No es ningún secreto que la Segunda Guerra Mundial es uno de los períodos históricos que más me atraen y al que vuelvo regularmente en mis lecturas. No sabría explicar muy bien por qué pero es un hecho y solo hay que pasar por mi Goodreads para comprobarlo. Si echamos un vistazo a lo que se publica, abundan novelas sobre los campos de concentración, la situación de los guettos, la historia de las familias atrapadas en esa época. Salvo los relatos autobiográficos, normalmente encontramos una versión parecida de los hechos: los nazis representan el mal, la crueldad y los judíos son sus víctimas. Al fin y al cabo es así, pero no fue ni mucho menos toda la historia. Por eso hoy traigo una de mis últimas lecturas, que también me sirve para hablaros de otra anterior que debí reseñar en su día y que también os recomiendo.
LA MATANZA DE RECHNITZ. HISTORIA DE MI FAMILIA
SACHA BATTHYANY.
SINOPSIS
En la noche del 24 al 25 de marzo de 1945, Margit von Thyssen y su marido, el conde húngaro Ivan Batthyány, invitaron a su castillo a los jefes locales del partido nazi, a miembros de la policía política, de la Gestapo, de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. Una de las diversiones de esa velada fue matar a doscientos judíos. Tras conocer ese suceso, Sacha Batthyany, sobrino-nieto de la protagonista, guiado por el diario de su abuela, empieza una investigación que le llevará a través de Europa y hasta Sudamérica y le hará reflexionar sobre el pasado, el presente, su familia y él mismo.
A pesar de esa sinopsis tan llamativa, Sacha Batthyany no se recrea en la matanza de los judíos, sino que se limita a exponer los hechos. Lo que me parece un acierto en este libro han sido los diferentes puntos de vista y cómo el autor deja a un lado el blanco y negro para mostrar toda una gama de grises. Es fácil juzgar la historia desde la distancia pero ¿qué ocurre cuando sabes que desciendes de una familia que estuvo implicada directamente en el asesinato de casi doscientos judíos y que decidió enterrar ese episodio y vivir como si no hubiera ocurrido? ¿Tienen los descendientes alguna responsabilidad, deben sentirse obligados a reparar el mal que hicieron sus ascendientes?
Batthyany no solo hace una recorrido por la Historia, sino que va planteando una serie de dilemas morales y cuestiones a los que enfrentarse:
- Muchos soldados alemanes -como el propio abuelo de Batthyany- fueron apresados y llevados a campos de trabajo rusos, los gulags, en pésimas condiciones. Las clases altas perdieron todos sus privilegios. Sin contar con la crueldad que mostraron contra las mujeres alemanas, de las que abusaron sexualmente sin que nadie les parase. Muchos son los libros y películas que nos han llegado sobre el nazismo y sus consecuencias, pero no tanto sobre la política de Stalin tras la victoria.
<<«Para que algo así no se repita jamás», se lee en muchos libros sobre el Holocausto. De ahí cincuenta, sesenta, setenta años después los actos conmemorativos, las exposiciones, las películas, los estudios, los archivos. ¿Por qué no vale lo mismo para las atrocidades de los rusos? ¿Por qué éstas no preocupan a nadie?, me pregunté a la par que miraba los ojos de Lenin, cuya fotografía colgaba en la pared.
(...)
Yeltsin ordenó abrir los archivos. Sin embargo, desde que Putin está en el poder, de nuevo impera el silencio.
—Nosotros no somos como los alemanes. No analizamos el pasado ni confesamos errores ni reconocemos nuestra culpa. Entre nosotros se dice lo siguiente: hubo campos de concentración, el gulag existió, Stalin tenía facetas negativas, pero consiguió grandes victorias y nos trajo el progreso económico. Los momentos heroicos de la Historia de Rusia tienen prioridad sobre los capítulos oscuros.>>
- El autor remueve el pasado de su familia y obtiene información sobre personas que tuvieron especial contacto con ellos. Judíos que no sobrevivieron. ¿Qué puedes hacer con eso? ¿Remover el pasado de otros? ¿Decir la verdad o simplemente dejarlo pasar? Ya os aviso que él no lo dejó estar.
Y ¿cómo debes sentirte con toda esa información? ¿Cómo gestionarla y seguir con tu vida? ¿Qué pasa con las víctimas y sus familias? ¿No son todos víctimas de los acontecimientos de la historia? ¿Hay víctimas de primera y de segunda?
<<Y era así como cabía interpretar de verdad aquella frase conforme reflexionaba más y más sobre ella: soy un nieto de la guerra. Mi padre pasó la guerra en el sótano, a mi abuelo se lo llevaron los rusos a Siberia, mi abuela perdió su segundo hijo y mi tía había sido responsable de la matanza de ciento ochenta judíos. Habían sido culpables y víctimas, perseguidos y cazadores; primero alabados, después proscritos: bastardos de la Historia. Al final atravesaron la vida agachados. Perdieron primeramente la autoestima, a continuación, la voz. «Fuimos una familia de topos —escribió mi abuela Maritta en su diario—. Nos replegamos, ya no creíamos en nada y nos hundimos en nosotros mismos, la cabeza bajo tierra, siempre agachados.» >>
- Pero, para mí, la gran pregunta que hay detrás de esta lectura es ¿qué habrías hecho tú en su lugar? ¿Tuvieron elección los soldados que cumplían órdenes o, como teorizó Hannah Arendt, eran simples burócatras y funcionarios que no se planteaban nada sino que se limitaban a cumplir con su cometido de la manera más eficaz posible? Arendt lo llamó la banalización del mal.
