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7 de febrero de 2017

Esplendor - Margaret Mazzantini


ESPLENDOR


Margaret Mazzantini

Edición impresa y ebook
ISBN: 9788432229251
Seix Barral
(2016)




Sentimental
Narrativa extranjera


SINOPSIS
¿Llegará el día en el que tengamos el coraje de ser nosotros mismos?
Ésta es la pregunta que se plantean los dos inolvidables protagonistas de esta novela.
Dos niños, dos hombres, dos increíbles destinos. Uno es intrépido e inquieto; el otro, sufrido y atormentado. Una identidad hecha pedazos que es necesario recomponer.
Una conexión absoluta que se impone, la hoja de un cuchillo en el filo del precipicio de toda una existencia.
Guido y Constantino se alejan, kilómetros de distancia los separan, establecen nuevas relaciones, pero la necesidad del otro se resiste en aquel primitivo abandono que los lleva a ellos mismos al lugar en el que descubrieron el amor. Un lugar frágil y viril, trágico como la negación, ambicioso como el deseo.

Dos días me ha durado Esplendor. La resaca ya es otra cosa. Soy una admiradora absoluta de Margaret Mazzantini, su obra, su narrativa, toda ella. Siempre temo empezar una novela suya, porque sé lo que vendrá después. Pensamientos hilvanados al corazón, imposibles de separar. 
En esas estoy. Digiriendo. Pensando y sintiendo a Guido y Constantino. Esos dos jóvenes que lo tenían todo a sus pies, la vida, la plenitud, el amor. La portada, ese lanzarse al vacío -como volar-, esa juventud, esa libertad, me parece de lo más apropiada.

Constantino es el hijo del portero, el descendiente de una familia con pocos recursos, siempre servicial, siempre dispuesta a cumplir con el vecindario. Guido es el hijo único de un matrimonio defectuoso, de una madre ausente y una figura paterna apenas perceptible. 
Ambos han crecido juntos, compartiendo el mismo espacio, aunque esa cercanía no pueda ser llamada amistad. Y el paso de los años les muestra que lo suyo, esa relación extraña y equívoca, esos sentimientos anormales, eso que sienten pero que no pueden mostrar ante nadie, ni siquiera ante ellos mismos, todo eso, bien podría ser amor.

¿Qué es lo que viene después? Lo que ocurre, lo que les pasa, sus idas y venidas, sus errores, sus aciertos, sus decisiones, su fragilidad y su valentía, todo eso, es la vida. Y no está dispuesta a ponérselo fácil a estos dos hombres. Porque este mundo, esta sociedad, se encuentra más cómoda juzgando y castigando lo diferente, cubriéndolo de una pátina de culpabilidad y vergüenza, haciendo que nieguen su propia identidad sexual.

<<...Me contó una historia, la historia de un pueblo de muertos, al morir la última vieja, hasta el campanario calla, y queda sólo un perro hambriento y asustado. Un perro blanco. Mientras los lobos se acercan, el pobre perro se mezcla con la tierra, se mancha el pelaje, y cuando llegan los lobos se pone a aullar ronco, y ellos se lo llevan consigo en su manada. Tiempo después se acercan a un rebaño, el perro ve a un corderito, finge ladrarle pero le dice huye, vete. Es un perro pastor, tiene esa naturaleza. Los lobos se dan cuenta y pasan por el río, lo hacen aposta, para que el pelo del perro se vuelva blanco en el agua. Entonces cogen palos y lo matan.
—Ser marica en Calabria es como ser un perro pastor entre lobos.>>

Lo que continúa son un cúmulo de acciones que afectarán a otras personas, secundarios cuya presencia resulta imprescindible y especial:  Izumi, Leni, Geena, Zeno, Giovanni...
Las referencias a la película Alguien voló sobre el nido del cuco han sido uno de esos detalles que me han sorprendido y gustado, presentes en el momento adecuado.

<<Constantino callaba como si fuera mudo, preñado de lirismo y de dolor. Yo era Randle, y él, el Gran Jefe. Tenía la fuerza de alguien capaz de arrancar un lavabo de la pared y romper un cristal para escapar de la mentira>>

Lo que hace especial esta obra, aquello que la hace única, es Margaret Mazzantini y su manera de contar historias: contundente, trágica, poética, hermosa y cautivadora. Es su forma de hablar de la relación de padres e hijos, maridos y esposas... de hacer que acompañemos a Guido, nuestro narrador, de que le entendamos, de que seamos testigos de ese camino que siempre parece llevarlo al mismo destino. Siempre lo lleva a Italia, a la playa, a Constantino.


<<Y tú, por primera vez en tantos años que lo conoces, pensaste es él, es del todo él, es feliz. Entonces alargaste la mano para enjugarle esa lágrima y te paraste ante ese ojo bellísimo, que sólo tú sabes lo bello que es, que sólo tú has visto morir y renacer, y sabes que no ha tenido mucho, y sabes que lo merece todo, sabes que ya no sois jóvenes, pero que tampoco estáis para el arrastre, y tú quieres darle todo pero no sabes cómo decírselo, entonces le pones esa pulsera en la muñeca y le dices sobre esta mesa de metal sucio se consuma el amor, sobre este mar silencioso y embelesado como nosotros, todo esto es nuestro esplendor.>>


Y, como ya hiciera en No te muevas o en La palabra más hermosa, Mazzantini se guarda un as en la manga, un giro final, el golpe de gracia que nos descoloca y a la vez nos hace darle sentido a todo. Ver la imagen completa. Esos pequeños flecos que estaban ahí, pero no vimos, en los que solo reparamos al final. Ese detalle apenas insinuado, sutilmente mostrado. Y es justo en ese momento cuando sabes que ya no podrás sacarte esta novela de la cabeza, ni del corazón.

