Sabiduría de Leonard Cohen:
«Nunca hay que lamentarse.
Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos,
que sea en los confines estrictos de la dignidad y la belleza
(Discurso de la recepción del Premio Príncipe de Asturias).»
No debe ser casualidad que mis últimas elecciones lectoras sean ensayos o textos autobiográficos. En concreto estoy enredada en tres lecturas muy diferentes de las que voy extrayendo reflexiones, citas y pensamientos. Son El infinito en un junco, de Irene Vallejo; Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem y Una cierta edad de Marcos Ordóñez.
Creo que cada una de estas lecturas merece su propio espacio en el blog, así que me centraré en Una cierta edad. Marcos Ordóñez me deslumbró con su novela Detrás del hielo, así que cuando vi que había publicado un libro a modo de dietario/diario, con anotaciones y reflexiones que abarcan desde 2011 a 2016, no me lo pensé.
Ordóñez nació en 1957, tiene la edad de mi madre, y hay momentos en los que soy muy consciente de la diferencia generacional. En sus textos hay referencias literarias y cinematográficas que yo nunca tuve ni tendré. Pero lo curioso es que el libro está salpicado de temas universales y ahí sí que se produce la conexión.
«Necesitamos la precisión del arte, un arte que fije y nos fije; necesitamos ese punto y aparte que, colocado en el lugar correcto, como pedía Isaak Bábel, nos desgarre el corazón con la fuerza de unas tenazas.»
Una cierta edad habla de cine, de literatura y del oficio de escribir, de la crítica y los críticos, de la sabiduría de la calle y la de las grandes sentencias de ciertos personajes famosos y admirados. Hay un poquito de mirada social y de mirada íntima. Hay anécdotas, un poco de ironía y algunos recuerdos pasados por el tamiz de la felicidad, fugaces y únicos.
«Toda vida es una sucesión de vidas breves, como bien contó Onetti: por eso nos cuesta siempre reconocernos en las viejas fotos. El problema con las vidas breves es que cuando te parece que ya comprendes el libro de instrucciones de una, llega la siguiente y te pilla siempre sin manual. O al revés: que cuando crees haber aprendido el funcionamiento de la máquina, un tropiezo de raíces muy lejanas te hace ver que no has cambiado tanto como creías. La vida te pone siempre en su sitio: el de un aprendiz. Ahí está la gracia, aunque a veces maldita la gracia que tiene.»
Me reconforta leer los pensamientos de Marcos Ordóñez en estos tiempos convulsos porque ya sabéis que tengo tendencia al pesimismo y lo que ocurre en nuestro mundo no invita al optimismo; a pesar de todo, soy consciente de estar siendo testigo del cambio: una pandemia global, la crisis climática y la migratoria, la lucha feminista y el movimiento contra el racismo... No son meros eslóganes. Espero que en el futuro, los pequeños hitos, queden reflejados en los manuales de Historia.
«La historia es conocida. Nietzsche en Turín. Una oscura y borrascosa tarde de invierno rompe a llorar y se abraza a un viejo caballo azotado sin piedad por el cochero. Quizás los hombres se dividan entre quienes consideran ese acto como el comienzo de la locura del filósofo y quienes perciban la grandeza de su alma, y lloren también, un poco, y vean en los ojos del viejo caballo a todos los inocentes bajo la fusta de los bárbaros.»
Quizá si un día hiciera como Marcos Ordóñez y decidiera tomar notas sobre lo que ocurre y sobre lo que me importa, todos estos temas llenarían páginas y páginas. ¿No lo es ya acaso, aunque sea un poco, este blog? Pero seguro que también los lugares seguros y comunes que toca el autor y que ya he mencionado.
Dice Ordóñez: «Hablando puedes decir incontables memeces; escribiendo tienes la oportunidad (y diría que la obligación) de repensarlo.»
Puede que suene a obviedad, pero a mí me parece una de esas conclusiones a las que uno llega cuando ha traspasado una cierta edad.