<<¿Cuántos de estos hombres andarían por el mundo? Personas como Simanovski. Eran jóvenes en los días de la guerra, y en los años ochenta, cuando yo crecía, eran gente mayor con gorra, manchas de la edad en la cara y gafas cuyos cristales oscurecían al contacto con la luz solar. Daban de comer a las palomas en toda Europa; tomaban asiento en los parques, a la sombra de los grandes plátanos, y acariciaban el pelo de bebés desconocidos, sentados en sus sillas de paseo. Cuarenta años antes habían sido guardianes, soldados, agentes secretos, espías, y habían llevado a cabo interrogatorios, habían torturado, asesinado, pedido las penas más duras y redactado actas como la de Simanovski sobre mi abuelo. La foto que le tomaron a éste en 1955, el día en que llegó al calabozo, ya no es la de un hipster de tantos, sino la de un prisionero del campo como los que conozco de las películas de Spielberg. La cabeza rapada, algunos dientes perdidos, los ojos muertos. Sin decir una palabra, le tendí a mi padre la foto. Ahora estábamos los dos tumbados en nuestras respectivas camas. Él sostenía el retrato tan cerca de los ojos que lo tocaba con la punta de la nariz y lo hacía temblar con su respiración.>>
Ese último punto me sirve para hablar de El lector.
EL LECTOR. BERNHARD SCHLINK
SINOPSIS

Michael Berg tiene quince años. Un día, regresando a casa del colegio, empieza a encontrarse mal y una mujer acude en su ayuda. La mujer se llama Hanna y tiene treinta y seis años. Unas semanas después, el muchacho, agradecido, le lleva a su casa un ramo de flores. Éste será el principio de una relación erótica en la que, antes de amarse, ella siempre le pide a Michael que le lea en voz alta fragmentos de Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens... El ritual se repite durante varios meses, hasta que un día Hanna desaparece sin dejar rastro. Siete años después, Michael, estudiante de Derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de criminales de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas. Una de las acusadas es Hanna.
Y Michael se debate entre los gratos recuerdos y la sed de justicia, trata de comprender qué llevó a Hanna a cometer esas atrocidades, trata de descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó...
Bernhard Schlink ha escrito una deslumbrante novela sobre el amor, el horror y la piedad; sobre las heridas abiertas de la historia; sobre una generación de alemanes perseguida por un pasado que no vivieron directamente, pero cuyas sombras se ciernen sobre ellos.
El lector es una novela corta y deslumbrante. En ella se mezcla una historia de amor -no exenta de polémica teniendo en cuenta que la relación se inicia cuando el protagonista, Michael, es menor de edad y con una diferencia de veinte años respecto a Hanna- junto con los crímenes de guerra cometidos por los nazis. En este caso, lo que subyace es la idea de que hubo personas que carecieron de cualquier empatía hacia las víctimas ya que solo se limitaban a hacer su trabajo sin plantearse nada más. Cero conciencia, cero planteamientos morales.
Así es como se presenta a Hanna, portadora de su propio secreto y vergüenza, y que fue cómplice en la matanza de trescientas mujeres en el interior de una iglesia incendiada.
Michael tendrá que poner en orden los sentimientos que el descubrimiento de los hechos le produce y que influirá en el desarrollo de su vida adulta sin remedio.
Quiero cerrar esta entrada con las palabras de Batthyany, una bofetada en esta época de redes sociales y grandes discursos en los que todos caemos:
<<Por supuesto que estaba en contra de que los norteamericanos invadieran Iraq. En contra de la política migratoria de los conservadores. En contra de la matanza de delfines en la bahía de Taiji. Y si las manifestaciones no hubieran empezado por casualidad siempre que iba a la guardería a recoger a los niños, habría participado más a menudo en las protestas. A cada hora estamos hoy en día a favor o en contra de algo en Facebook o en Twitter. Intercambiamos fotos sangrientas y análisis sesudos, compartimos vídeos de naufragios donde vemos ahogarse a refugiados enfrente de Lampedusa, y firmamos peticiones virtuales contra la mutilación genital en Sudán del Sur. Ahora bien, ¿cómo actuaríamos si los hechos se trasladaran de nuestro ordenador a la calle? ¿Si de repente fuéramos requeridos como seres humanos, no como usuarios de internet?, ¿si todo lo físico ya no fuera virtual?, ¿si apestara, doliera, hiciera ruido y nosotros no percibiéramos el mundo a través del diseño suavizador de nuestro portátil de Apple?
Si estallara una guerra como la de hace setenta años, ¿no tomaríamos todos parte en ella? Naturalmente que no, gritarían los jóvenes, los de las zapatillas de deporte y las bolsas de yute. Todos hemos aprendido de aquello. No nos pasará de nuevo.
¿Ah, no?
¿No nos volvemos de pronto sumisos y obedientes cuando se trata de salvar el pellejo? ¿No somos acaso Simanovskis y Böhmens? ¿No llevamos por dentro un poco de Margit?
(...)
Nos sentamos en podios, escribimos blogs, cosechamos aplausos, estrechamos manos, hacemos donativos, acudimos a psicoanalistas y nos indignamos virtualmente por la destrucción de los manglares y la expulsión de refugiados nigerianos, lo que gusta a 107 personas y conduce a la invitación a nuevas redes sociales: Xing, Pinterest, Linkedin, en las que hurgamos en los perfiles de nuestros amigos y nos asombramos, maldita sea, de todo lo que leen, maldita sea, de adónde viajan todos: Nom Pen, Detroit, conferencia TED, Burning Man y Art Basel. Tendré que darme prisa.
Pero ¿alguien ha publicado tuits sobre sus propias debilidades, ha compartido temores, ha escrito en un blog sobre sus dudas, sobre su falta de interés por la minoría musulmana en Myanmar, o que no quiere saber nada de los manglares y no tendría el arrojo suficiente de declararle su opinión al jefe?>>