Y, si me preguntáis, ¿la recomendarías? Os diré, sí, a ciegas. Siempre. Es la clase de novela que me recuerda por qué no todo me vale. Por qué no consigo sintonizar con ciertos estilos, con cierta literatura faltona, fácil, huérfana de calidad lingüística. Es una muestra de ese "otro nivel" que solo consiguen unos pocos. Es el don de la palabra usada para tejer una buena historia. Y, ya sabéis que, algunas veces, me gusta mencionar el impecable trabajo de los traductores. Qué labor tan magnífica ha realizado en esta ocasión Isabel González-Gallarza.
Si no habéis leído nunca a Mazzantini, este es un buen momento para hacerlo y salir de vuestra zona de confort. Hacedlo y contádmelo.



3 de febrero de 2017

Entre bambalinas - El último baile

La semana pasada os mostraba los entresijos de Bajo el sol de medianoche, de Marisa Grey. La autora nos hablaba de la ambientación, de la documentación, la época... y yo os prometía que os traería lo mismo de una novela y épocas muy diferentes: la Viena y el Berlín de entreguerras, de la mano de Marisa Sicilia. Y, en este caso, también nos regala una escena de cortesía que os puede dar una idea de lo que vais a encontrar en El último baile.

En realidad, podéis haceros una imagen sobre lo que esconden sus páginas pero, si ya habéis leído antes a Marisa Sicilia, sabréis que la historia no estará exenta de sorpresas ni os dejará indiferentes.
El último baile es mucho más que una novela romántica histórica así que, cuando iniciéis su lectura, mantened el corazón y las emociones alerta.


El último baile - Marisa Sicilia
(23 de febrero -15 de marzo de 2017) 


Viena, 1952

Andreas y Lilian se reencuentran inesperadamente en un café tras una larga separación. Mientras pasean juntos por el Prater, Lili recuerda su historia de amor con Andreas, su enamoramiento incondicional y juvenil, el primer desengaño, el fracaso en su intento de olvidarlo, la reconciliación y los años locos que vivieron juntos en el salvaje Berlín de entreguerras.

Recuerda cómo, a pesar de las separaciones y las distancias, nunca dejaron de amarse. Porque el de Lili y Andreas es uno de esos amores que perduran a través del tiempo y las pruebas. 


Porque las verdaderas historias de amor nunca terminan.



Marisa, para ir ambientándonos, ¿cómo suena esta época?

La música que asocio a la novela es la misma que escuchaba mientras la escribía.

Para mí, Viena suena al Claro de luna de Debussy, a Gnossiennes y a Gymnopédie, de Erik Satie, que fueron compuestas a finales del siglo XIX, pero aún sonarían de fondo en los cafés vieneses. Tienen un tono evocador y nostálgico que le va muy bien, tanto a la época, como al estado de ánimo de Lilian durante esos años.


Berlín es otra cosa: desenfado, libertad, efervescencia... Música ligera y chispeante, como Ain´t She Sweet?, de Ben Bernie.

Hay un momento en la novela en el que Lili recuerda haberla bailado una noche un poco borrosa por culpa del champán.

(*Si pincháis en los títulos podéis tener la música de fondo)

¿Por qué elegiste el período de entreguerras (1919-1939) para tu novela?

Casi diría que fue el periodo el que me eligió y yo no hice nada por resistirme. Me atraen las épocas de cambio, de transformaciones. Cuando surgió la historia de Lilian y Andreas tenía claro que sería una relación que se alargaría en el tiempo y pasaría por muchos momentos distintos: el primer enamoramiento, una separación, el reencuentro justo en el instante oportuno… Desde el principio situé a los protagonistas en aquella época porque la evolución que sufrió la mentalidad se asemeja a la que experimentarán ellos.

La historia comienza con reminiscencias de la Viena imperial, con ese viejo mundo que ya da las boqueadas, y se despliega con toda la intensidad del Berlín descontrolado y excesivo de la república de Weimar. Era lo que necesitaba, lo que quería contar.

    


¿Cómo hiciste para documentarte? ¿Cuáles han sido tus fuentes?

Cuando comienzo a escribir veo con mucha claridad los condicionantes que afectan al desarrollo de la trama. Forma parte de lo que yo llamaría la documentación de base, de todas las novelas que he leído, los documentales, los libros de historia...

Lo que ocurre es que no puedes dar nada por hecho, necesitas contrastar. A veces estás convencida de algo y es precisamente cuando cometes un error.

Por eso traté de pisar terreno firme y busqué documentos gráficos sobre lugares, medios de transporte y prendas de vestir, artículos y biografías, discursos oficiales, información sobre hechos históricos que no aparecen en la novela o lo hacen solo de refilón, pero me hacían entender la situación y cómo debía ser el estado de ánimo de quienes los vivieron.

