una conferencia, convertido en vocero de la mujer más callada del mundo.
Y aquí fue donde yo tuve mis #Coincidencias: las menciones a Françoise Sagan, James Rhodes, la paradoja del gato de Schrödinger, o la idea de una exposición de escritores malditos mientras sigo escuchando podcast sobre mujeres malditas... Ese tipo de cosas que te sacan una sonrisa mientras piensas: no puede ser...
—Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que lleguen a entenderte. En esto se parece a la locura —soltó de repente Soledad—. Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como los demás pero no poder. Y querer que te quieran pero sólo producir miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarte a ti mismo.
Todo el mundo estaba de pie, en silencio, mirándola. Seguramente estaban pensando: a qué viene ahora todo esto. Eso también era propio de los malditos. Provocar incomodidad con su mera presencia.
Creo que podría recomendar leer a Rosa Montero a cualquier lector pero, sin duda y sobre todo, a cualquier persona curiosa. Comentaba con una amiga que Rosa pertenece a esa generación de escritoras y críticas con una innegable cultura -la edad y las lecturas también ayudan, aunque no lo hiciera la época en la que nació- y que debieron destacar tras la dictadura. Y esa cultura, esa capacidad para introducir dentro de una historia de ficción notas biográficas de un personaje real, o alguna reflexión sobre los temas universales que interesan a nuestra sociedad (la vejez, la enfermedad, el amor, el sexo, el papel de la mujer en la historia...), es la que ha hecho que acabe rendida a los pies de esta autora. Y también a pensar en por qué, a veces, nos empeñamos en creer que hay escritores que no son para nosotros.
—¿Tú tienes hijos, Soledad? —le preguntó Marita.
Oh, no. Y ahora esto. Tenía que ser Marita quien sacara el tema. Odiaba que le plantearan esa cuestión, porque cuando respondía no, ese no tan irreversible ya a su edad, ese no que significaba no sólo que no tenía hijos, sino que ya no los tendría jamás y que por consiguiente tampoco tendría nietos; ese no que la marcaba como mujer no madre y que la lanzaba a la playa de los desheredados, como un resto sucio de tormenta marina, porque los prejuicios sociales eran inamovibles en este punto y toda hembra sin hijos seguía siendo vista como una rareza, una tragedia, mujer incompleta, media persona; cuando decía no, en fin, Soledad sabía que ese monosílabo caería como una bomba de neutrones en mitad del grupo y alteraría el tono de la conversación; todo se detendría y los presentes quedarían expectantes, demandando de manera tácita una explicación aceptable del porqué de tan horrorosa anomalía; que Soledad dijera, «no pude tener niños», o quizá, «tengo una enfermedad genética que no quise transmitir», o incluso, «en realidad soy transexual y nací hombre»; en suma, aceptarían cualquier cosa, pero desde luego la obligarían a justificarse. Y, una vez más, Soledad se prometió a sí misma que resistiría la presión y no añadiría ni una sola palabra al monosílabo.
No hagáis como yo. No dejéis pasar el tiempo sin leer alguna de las novelas de Rosa Montero.