Y en cuanto a los libros que leí para ayudarme con el tono y la ambientación, o que había leído y en los que pensaba mientras escribía, están:


Una princesa en Berlín: Arthur R.G. Solmssem

Se trata de una novela publicada en 1980 y centrada en los primeros años de la República de Weimar.

El autor retrata un Berlín asfixiado por las secuelas de la I Guerra Mundial, sumido en una profunda crisis de valores y que muestra los primeros síntomas de un mal que no tardaría en desencadenarse.





París era una fiesta: Ernest Hemingway.

Memorias de juventud que reflejan la añoranza del autor por aquella época inquieta y brillante en la que, al igual que Hemingway, muchos compartieron el deseo por apurar una vida que parecía dispuesta a darles todo lo que ambicionaban si tan solo se atrevían a cogerlo.




Adiós a Berlín: Christopher Isherwood.

La novela en la que se basó la película Cabaret.

Isherwood, que era inglés, vivió durante esos años en Berlín y tanto en el libro como en la película, Sally sigue siendo un personaje inolvidable y conmovedor.





La montaña mágica: Thomas Mann.

1914. Balneario de Davos. Lo mejor para saber cómo se pensaba y se actuaba en determinada época es leer a quien la vivió.  Otra forma de entender el mundo y la literatura y un protagonista distinto a cualquier otro.

Siempre que recuerdo la novela pienso en Hans Castorp envuelto en una manta en su tumbona, respirando aire puro y esperando no sé sabe bien qué.




Henry y June: Anaïs Nin. 

Más protagonistas de su tiempo. La pareja compuesta por el escritor norteamericano Henry Miller y su esposa June y la relación que mantuvieron con la propia Anaïs.

De nuevo transgresión, ruptura de tabúes, ansias de experimentación. Las viejas normas ya no sirven. 





Hubo otros personajes reales con los que di durante el proceso de documentación y cuya vida fue igual de intensa y tanto o más interesante que la de cualquier novela. Me conmovió de un modo especial la escritora rusa, afincada en Francia, Irène Némirovsky.

Irène vivió esa juventud que todos identificamos con la época: fiestas, despreocupación, risas y champán… Y, sin embargo, y a pesar de su lucidez, se quedó para afrontar el terrible final que sobrevendría algunos años más tarde.


Mies van der Rohe, director de la Bauhaus y uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX. Durante los primeros años del nazismo trató de convivir con los nuevos dirigentes, pero sus ideas vanguardistas no tenían encaje en la nueva Alemania y optó por exiliarse. Él y Albert Speer, otro arquitecto que sí colaboró con los nazis y llegó incluso a ocupar el cargo de ministro, me sirvieron de contrapunto para establecer las diferencias y semejanzas con Andreas.
Andreas también es arquitecto y ama su profesión. Esa dedicación, su éxito y su fracaso, supone una parte importante de la historia.


Por último, no quiero dejar de mencionar a Anita Berber, que es mucho menos conocida, pero tuvo una vida fascinante y extrema. Anita fue bailarina, actriz, modelo en revistas de moda, musa de los expresionistas, diva provocadora y adicta a las drogas.

Tuvo amoríos con hombres y mujeres, y murió enferma y aún joven después de haber tenido a sus pies a todo el Berlín más libertino y decadente. Cuando leáis la escena de la serpiente y la bailarina, acordaos de Anita.


¿Hasta qué punto la época ha condicionado el comportamiento de tus protagonistas?

Los ha condicionado por completo, tanto en su relación como en la evolución de los personajes. Andreas y Lilian se conocen desde siempre, sus familias tienen relación de amistad. Entre ellos siempre ha existido esa chispa, pero el mismo hecho de conocerse desde tan jóvenes, en un mundo que ofrece tantas posibilidades, las distintas expectativas…, todo contribuye a que se distancien. Pero precisamente porque el mundo está cambiando a pasos agigantados, sus circunstancias también lo harán. En especial las de Lili.

Al principio de la novela, sus aspiraciones son las que tradicionalmente se esperaban de cualquier mujer joven y sensata: casarse, amar y respetar a tu marido, tener hijos y vivir más o menos felices, pero juntos para siempre. Por supuesto, en todas las épocas hubo mujeres que se saltaron esas reglas, pero, hasta entonces, ese comportamiento tenía una dura sanción social. Es a partir de esos años cuando empiezan a aparecer cada vez más mujeres que no solo infringen las normas, sino que son admiradas y aplaudidas por ello. Lilian no pretendía ser una de esas mujeres rompedoras, pero no dudará en soltar los lazos cuando tenga que decidir entre las apariencias y seguir a su corazón, seguir a Andreas.

Vivirán años intensos, apasionados y revueltos. Traerán consigo costes. Tanto Lili como Andreas cambiarán y no todos los cambios serán a mejor. Solo una cosa permanecerá inalterable y es que de un modo u otro nunca dejarán de amarse. Esa es la historia que quería contar y espero que, cuando los conozcáis, también lo veáis así.




Aun cuando la portada es elegante e identificable para una historia romántica, diría- y esto es una opinión personal- que es demasiado genérica y que lo mismo podría tratarse de una novela ambientada en la Inglaterra del s. XIX como en Nueva York en 1915. Si pudieras elegir una imagen que fuera la carta de presentación de El último baile ¿cuál habrías elegido?


Me gusta el gesto tan delicado de la portada, pero coincido en que habría preferido que se identificase la época con solo echar un vistazo. Hay imágenes que todos relacionamos con esos años y en las que pensaba cuando imaginaba la portada. Algo así como “me encantaría que se pareciera a...” Pero también reconozco que hay pocas imágenes que trasmitan tanto como por ejemplo esta de Doisneau. Y ya no es solo la época, es la vibración, la emoción, el sentimiento que irradian esos dos desconocidos que se besan en un entorno gris.

Es una imagen inspiradora donde las haya y, cuando pienso en Lilian y Andreas, los imagino besándose así.


Beso. Place de l`Hôtel de Ville, París. 1950 (Robert Doisneau)

Desde este rincón, solo me resta dar las gracias a Marisa Sicilia por su tiempo y dedicación a preparar esta entrada. 

Cuando leí Deux ex machina 2.0, de Mara Oliver, descubrí entre sus páginas una expresión que se quedó grabada en mi mente: Fortuna fortes adjuvat. La fortuna favorece a los audaces/valientes.  


El último baile es una historia audaz, arriesgada, valiente. Lo es también Marisa Sicilia. Así que ojalá que esa expresión latina se cumpla
. Y, como os prometía,




Marisa nos ha dejado una de las escenas que da nombre a la novela. Espero que la disfrutéis.


Serían casi las cinco de la madrugada cuando el maestro de ceremonias anunció la pieza con la que se cerraba el baile de debutantes. Había sido una noche larga. 
Lilian miró inquieta hacia todos los lados y no lo vio por ninguna parte. Un temor que había tratado de obviar durante toda la velada la invadió: se había olvidado de ella, nunca había pensado en hacerlo realmente, Andreas seguía viéndola solo como la niña pequeña a la que podía tirar alegremente de las coletas. 
Los primeros y melancólicos acordes comenzaron a sonar. El temor se convirtió en pánico. Pero entonces él y su sonrisa hicieron acto de presencia. 
—Lili, mi querida Lili, ¿me concedes este baile? 
Frente a sí, mirándola como si nada en aquel momento le importase más que ella. Andreas le ofreció el brazo y se inclinó imperceptible y gentilmente hacia ella. Lilian olvidó todas sus inseguridades y se sintió deshacer. Andreas era tan, tan guapo y, por si no fuera suficiente, poseía esa mirada cómplice y acariciadora con la que hacerse perdonar cualquier cosa. Además, ¿qué importaba que la hubiera hecho esperar? Lo que contaba era que por fin iban a bailar. 
Con su habitual y tranquila seguridad la llevó hasta el centro del salón, donde el resto de parejas ya estaban danzando. Tomó su mano derecha, rodeó su espalda, la acercó con calidez contra sí y esperó a que Lilian apoyase la mano en su hombro. Después, siguiendo el compás de la música, la hizo girar como si careciese de peso o de voluntad. 
Más que bailar, era como flotar. 
Al principio no podía pensar. Lo había soñado tantas veces que, ahora que estaba sucediendo, su cabeza patinaba entre la realidad y la fantasía. Todos sus ensueños adolescentes comenzaban de ese modo. Andreas y ella bailaban y era tan maravilloso que el mundo desaparecía alrededor, no existían los músicos ni las viejas damas, ni los envarados oficiales con monóculo y barba de chivo. Solo Andreas y ella. Él la miraría como si fuese la primera vez que la veía y entonces se besarían. Y en ese instante sublime y preciso en el que sus labios se rozasen, todo cambiaría entre ellos. Ya solo vivirían para adorarse el uno al otro. Serían felices para siempre, igual que en los cuentos. 
Y por fin el momento había llegado y Lilian tenía a Andreas más cerca de lo que lo habían estado en mucho tiempo. Al menos desde que dejaron de ser niños y ya no les estuvo permitido que él la volcase alocadamente sobre la hierba y rodasen el uno sobre el otro. Sí, hacía demasiado que añoraba la cercanía de Andreas y ahora de nuevo sentía su calor, su presencia, aspiraba su fragancia a madera, sándalo y musgo.  
La misma fragancia de cuyo frasco usado y vacío se apropió una vez a escondidas para guardarlo como un tesoro, su pequeña posesión de la esencia de Andreas. Y sin embargo no era en absoluto comparable a respirar ese mismo perfume en su cuerpo, sobre su impecable frac de gala, tal y como lo sentía en aquel instante, embotándola por entero, llenando cada partícula de su ser, allí bailando en la Ópera, entre docenas de parejas que estaban solo para que ellos también estuvieran. Mientras la música se hacía cada vez más dulce y lenta y las luces se iban apagando poco a poco… 
Sus miradas se encontraron. En realidad, Lilian no había dejado de mirarlo ni por un instante. Entonces fue cuando se dio cuenta de que él la había estado rehuyendo. Pero ya no lo hacía y Lilian pensó: ahora, tiene que ser ahora. 
Solo que no ocurrió. El instante pasó y, en lugar de besarla, Andreas rompió la magia con la misma facilidad con la que podría haber roto una copa tallada en cristal de Bohemia: arrojándola contra el suelo. 
—¿Cómo has dejado que te vistan así, Lili? No va contigo en absoluto. 
Fue un jarro de agua fría sobre su cabeza. Sabía que se veía absurda, igual que una bailarina fuera de su caja de música. Pero oírselo decir a Andreas la hería. 
—Todos me han dicho que estoy preciosa —saltó a la defensiva. 
—¿Quiénes son todos? ¿Tu madre? 
Lilian apretó la mandíbula. No iba a dar el brazo a torcer. Y menos con Andreas. 
—Todas mis parejas de esta noche me han dicho que estaba preciosa. 
Andreas valoró el desafío que destellaba en sus ojos. Ella se sentía en su derecho. Todos, todos sin excepción le habían dicho lo bonita que estaba. No importaba que fuese una frase de cumplido. Al menos habían sido lo bastante caballerosos para pronunciarla. Pero no Andreas. Andreas era diferente. 
—Pero, Lili —dijo él con suavidad—, ninguno de ellos te conoce como yo. 
Lilian vaciló, por sus palabras y por el modo en que la había mirado al pronunciarlas. Con un esfuerzo reunió el valor para preguntar. 
—¿Y qué es lo que quieres decir con eso? 
—Tan solo que esta no eres tú. Tú ya eres preciosa. No necesitas parecer otra. 
Ahora, volvió a gritar Lilian, bésame ahora. Pero Andreas no debió escuchar su silencioso grito y ella se sintió obligada a justificarse. 
—Solo hago lo mismo que las demás: vestido blanco y diadema. Es la tradición. 
—La tradición… En este país podemos perderlo todo menos las tradiciones. Perdimos la guerra, perdimos el imperio, perdimos incluso al emperador. Ahora tenemos una república y sin embargo seguimos celebrando el comienzo de temporada como si los mismísimos Sissi y Francisco José lo presidiesen. Dime, ¿qué sentido tiene? 
Lilian no supo qué contestar. Odiaba cuando Andreas le hablaba de política. Siempre pensaba que no sería capaz de dar con la respuesta correcta. Sin embargo, no estaba dispuesta a quedarse callada como una chiquilla boba. 
—Tiene sentido porque es hermoso. Es una noche especial. No deberíamos dejar que las cosas hermosas se perdiesen.
Andreas se quedó mirándola mientras la giraba lentamente siguiendo el cadencioso compás de la música. 
—¿Sabes, Lili? Por eso me gustas. 
—¿Por qué? —preguntó ella con el corazón en la garganta. 
—Porque en el fondo pensamos igual. Tampoco yo quiero dejar de disfrutar de las cosas hermosas, de las cosas que de verdad valen la pena. 
Lilian lo miró dudando, rodeada como estaba por sus brazos, tratando de buscar en su rostro, tan cercano al suyo, la respuesta al significado de sus palabras. No estuvo segura de haberlo encontrado, así que lo que hizo en su lugar fue volver a desear con todas sus fuerzas que la besase, antes de que acabase el último baile de su noche de puesta de largo. Ahora. Ahora o nunca. Pero la apagada melodía que les había estado acompañando cesó por completo, las luces volvieron a brillar con fuerza y las exclamaciones de tristeza les rodearon. Tras un corto instante de desconcierto para ambos, Andreas la soltó despacio y le sonrió, un poco como si se disculpara, con su eterna sonrisa traviesa. 
—Se terminó el baile, Lili. 


Booktrailer










27 de enero de 2017

Entre bambalinas - Bajo el sol de medianoche

Una vez leí una afirmación que me parece una realidad en la que pocos parecen reparar: la responsabilidad y esfuerzo de un autor (permitidme que use el género neutro) de novela romántica -en el subgénero histórico o de suspense, por ejemplo- porque, junto al romance, debe tejerse un entramado histórico, o un thriller (y así con cada caso). Algo que se parece mucho a escribir dos géneros en uno. 
Quería poner el foco, en esta ocasión, en el trabajo que hay detrás de una novela romántica histórica
¿Alguna vez os habéis preguntado en qué consiste la labor de documentación en este tipo de novelas? ¿Por qué un autor elige una época o ubica la historia concretamente en ella?
Y ¿qué ocurre cuando, además, esas historias se salen de la típica novela de Regencia, Highlanders o época Medieval? No tengo nada en contra de esos períodos históricos, pero estaréis conmigo en que suelen ser los más recurrentes.

Hoy os propongo viajar al Yukón (Canadá) de finales del s.XIX, a uno de los escenarios de la fiebre del oro, y a la ciudad de San Francisco de la mano de Marisa Grey.

¿Tenéis curiosidad por conocer las razones que están detrás de esta ambientación? Pues seguid leyendo, porque su autora nos cuenta los motivos y el arduo trabajo que hay detrás de la publicación de una novela romántica histórica.

Bajo el sol de medianoche - Marisa Grey
(1 de febrero de 2017)

En 1898 la ciudad de Dawson, en el remoto territorio del Yukón en Canadá, se ha convertido en el destino de miles de hombres y mujeres en busca del oro del río Klondike. Mientras todos sueñan con la nueva Fiebre del Oro, Cooper Mackenna se conforma con sobrevivir en su cabaña junto a sus perros, más deseoso de olvidarse de la mujer que le traicionó en el pasado que de hacerse rico. Lo que ignora Mackenna es que su pasado está a punto de reaparecer, cuando Lilianne Parker decide viajar hasta el Yukón en su busca para poner fin al último vínculo que la ata a un pasado doloroso. Su intención es conseguir una confesión de abandono que le permita solicitar el divorcio.
Cooper y Lilianne deberán decidir en quien confiar y si están dispuestos a averiguar qué sucedió en el pasado. Pero, por encima de todo, tendrán que averiguar si están dispuestos a darse una segunda oportunidad. 
Bajo el sol de medianoche no es solo una historia de amor, es también una historia de superación por parte de una mujer deseosa de ponerse a prueba y de un hombre carente de ambición en un entorno donde el oro y la codicia reinan entre las calles de una ciudad extravagante y caótica, donde unos se hacen ricos en cuestión de horas mientras otros mueren en la absoluta miseria.


Marisa, ¿cómo suena esta época?

Si tuviese que poner una banda sonora, sin dudarlo elegiría lo que escuché durante horas, sobre todo cada vez que tenía que poner voz a Lilianne, mi protagonista femenina. El cisne de Camille Saint-Saëns (1886) me recordaba la fragilidad y la melancolía que acompañan muchas veces a Lilianne, en sus momentos de dudas, de renuncias, de despedidas. Se compuso doce años antes, pero creo que bien podría haber sido la música de fondo de una velada de Adele Ashford, una amiga de Lilianne.

Una canción que tiene protagonismo es Daisy Bell, cantada por Gerald Adams. Algunas veces la escuchaba para ambientarme en la época. Al final le pillé el gustillo a esa voz entrecortada, lejana, encapsulada. No puedo escucharla sin pensar en Cooper y Lilianne, en una escena muy concreta durante una noche especial.


* (Pinchad en los títulos y podréis escucharlas mientras seguís leyendo)

¿Por qué elegiste el lejano territorio del Yukón para tu novela?

La fiebre del oro del Yukón en Canadá, que se dio a conocer al resto del mundo en 1897, me atrapó como lo hizo con miles de hombres y mujeres de entonces. Descubrí una aventura tan sorprendente como apasionante. El escenario del Yukón me sedujo por su tierra hostil y a la vez generosa, por su grandeza, también por sus singulares habitantes, hombres y mujeres de toda índole, marginados que huían del imparable progreso, aventureros, mineros en busca de fortuna, tramperos, analfabetos y poetas, que se enfrentaban a las mayores proezas con una temeridad y una valentía asombrosas. No pude menos que admirar su audacia; alcanzar el río Klondike representaba la última gran aventura después de la Conquista del Oeste, donde la codicia y un sorprendente código de honor iban de la mano.




                                   
           


Dawson City, una ciudad que apenas tenía dos años cuando se desarrolla mi historia, ya albergaba unos treinta mil habitantes; me ofrecía un marco totalmente diferente durante el cual las mujeres gozaron de una libertad insólita para la muy conversadora época Victoriana. Supe que al final acabaría encontrando los personajes que encajarían en aquella locura, tan rica en sucesos, oportunidades, perspectivas. Era como recibir un cheque en blanco.




En contraste, quería otro escenario como la sofisticada ciudad de San Francisco; cosmopolita, elegante, pero también muy conservadora, cuyo origen procede de otra fiebre del oro, con hombres influyentes y grandes imperios. Aspiraba a contar una historia de contrastes con unos protagonistas prisioneros de sus recuerdos al tiempo que anhelan una segunda oportunidad.




¿Cómo hiciste para documentarte? ¿Cuáles han sido tus fuentes?


El primer libro que despertó mi interés por las diferentes fiebres de oro que tuvieron lugar a finales del siglo XX, fue la novela de Norah Sanders: La balada del corazón salvaje, ambientada entre San Francisco y Alaska. Aunque me pareció interesante todo lo que esbozaba (porque hace referencia a la fiebre del oro que tuvo lugar en 1899 en la playa de Nome en Alaska), no era exactamente lo que buscaba.

En esta historia las fortunas ya estaban establecidas, los imperios fortalecidos. Yo quería algo más inicial, el germen de una fiebre del oro, la búsqueda de la gran aventura, la recompensa del éxito o el azote del fracaso.




El segundo libro que me abrió las puertas a lo que buscaba sin saberlo fue El río de la luz, Un viaje por Alaska y Canadá de Javier Reverte, donde el autor sigue los pasos de Jack London durante su travesía hacia los campos auríferos del Klondike en el territorio del Yukon.

Por aquel entonces centraba mis pesquisas en Alaska, pero Javier Reverte me señaló el camino de la ciudad que quería en mi historia: Dawson City, con toda su singularidad.



Gracias a su bibliografía de referencia pude seguir investigando y di con la biblia del Gold Rush más famoso que se ha vivido: Klondike, The Last Great Gold Rush, 1896-1899 de Pierre Berton. En este libro el historiador canadiense relata de manera detallada la más extravagante fiebre del oro que apenas duró tres años, pero que dio con los yacimientos más ricos del mundo. Mi gran problema fue el idioma, solo lo encontré en inglés, de ahí que tardara un siglo en leerlo, pero valió la pena.
Entre todas las personas que describe Berton, mi protagonista masculino fue cobrando forma. No tenía rostro ni identidad, pero ya sabía que iba a ser un buscador de oro peculiar.

Al seguir tirando del hilo di con otros libros, tan fascinantes como el anterior, con un plus nada desdeñable: eran contemporáneos a los sucesos que cuento en mi historia.
Para ello, tuve que recurrir a archivos, como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. No os imagináis la emoción que sentí al meterme -online, por supuesto- en ese templo de la sabiduría.

El diario de Léon Boillot: Aux mines d’or du Klondike, du lac Bennett à Dawson City me ayudó a entender el impacto que causaba la ciudad de Dawson en los recién llegados. Sus ilustraciones fueron muy reveladoras.



El que más me fascinó fue Two Women in the Klondike: The Story of a Journey to the Gold Field of Alaska de Mary Evelyn Hitchcock. Me pareció curioso que dos mujeres maduras decidieran viajar hasta un territorio salvaje y remoto como "turistas", movidas por la curiosidad, solo para conocer de primera mano qué estaba ocurriendo en las orillas del Klondike, si eran ciertas las fabulosas historias que relataba la prensa de medio mundo acerca de las fortunas que brotaban de los lechos de los arroyos.




En cuanto "conocí" a Mary Hitchcock y Edith Van Burren, supe que tenían que aparecer en mi historia, de modo que gracias a estas dos ilustres viudas trotamundos, surgió mi protagonista femenina. Como el viaje de las dos viudas se inició en San Francisco, también me trazaron el periplo de mi protagonista y en qué año de la fiebre del oro debía transcurrir la trama: 1898.


Gracias a la gran repercusión que tuvo la fiebre del oro, encontré guías que se publicaron para ayudar a los hombres y mujeres que aspiraban a probar suerte y diarios de los que habían estado en el Yukon entre 1896 y 1898. No hay portadas porque son archivos microfilmados, como el Diario de Lady Flora Shaw durante su viaje al Yukon (mandada como corresponsal por el periódico The Times) que empieza:

‘I reached Klondike this morning completing the journey from London in 31 days. The time includes four days’ accidental delay on the rivers.’ Pocos sabían que el que informaba de su llegada al Klondike tras una travesía de 31 días desde Inglaterra era una mujer de armas tomar: Flora Shaw.
El viaje de Flora Shaw y de las viudas Hichtcock y Van Burren me dieron el listón para perfilar a mi protagonista: los tiempos cambiaban, las mujeres cobraban protagonismo, el movimiento sufragista daba incontables quebraderos de cabeza a los hombres, a los gobernantes a ambos lados del Atlántico.


Las primeras juezas, médicos, abogadas, fotógrafas, periodistas empezaban a alzar el vuelo, rompían el "inmovilismo" al que habían sido sometidas las mujeres. Quería una protagonista a la altura de estas féminas, con sus dudas, con las ataduras que conllevaba ser mujer. Era todo un reto ya que aspiraba a crear una mujer con sus limitaciones, pero con grandes aspiraciones sin que ella lo supiera.

La medicina tiene un gran peso en Bajo el sol de medianoche. También fue un reto buscar información de cómo se trataban las enfermedades, sobre todo las endémicas del Yukón, que para mi sorpresa fueron muchas y tan sorprendentes como la malaria. Estaba convencida que solo se daba en países tropicales, pero en el Yukón el invierno es un infierno que alcanza los 40º bajo cero, en verano es un horno que roza los 30º en un ambiente húmedo rodeado de ciénagas donde los mosquitos campaban a sus anchas. La guía que más me ayudó fue la que se repartió a los que iniciaban el viaje, escrita por Dr. G.O. Guy, un médico de Seattle, que venía acompañada con las medicinas recomendadas por las autoridades para hacer frente a los percances, desde una gripe, un lumbago o un corazón cansado y así convertirse en tu propio médico, que no abundaban.


La documentación fue un viaje en sí, no solo a través de los libros que he ido leyendo para entender los hechos y los sucesos, las fotografías de entonces fueron fundamentales para retratar la disparatada fiebre del oro en Dawson, en los arroyos del río Klondike, también para entender San Francisco, sus avenidas, sus comercios, el barrio chino. Necesitaba visualizar lo que escribía, ya fuera una calle de San Francisco o un campamento minero. Hasta la fauna y la flora del Yukon eran fundamentales.




¿Hasta qué punto la época ha condicionado el comportamiento de tus protagonistas?

A finales del siglo XIX las mujeres emergían de una etapa muy conservadora y alzaban el vuelo. La época en la que transcurre la historia fue fundamental para la liberación de la mujer. Se atrevían a aspirar a algo más que el matrimonio y la maternidad. Eran todavía muy pocas y se enfrentaron a incontables obstáculos, pero demostraron ser capaces de luchar por sus sueños. Me sorprendió descubrir las primeras mujeres jueces, abogados, médicos, las primeras universidades para mujeres, el hospital de Elizabeth Blackwell dirigido por mujeres y cuyos médicos eran mujeres, pero también a las valientes cocineras, lavanderas, modistas, madres que dejaban en sus hogares a sus hijos para viajar al Yukón haciendo frente a las durísimas condiciones del entorno. Emprendieron nuevos negocios, compraron sus derechos de concesiones y cavaron la tierra con el mismo ahínco que los hombres. Mi protagonista es una de ellas, audaz y decidida a afrontar las dificultades a pesar de las dudas y del miedo a lo desconocido. Sin embargo, la historia también refleja sus limitaciones como mujer, porque todas las batallas no estaban ganadas y la ley no las consideraba personas autónomas. Era una contradicción.

                         
     
                                         
La novela forma parte de la colección que B de Books presenta para San Valentín. Después de lo que nos has contado, a mí me cuesta vincular la portada con la época que vamos a encontrar o sus personajes. ¿Qué puedes decirnos sobre eso?


La portada no es lo que imaginaba y fue una decepción encontrarme con una imagen que no refleja nada de la época, de la fiebre del oro, de los protagonistas o de la aventura que viven.

Desde luego es atemporal y difícil de encasillar en un género. Solo espero que los lectores vean más allá de la cubierta.

Si tuviera que elegir una imagen sería ésta.
¿Queréis saber cómo empieza? Aquí os dejo el inicio

Finales de febrero de 1898,
 territorio del Yukón, Canadá


Silencio blanco. El silencio era cuanto se oía y el color blanco lo invadía todo a su alrededor. No se distinguían los árboles ni el curso del riachuelo, ni siquiera la montaña que se alzaba sobre la ciénaga en la confluencia de los ríos Yukón y Klondike. Un manto de nieve espesa sofocaba cualquier señal de vida. Era lo más parecido a la muerte o que el tiempo se hubiese detenido durante una eternidad en aquella tierra olvidada de todos. Solo de vez en cuando se oía el aullido lastimoso de un lobo ártico, que se desvanecía en la lejanía. Algunas veces él también sentía la necesidad de aullar, de gritar al silencio aunque fuera para oír su propia voz, desafiarle como el náufrago que alza el puño hacia la tormenta. No temía la soledad, lo que le provocaba pavor era la locura que se apoderaba de algunos hombres al vivir en condiciones tan extremas.
Aun así prefería la quietud a los días ventosos, entonces las corrientes se colaban por cualquier rendija y la sensación de frío se hacía insoportable. Sentía el viento del Norte como una respiración agónica de un ser omnipresente, que amenazaba con clavar sus garras en los habitantes de esa tierra en cualquier momento.
En unas semanas empezaría el deshielo; lo anhelaba y a la vez lo temía. Cuando los bloques de nieve se desprendían de las montañas, en un estruendoso chasquido semejante a un trueno, arrasaban con cuanto se cruzaba por su paso. La corriente de los riachuelos, dormida durante el largo invierno, se rebelaba de tanta quietud y se transformaba en una trampa para todo aquel que pretendiera cruzarla. Los ríos Yukón y Klondike se resquebrajaban como si disparasen una salva de cañonazos a una lámina de cristal. La naturaleza salía de su apatía invernal como un gigante iracundo tras un largo sueño.
El deshielo traería temperaturas más cálidas, pero también nuevos peligros como los osos hambrientos que saldrían poco a poco de sus cuevas tras meses de hibernación, más peligrosos que todas las trampas del invierno, y los lobos famélicos se acercarían a los campamentos en busca de restos de alimentos. Pese a todo, había encontrado un lugar donde era quien quería ser, donde nadie ni nada le marcaba ninguna pauta, ninguna limitación, excepto la naturaleza.
La recompensa surgía semanas después: el paisaje se convertía en un majestuoso tapiz salpicado por el azul de los lupinos, el morado de las adelfillas, los rosas y amarillos de las gaillardías y el blanco de los arbustos del té del labrador. El cielo abandonaba el gris plomizo del invierno y se tornaba de un celeste intenso salpicado de nubes níveas.
Pero aún faltaban semanas de monótona luz fantasmal, que apenas duraba unas pocas horas, y noches eternas en soledad con la única compañía de sus pensamientos. 
Cooper oteó el paisaje tan fascinante como traicionero bañado en una luz mortecina. A lo lejos apenas se distinguía el horizonte; cielo y tierra se confundían, las líneas se difuminaban, desaparecían, jugaban con el observador hasta que nada tenía principio ni fin. 
Un viento gélido lo envolvió en un abrazo feroz; enseguida sintió su despiadado mordisco en el rostro. Se arrebujó en la manta con la que se había abrigado y sacó el machete de su funda para partir una de las estalactitas que se había formado en el alero de la cabaña. Volvió al interior, a la semipenumbra solo rota por el halo de luz dorada de los dos farolillos colgados de una viga. Para protegerse del frío mantenía cerrado los postigos de madera de los dos ventanucos de la cabaña. Metió el trozo de hielo en una olla sobre la estufa encendida, que avivó con un leño, después hizo lo mismo con la chimenea. Al cabo de unos segundos el calor le desentumeció los dedos. Se sentó en el suelo sobre una gruesa piel de oso junto a sus perros, Linux y Brutus, a la espera de que se derritiera el hielo.
Linux ladeó la cabeza. Segundos después Cooper percibió lo que el perro había oído antes que él: unas pisadas se acercaban trabajosamente. La nieve crujía bajo las raquetas y de vez en cuando alguien soltaba una maldición. No necesitó mirar por el ventanuco para saber que era Paddy quien se acercaba. Palmeó el cabezón de Linux y se puso en pie para abrir.







Por mi parte, solo me queda agradecer a Marisa Grey que haya querido dedicar su tiempo a preparar esta entrada y contarnos cómo ha sido su labor de documentación. Y, si después de todo esto no os han dado ganas de conocer la historia que hay detrás de Bajo el sol de medianoche, no sé qué podría hacerlo. 

Os adelanto que, la semana que viene, viajamos a la Viena de los años veinte y al Berlín de los treinta de la mano de Marisa Sicilia y prometo que será igual de fascinante.